Desmundialización

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La mundialización es nefasta. La desglobalización no es un sinónimo de retirarse de la economía mundial. Ella implica un proceso de reestructuración del sistema económico y político mundial para que fortalezca la capacidad de las economías locales y nacionales en lugar de degradarlas.1

Walden Belllo

 

El movimiento antiglobalización y sus Foros Sociales tenían razón: la mundialización neoliberal que se inició a partir de 1980, un despliegue planetario de la lógica del capital hasta niveles nunca conocidos, intensificó los efectos devastadores sobre la ecología, las reglas del comercio, los sistemas de producción, consumo y ocio y los derechos laborales del mundo del trabajo. Esta transformación del mundo en un inmenso mercado desregularizado y controlado por las grandes corporaciones transnacionales, que se vio además favorecido por el colapso de la Unión Soviética, se implementó bajo una gobernanza propia: el FMI, el Banco Mundial y los bancos regionales, la OMC y los tratados de libre comercio e inversiones, una arquitectura política al servicio de las prerrogativas y dictados estadounidenses.

La colonización del pensamiento de izquierdas

La globalización ha tenido como complemento intelectual y retórico al cosmopolitismo neoliberal2. Teorizado por los departamentos de relaciones internacionales de las universidades estadounidenses, el cosmopolitismo neoliberal se diseminó como metanarrativa ecuménica sobre la libertad económica, las «intervenciones humanitarias» y una sola raza humana que sería beneficiada por el libre comercio bajo el marco jurídico compartido de las democracias liberales. Todo ello para dar lugar a un «orden global» (y al fin de la historia). Este cosmopolitismo, desplegado manu militari cuando fue necesario, ha supuesto un verdadero internacionalismo liberal de las élites, ha defendido la superación de las constricciones derivadas de la soberanía nacional y la instauración de un «gobierno global» que no es sino la cartografía reconfigurada de la dominación occidental. La mundialización capitalista contó con la entusiasta colaboración de la “izquierda” socialdemócrata (Blair, Clinton, Hollande, Schöreder…), lo que le ha acarreado su disolución moral y política en el proceso y la apertura del camino a las derechas más radicales. La mayor parte del resto de la izquierda occidental, también hechizada bajo los efluvios del cosmopolitismo y el “europeísmo” (euroliberalismo) y la superación floripondia de fronteras y símbolos nacionales, se transformó así en políticamente irrelevante.

Desmundialización

Walden Bello, intelectual filipino y fundador de Focus on the Global South, fue quien acuñó el término “desglobalización” en 2001. Ha señalado el reguero de crisis económicas acompañantes de la mundialización, la más devastadora la de 2007-2008 (probablemente, la que se inicia con la pandemia del Covid-19 será aún peor). En su análisis, la globalización ha consistido, esencialmente, en privatizaciones de servicios públicos, la pérdida de soberanía política de los gobiernos elegidos democráticamente en favor del dominio económico de las grandes corporaciones multinacionales, la desreglamentación de los controles fiscales y comerciales, el fetichismo de los “mercados eficientes”, desindustrialización, desempleo, precarización del trabajo, autonomización y descontrol del “capital ficticio” (financiero) y de toda su lógica de deuda, especulación y burbujas… en definitiva, laminación de todas las barreras políticas, sociales y culturales para la expansión desbocada y ecocida del capital.

Con una izquierda mundial fuera de juego en el diagnóstico e impugnación de la globalización, en consonancia con su padecimiento de ese “eclipse de la cuestión estratégica” que señalaba Daniel Bensaid, las extremas derechas se han ido apropiando demagógica y oportunistamente de aspectos importantes de la crítica y el debate que anticipó el movimiento antiglobalización (Seattle, 1999). La derecha radical representada por políticos como Le Pen o Trump ha liderado un discurso por renacionalizar la economía. Y aunque la globalización se postuló como “el cierre del marco historico-político en el binomio indisoluble de la democracia liberal y el sistema económico de mercado” (Zizek), los partidos de extrema-derecha combinan sin contradicción aparente sus reivindicaciones “nacionalistas” con una gobernanza que salva a las instituciones financieras a costa de la ciudadanía, mantiene el furor por la “acumulación por desposesión” (David Harvey) y las pulsiones desdemocratizadoras ligadas a la represión de las minorías y al racismo contra los emigrantes

La crítica política que contiene la propuesta de desmundialización de Walden Bello está en las antípodas de las derechas radicales. Se trataría de articular todo el arsenal de ideas progresistas que se han venido acumulando (ecosocialismo, decrecimiento, ética de cuidados e intergeneracional, soberanía alimentaria, feminismo, buen vivir, socialismo del silgo XXI…) para impulsar una transición progresiva hacia la desmundialización. La gubernamentalidad neoliberal mundial sufre cada vez más de una importante crisis de ilegitimidad. Esta propuesta tendría como eje central subordinar la economía a la política y poner en el centro de gravedad valores como cooperación y comunidad en detrimento de competitividad y eficiencia.

La orientación hacia la desmundialización contemplaría medidas y acciones de esta naturaleza: producción para el mercado doméstico, medidas arancelarias para proteger las economías locales, maximización de la equidad (mercados internos y recursos financieros propios vigorosos) y el equilibrio ecológico, relocalizar y acercar los espacios de producción y consumo, restableciendo los “circuitos cortos”, sistemas de energía y transporte autocentrados y sostenibles, enfoques de género e intergeneracionales (derechos de la infancia), tutelas políticas de la economía, instituciones regionales basadas en la cooperación y en las complementariedades, fiscalidad progresiva y tasas a las transacciones financieras, desmontaje de la arquitectura institucional neoliberal (OMC,BM y FMI, tratados europeos, tratados de libre comercio…).

Andalucía en la necesaria desmundialización

La desmundialización es un paradigma cuya lógica central impulsa y precisa de la soberanía política y de la democracia. El Covid-19 ha funcionado como una alarma muy contundente sobre el abismo planetario al que conducen el dominio político de las grandes transnacionales y una razón instrumental capitalista ajena a todo control democrático. Crecientes e intensas desigualdades sociales, violencias bizarras, irracionalidad sistémica y colapso ecológico no son distopías futuras, sino el horizonte inmediato que se está materializando ya.

La conectividad y la solidaridad mundiales son compatibles con la necesidad de recuperar escalas de producción y consumo locales, armoniosas, equitativas y ecológicamente sostenibles. Andalucía es un marco político, cultural y económico propicio para pensar, desde aquí, ese tipo de horizontes autocentrados, colaborativos con otros pueblos y con soberanía política para un pensamiento y una praxis no depredadoras. Andalucía debe reclamar la producción de proximidad y la soberanía alimentaria, desconectarse de las cadenas mundiales de suministros y de un modelo de turismo social y ecológicamente devastador, defender modelos de movilidad sostenibles mediante el transporte público y la bicicleta, realizar una reforma agraria anti-terratenientes, ecológica y democrática, apostar por la producción cooperativa, construir industrias locales sostenibles ambientalmente y justas laboralmente.

Accionar el freno del tren enloquecido que es la globalización capitalista no puede tener lugar sin poder político sustancial, no meramente administrativo y las colaboraciones y sinergias internacionales y supranacionales de carácter democrático serán posible residenciando el poder político en escalas y demarcaciones humanas y sociales sostenibles. Esta lógica conlleva, por tanto, definir el programa de cualquier izquierda andaluza posible a partir de la reconstrucción de una mirada estratégica liberada de tics y compulsiones vacías de significado (cambio de modelo productivo, modernizaciones) y cuyo contenido político esencial resida en la construcción de subjetividad política y en el derecho a decidir para subordinar la economía a la política democrática. Se le llame como se le llame, el “socialismo o barbarie” que reverbera en la tesis de la desmundialización exige que esta se haga efectiva en esferas y regiones de una escala cultural, política y democrática racional, como es Andalucía, por su profundidad histórica y por la urdimbre de sus lazos colectivos, y a través de lógicas de autodeterminación de su propio devenir. Este es el único modo democrático y sostenible de sumar sinergias en un mundo que ha de reformularse a escalas colectivamente razonables, quebrando la “enfermedad del gigantismo” (Arundhati Roy), a través de lo local, mediante cadenas de suministros de proximidad, con empleos de calidad y ecológicos y haciendo de la solidaridad y la democracia fuerzas materiales.

1Focus on the Global South, The Paradigm: Deglobalization systemicalternatives. org/2014/02/14/the-paradigm-deglobalisation/

2 “El cosmopolitismo neoliberal”. Peter Gowan. New left review n.º 11