Feminismo y nacionalismo son dos conceptos que han mantenido una relación compleja.
Si nos referimos a Andalucía, al menos hasta ahora, parece considerarse que las aportaciones del feminismo al nacionalismo son irrelevantes, o bien que el nacionalismo, en el mejor de los casos, no atañe al feminismo. Pero ocurre que las feministas, algunas feministas, también somos nacionalistas andaluzas y estamos dispuestas a conectar ambas prácticas políticas.
En principio, es urgente y necesario desvelar cuánto tienen de construcción de género masculino los nacionalismos de estado. Los proyectos nacionales estatalistas han sido construidos y legitimados sobre un relato que reproduce y consolida las relaciones de dominación sobre las mujeres. Es más, en dichos relatos se utiliza a una mujer idealizada como referencia naturalizada de la nación. A la nación se la denomina “madre patria”, las mujeres paren hijos para la patria, han sido las encargadas de transmitir la nacionalidad, es decir, la condición de ciudadanía, han sido quienes han reproducido las fronteras de los grupos étnicos o nacionales y también transmisoras de la cultura y agentes de la reproducción ideológica.
Todo ello se concreta en el uso del cuerpo femenino como instrumento para la construcción del estado-nación. De ahí la generalización de las violaciones masivas como arma de guerra. O el sometimiento de los intereses individuales de las mujeres y de sus derechos, a los intereses del estado-nación, con el control poblacional, por ejemplo.
Por tanto, es evidente que esta construcción nacional estatalista tiene una clara marca de género, masculino, lo que explicaría la desconfianza del feminismo hacia ella, pero en ningún caso justifica su indiferencia.
En el contexto del Estado español, el nacionalismo españolista ha trabajado intensamente la figura de la madre, para la elaboración simbólica de la madre patria; una mujer-madre dotada de atributos tales como la resignación, el espíritu de sacrificio, la entrega, la renuncia y la sumisión; un retrato de ida y vuelta, que ha funcionado afirmando estos atributos, tanto en relación a las mujeres “españolas”, como en relación a la patria “española”. Por tanto, en cierta forma, combatir este modelo de mujer ha ido parejo al rechazo de este nacionalismo masculinizado y excluyente, emanado del patriarcado.
En Andalucía, tras casi cuarenta años ininterrumpidos de gobierno del PSOE, se ha llevado a cabo, desde las instituciones autonómicas, un proceso de desactivación de la cultura y la identidad andaluzas, que ha ido paralelo al de apropiación y desactivación del feminismo, a la vez que se ha instrumentalizado a las mujeres andaluzas. Convertidas en una sinécdoque, se las muestra como la parte que designa al todo, degradando tanto sus identidades de mujeres como de andaluzas, al recrear un retrato ficticio y velador de su identidad multiforme y real.
Sabemos que en 2015 el paro ha descendido el doble en hombres que en mujeres, mientras el trabajo parcial y precario está feminizado; que los cuidados no profesionales a dependientes recaen en manos femeninas; que han aumentado las órdenes de protección en más de seis puntos; que los hombres son, en mayor porcentaje, propietarios de vivienda; que las alcaldesas de Andalucía no llegan ni al 25% y que se sitúan en pueblos y ciudades pequeñas[1].
Mientras tanto, confundiendo presencia con protagonismo, las mujeres andaluzas llenan los platós de la televisión “pública” autonómica, ríen las gracietas del presentador de turno y aparecen como figurantes mayoritarias en pueblos cada vez más de cartón piedra. Tomando esta parte del pueblo andaluz por el todo, se las muestra felices y contentas, dedicadas a hacer cocina tradicional, distraídas en talleres como los de la Sección Femenina de la Falange fascista, ocupando ferias y mercados, encuadradas en asociaciones subvencionadas y aplaudiendo a la presidenta de la Junta de Andalucía, en perpetua campaña electoral femenina.
Ante esta situación, la tarea de futuro pasa por denunciar esta falacia de una Andalucía subalterna y periférica, que utiliza a las mujeres como pieza fundamental de dicha construcción, mientras ningunea su cualidad política. Pero también hay que denunciar a ese feminismo adormidera, de retórica y porcentaje, que reproduce y construye espacios excluyentes desde los que no se puede configurar sino una identidad excluida, en la que la paridad se instrumentaliza para colonizarnos políticamente.
Necesitamos reclamar el derecho a decidir, sí, pero en primer lugar, sobre nuestros cuerpos; se trata del primer paso para arrebatar al estado nación uno de sus espacios de dominación: el cuerpo de las mujeres. Pero considerando que se trata de un derecho con efectos políticos, que no afecta solo a las mujeres, sino a todos los sujetos políticos, incluidos los pueblos nación.
Porque necesitamos pensarnos como personas y como colectivos con derecho a decidir, a la vez que nos construirnos como un pueblo diverso y heterogéneo; necesitamos construir el nacionalismo soberanista andaluz teniendo en cuenta lo diferente, no negándolo. Y asumiendo como diferente no solo las diferencias de género, sino también de étnica, de cultura, de clase. Cualquier diferencia. Porque la conciencia sobre nuestra realidad de pueblo colonizado no puede suponer obviar los diferentes modos en que se ejerce la colonización, las diferentes formas en que nos afecta a hombres y mujeres y los diferentes papeles que jugamos en el proceso colonizador.
Debemos transformar nuestro ámbito de pueblo-nación, desarmando las relaciones de poder jerarquizadas a la vez que construimos un espacio de relaciones nuevo, no excluyente, no jerarquizado, no androcéntrico ni masculinizado. Una patria andaluza en la que sus hijos e hijas habiten en paz, un ámbito de relaciones heterogéneo y diverso, un nacionalismo inclusivo y liberador, entendido como liberador de los colonialismos, pero también de las jerarquías internas. Un nacionalismo soberanista.
Ello propiciará que las mujeres andaluzas no prescindamos del nacionalismo como instrumento político, al identificarlo con un esquema de poder que nos mantiene en la sumisión y la subalternidad. Romper la lógica de la dominación, como mujeres y como pueblo no son dos luchas separadas.
La tarea que tenemos ante nosotras es ingente: hay que construir un feminismo nacionalista, o un nacionalismo feminista. El punto de partida es la soberanía y el de llegada, la matria. No queremos, pero tampoco podemos, dejar que la nación andaluza se construya al margen de las mujeres y sin la mirada feminista.
[1] http://www.juntadeandalucia.es/economiayhacienda/planif_presup/genero/informe/informe2016/informedeevaluaciondeimpactoconlogos.pdf