La Semana Santa de Andalucía, hecho social total

1942
Fotografía de Jesús Massó, Cádiz.

Muchas pilas bautismales en las que nos bautizaron son piezas antiguas  que se remontan a las épocas Bética, Bizantina, Visigoda, Andalusí y de la Baja Edad Media. Pilas que están “contaminadas” por el uso de las diversas religiones que han existido en nuestro solar andaluz en diferentes momentos y etapas de nuestra rica y variada historia. Aguas derramadas por nuestras cabezas que remozan recuerdos animistas, politeístas, monoteístas…, singularizándonos simbólicamente como un pueblo mestizo, resultado del sincretismo cultural y religioso.

En Andalucía, como en el resto de las culturas, la religión ha tenido un papel muy preponderante desde tiempos inmemoriales. Sus núcleos poblacionales, desde que se establecieron las primeras civilizaciones en la tierra regada por el río Betis o Guadalquivir, adoraban a diferentes dioses y diosas relacionadas con la fertilidad, la guerra, la creación, la agricultura… La naturaleza de los dioses de Tartessos, primera civilización de Occidente, solo podemos comprenderla como el resultado de un proceso de sincretismo religioso, entendido como la mezcla de elementos de diferentes culturas. Nuestros antepasados supieron reinterpretar o reelaborar los rituales relacionados con las divinidades de origen semita con sus propias creencias ancestrales: una mezcla de creencias animistas con dioses relacionados con la naturaleza y los aportados por las culturas orientales llegadas a nuestras costas. Desde tiempos remotos se adoraba al dios Baal o Melkart para los fenicios y a la diosa Astarté o Potnia para los griegos, que acabaría siendo la diosa  por excelencia de los pueblos tartésicos, representando el culto a la Madre Tierra, a la fertilidad, al amor, en definitiva a la vida. Curiosamente después de tres mil años sigue habiendo una romería en las marismas de Doñana a una diosa Madre camuflada bajo la advocación del Rocío. La Virgen del Rocío es en realidad un sucedáneo de la Madre Naturaleza consagrada a la promoción de la fecundidad y la fertilidad como lo fue Isis en el pueblo egipcio, Artemisa en la civilización griega, o Astarté en el tiempo de los fenicios. Para el cristianismo María es la Madre fecundada por la gran divinidad. Hablaríamos de una inculturación en toda regla. Representa un símbolo de nuestros antepasados, una lección de permanencia ritual de nuestra historia, una tradición secular que llevamos en la sangre.Fotografía Jesús Massó, Cádiz.

El politeísmo propiciaba la tolerancia religiosa. No existía un dios excluyente que provocase luchas y conflictos reivindicando el único dios verdadero, ni hogueras donde por herejía quemar a infieles. Este sentimiento que va más allá de lo meramente religioso se ha ido guardando en el alma de nuestro pueblo andaluz a lo largo de los siglos. Un politeísmo que no solo enaltece a sus dioses, sino también a la condición humana, como seres dignificados por  la propia existencia.Cuando el cristianismo llegó a nuestra tierra sus habitantes béticos seguían adorando a los diferentes dioses. Los seguidores de Cristo rechazaron a los dioses romanos porque en su creencia solo cabía su único dios. A la vista de los romanos eran unos subversivos enemigos del Imperio. Fueron perseguidos apareciendo los primeros mártires, consecuencia de las exigencias de la religión monoteísta. Hoy los patronos oficiales de nuestras ciudades hacen memoria del martirologio: San Acisclo y Santa Victoria en Córdoba, Santa Justa y Santa Rufina en Sevilla, San Ciriaco y Santa Paula en Málaga, San Servando y San Germán en Cádiz… La sangre derramada era la seña de identidad de la nueva religión, siguiendo el sacrificio de su líder. Lo que no nos han contado es el motivo de las muertes de estos mártires: ¿murieron por defender a los más débiles de su sociedad o por redimir los pecados de una sociedad pagana, pecadora y de espaldas al dios único y verdadero? En cualquier caso, mientras en la época romana murieron algunos miles de cristianos, durante la Baja Edad Media y Moderna  los cristianos se masacraron entre sí, por defender interpretaciones diferentes de su misma religión. Ya ocurrió anteriormente cuando en los siglos IV y V el Evangelio fue desplazado por los dogmas de la iglesia a través de sus grandes concilios ecuménicos. No olvidemos la guerra entre los reyes visigodos Hermenegildo, cristiano, y Leovigildo, arriano. Lo mismo ocurrió en la época de al-Ándalus en la que un grupo de cristianos mozárabes alentados por el clérigo Eulogio (cerca de medio centenar, no siendo un movimiento popular) optaron por el martirio voluntario desafiando a la ley islámica durante los emiratos de Abderramán II y Mohamed I durante el siglo IX. Las autoridades eclesiásticas mozárabes, que mantenían una actitud conciliadora con el poder musulmán, rechazaron conceder la calidad de mártires a los que habían sido ajusticiados, pues según ellas no habían sido víctimas de ninguna persecución sino que se habían autoinmolado al desafiar públicamente los dogmas del Islam, al igual que había pasado en tiempos de la Bética. Como ha señalado Eduardo Manzano Moreno: “el espejo en el que Eulogio se contemplaba era el de los mártires de la primera época y su esperanza residía en la posibilidad de generar un movimiento que fuera incontenible como el que en los primeros tiempos había obligado a los emperadores romanos a tener que ceder ante el cristianismo”.

No es comparable la muerte de cristianos a consecuencia de las persecuciones en la Bética y al-Ándalus con la masacre ocurrida entre los mismos cristianos en Europa entre los siglos XVI XVII, muriendo millones de correligionarios para defender interpretaciones ligeramente distintas de la religión cristiana. Nuestra Semana Santa original tuvo su nacimiento en este contexto. Nació como consecuencia del concilio de Trento potenciando la veneración a la virgen María y a los santos, y rechazando las reformas de Lutero. Se acentúa el carácter redentor de Jesús de Nazaret como el Cristo, el ungido por nuestros pecados, situando la vida y muerte de Jesús en un contexto ahistórico y atemporal. Tiene lugar una confabulación de los poderes religiosos y políticos en contra de un hombre que se alza en defensa de los pobres, de la verdad y de la justicia. Es una manipulación de las verdaderas intenciones de la persona de Jesús. Sin esta interpretación de la muerte de Jesús por parte de los poderes religiosos y políticos los efectos simbólicos de la Semana Santa serían diferentes. La “memoria de Jesús”, como dice el teólogo J. B. Metz, sería “peligrosa”. Si la identificación de Jesús hubiese sido más acorde con una correcta teología, el sentido de la Semana Santa tendría más que ver con el predominio de la victoria de Jesús en su resurrección, la subversión ante los poderosos, el paralelismo entre los pobres, desposeídos, marginados y oprimidos del pueblo y aquellos con los que él se solidarizó y por los que murió, entre los seguidores del Maestro y los cristianos de hoy, etc. De haber sido así, los cofrades andaluces no se hubiesen azotado y afligido, práctica maniquea que pretende liberar el alma buena del cuerpo débil y pecador, sino que se hubiesen levantado en contra de las injusticias de su época, como lo hizo Jesús de Nazaret, verdadero espíritu del cristianismo.

Fotografía Jesús Massó, Cádiz.

Con la llegada de la Ilustración y con los edictos tanto de los obispos como del propio rey Carlos III las cofradías, seguidoras a pies juntillas de Trento, se tambalean. Comienzan a prohibirse ciertos rituales como la flagelación en público, con lo que el número de cofrades disminuye considerablemente.

El siglo XIX marcará un antes y un después en el entendimiento de la Semana Santa andaluza, como muy bien lo explica el catedrático de antropología Isidoro Moreno. La nobleza junto a los poderes públicos, principalmente ayuntamientos, apoyarán el resurgir de las cofradías pero con un carácter más festivo, turístico y suntuoso. El Ayuntamiento sevillano junto al comercio de la ciudad, por poner un claro ejemplo, supo ver las estrechas relaciones entre la actividad turística y la Semana Santa, sobre todo a partir de la existencia de los ferrocarriles que hicieron factible la comunicación. La Corte Chica de los Montpansier establecida en Sevilla colaboró con determinadas cofradías en las celebraciones religiosas de la Semana Santa. El evidente éxito de esta proyección turística fue emulado por otras ciudades andaluzas como Málaga y Córdoba. En esta última, el Ayuntamiento llegó incluso a contratar la adquisición de túnicas para los desfiles procesionales de las cofradías en 1865. En aquella época los titulares de las cofradías, sobre todo las dolorosas, van a ver enriquecidos sus ajuares, aumentando el patrimonio de las cofradías. Sevilla será el ejemplo a seguir: pasos de mayores dimensiones, andas llevadas por cargadores en detrimento de las parihuelas, palios para los pasos de las dolorosas, grandes mantos bellamente bordados, etc. A partir de este cambio comienza en el pueblo un sentimiento más acorde con el politeísmo de sus antepasados que con el espíritu penitenciario y expiatorio de siglos anteriores. No olvidemos que el politeísmo no ha dejado de sobrevivir dentro del monoteísmo. El mismo cristianismo ha ido desarrollando a lo largo de la historia su propio Panteón de santos, cuyo culto difería poco de los de los dioses politeístas.

Fotografía Jesús Massó, Cádiz.

Fotografía Jesús Massó, Cádiz.Poco a poco cada persona, cada familia, cada pueblo se iba identificando con su Nazareno y con su Virgen, adquiriendo un sentido más cercano y humano que el dios castigador por el pecado original. Nuestras imágenes se van a “humanizar” a “familiarizar”. Se visten, se enjoyan, se les pone pelo natural, se ponen en besamanos… La figura del Nazareno vivo le gana la partida al Crucificado. En muchos pueblos andaluces la mañana del Viernes Santo es la gran fiesta: “Viva Nuestro Padre Jesús”, es una de las frases que a muy temprana edad aprenden los niños y niñas de los pueblos. A las Vírgenes se les llamarán “guapas”, humanizándolas en una aclamación que rebosa emotividad y sentimientos.

La religiosidad popular se fue acentuando en esta dirección, de tal modo que la mayoría de las fiestas populares andaluzas acaban siendo religiosas. La situación llegará a tal extremo que el catedrático de la Universidad de Sevilla, Salvador Rodríguez Becerra, propone la denominación de religión común, en sustitución de religiosidad popular, aplicable a los andaluces. Esta forma de concebir la religión, según dicho autor, responde más “al ser” (concepto antropológico), que al “deber ser” (concepto teológico).  En síntesis, como afirmó el antropólogo Michel Meslin: “las relaciones con lo divino son más sencillas, más directas y más rentables” con la religiosidad popular.

Fotografía Jesús Massó, Cádiz.

Pero la Semana Santa siempre ha corrido el peligro de las manipulaciones tanto simbólicas como sociales, como plantea el antropólogo Rafael Briones: “La Semana Santa será liberadora a condición de que no se ejerza una manipulación con pretensiones alienantes, ni en su dimensión social ni en su dimensión simbólica”. La identificación entre religión y política es una perversión del cristianismo, que comienza a partir de Constantino, una perversidad que ha llegado a nuestros tiempos con el nacionalcatoliscismo. Sin embargo, tan preocupante es la manipulación de lo simbólico como la manipulación político-social de la fiesta primaveral por antonomasia en Andalucía. Las personas o grupos que tienen o buscan el poder religioso utilizan a las cofradías ante la falta de clientela en los sacramentos. Se trata de un verdadero secuestro del ritual. Como decía el jesuita filósofo Gómez Caffarena: “la autoridad eclesiástica (…), no está sin más con la religiosidad popular, la cultiva, como indispensable clientela” (Caffarena, 1993). Un ejemplo lo encontramos en el actual arzobispo de Sevilla, anterior obispo de Córdoba, Juan José Asenjo, en el que la religiosidad popular supone para él un antídoto a la secularización, según sus declaraciones en la revista Sierra Albarrana (2007). Además de la manipulación religiosa está la económica (turismo), la política (a través del nacionalcatolicismo que militariza a las procesiones a través de las tropas militares, himno y bandera de España, representaciones oficiales del ejército y de las administraciones públicas) o de prestigio (gestores del patrimonio de las cofradías).  Todos estos ámbitos de poder intentan secuestrar la Semana Santa para influir sobre la masa, acrecentar ese poder y prestigio propio y utilizarlo al servicio de sus intereses.

Cuando hemos traspasado una veintena de años del siglo XXI,  la Semana Santa sigue siendo la fiesta transversal de Andalucía que trasciende lo meramente religioso. El catedrático Isidoro Moreno nos recordaba un estudio realizado por el Departamento de Investigación Socio-Religioso de Formación de Madrid, de los años setenta del pasado siglo, en el que se concluye que la devoción a las imágenes y las costumbres familiares son los motivos más importantes de los cofrades (68%) frente a la formación (23%) y al compromiso cristiano (9%). Solo el 14% vinculaba estrechamente el cristianismo a su pertenencia a la cofradía. Podríamos trasladar los resultados de la misma encuesta al siglo XXI, si bien es cierto que muchos dirigentes del mundo cofrade están virando preocupantemente hacia una mentalidad nacionalcatolicista más acorde con tiempos pasados.

No obstante, si tuviésemos que destacar los elementos más importantes que hoy en día definen a las cofradías serían, al menos, la sociabilidad como ámbito de relaciones personales, la identidad de pertenencia a un barrio, pueblo o ciudad (como antes lo fue la pertenencia a una etnia o gremio), y festejar la vida por encima de cualquier acto de contrición o expiación. En definitiva, y en palabras del profesor Isidoro Moreno, la mejor calificación que podríamos hacer de ella es la de un Hecho Social Total, que exalta lo sensible, vivencial, emocional, sentimental y festivo.

Fotografía Jesús Massó, Cádiz.

Saquemos una serie de conclusiones:

  • La Semana Santa andaluza pasa por varias encrucijadas: desde su origen hasta el siglo XVIII (con un marcado acento penitencialista-maniqueísta), siglo XVIII-XIX (crisis por la ilustración), a partir de mediados del XIX (resurgir de la Semana Santa como fiesta andaluza, con intereses económicos y turísticos), siglo XX (consolidación como Hecho Social Total de Andalucía).
  • Frente a la secularización se desarrolla en Andalucía una desecularización laica (un tipo singular de religiosidad popular con un marcado carácter festivo), en la que participan, además de los creyentes, ateos, agnósticos, no practicantes, personas con distinta orientación sexual, juventud ajena a los dictámenes religiosos, etc.
  • Es un Hecho Social Total que cobija más el júbilo del paganismo que la pena y el duelo, donde el papel de la iglesia es secundario. Un hecho que es profano y sagrado a la vez, razón por lo cual no ha de parecernos extraño la veneración de una imagen en medio de una gran celebración-espectáculo. Quizás el término “procesiones” esté más acorde con el de “estación de penitencia”, aunque los dos no sean excluyentes, dependiendo del sentimiento de cada persona.
  • La riqueza artística y participativa de sus procesiones es una exaltación de la vida, es el desarrollo de los cinco sentidos: la vista (el arte en la calle), el olfato (aromas de incienso y de azahar), el gusto (los platos típicos de la fiesta junto a los dulces característicos de la época: torrijas, pestiños y roscos), el oído (marchas procesionales y saetas), y el tacto (algo fundamental en nuestra idiosincrasia mediterránea y andaluza: los besos, abrazos, achuchones provocados por la bulla). Es la exaltación de la sensualidad a las que las mismas formas del barroco, con sus “entrantes y salientes”, nos invitan.
  • La Semana Santa, como una celebración de religiosidad popular, es la forma más directa de comunicarse con lo humano y lo divino, sin intermediarios ni jerarquías.
  • No podemos desprendernos de lo que fuimos. Somos hijos de nuestra cultura mestiza, plural y abierta, que no se ha dejado doblegar por la conquista castellana después de tantos siglos. Una muestra clara es la comparativa de las semanas santas castellana y andaluza. La Semana Santa de Castilla es tristeza y luto, está traspasada por la muerte. La Semana Santa andaluza es alegría y color, está marcada por la vida.
  • El mayor riesgo que corre la Semana Santa andaluza es la ideología integrista que se va propagando por las directivas de las hermandades y cofradías alimentadas por una jerarquía católica rigorista. Hace ya bastantes lustros, 1935, el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales lo advirtió: “Los dos enemigos natos de la Semana Santa sevillana son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y del Estado”; y añadía que “sin las hermandades no habría Semana Santa, por más que se empeñase en ello la Iglesia o los Gobiernos”.

Qué bien entendió Antonio Machado el sentir de su pueblo andaluz en su popular “saeta”. El universal poeta no se identificó con el Cristo muerto, clavado en la cruz, sino con el que vive, anda y camina por el mundo, haciendo buenas acciones:

“¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”