El corazón de Andalucía no está en sus tres ciudades históricas más relevantes, sin menospreciar al resto de ciudades y pueblos de nuestra tierra. No está en la cordobesa plaza de las Tendillas, presidida por el Gran Capitán, ni en el epicentro de Granada, presidido por los Reyes Católicos. Tampoco está en el centro de Sevilla, con las estatuas ecuestres del Cid y Fernando III.
No vemos ondear la bandera andaluza en las céntricas plazas o avenidas de dichas ciudades. Hay que ir a la periferia para contemplarlas. Si bien, como dijo Blas Infante: “La bandera andaluza, símbolo de esperanza y de paz (…), no nos traerá ni la paz ni la esperanza ni la libertad que anhelamos, si cada uno de nosotros no la lleva ya plenamente izada en su corazón”. Andalucía saldrá de su letargo, inducido a lo largo de la historia por los que la han despreciado y explotado, cuando despierten del letargo nuestras conciencias y corazones.
En este sentido, si no somos conscientes del lastre más oscuro, que nos ha dejado casi sin aliento, no podremos denunciar y conquistar todo lo que nos han robado y negado. Qué bien lo expresa Miguel Hernández: “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma, ¿quién, quién levantó los olivos? No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor (…)”. Solo un corazón que siente, se emociona y padece, solo un corazón con alma de poeta puede clamar aquella maravillosa balada que Rafael Alberti compuso a los poetas andaluces: “¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora? ¿Qué miran los poetas andaluces de ahora? ¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora? Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde los hombres? Con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres? Con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres? Cantan, y cuando cantan parece que están solos (…) ¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie? ¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie? ¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie? ¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?”. Podríamos añadir ¿Qué hicieron con nuestro 4 de diciembre de 1977? ¿Qué hicieron con nuestro 28 de febrero de 1980? ¿Qué hicieron para que, después de cuarenta años, sigamos padeciendo tanto empobrecimiento y exclusión social? ¿Qué hicieron para que la nación andaluza, con más población y riqueza natural, no reparta ese maná entre todos sus hijos/as? ¿No habrá quién responda a tanto escarnio?
Ni siquiera nuestra principal arteria de vida, columna vertebral histórica, manantial fecundador de nuestros campos, es competencia de nuestra autonomía andaluza. Como le cantó nuestro gran Luis de Góngora al río Guadalquivir: “¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas!” Nuestro “rey” nos lo han deportado. No decidimos los destinos del caudal del romano Betis y Guadalquivir andalusí que fertiliza las inmensas campiñas jienenses, cordobesas, sevillanas y gaditanas, que recibe el agua más pura y fresca de nuestra Alta Andalucía, a través del río Genil.
Hace ya muchos años, allá por los años veinte, nuestro querido Federico García Lorca, maltratado y matado por la peor inmundicia que Andalucía ha padecido, percibía el ambiente caciquil, causante de los “dolores” de Andalucía, en palabras de Blas Infante. Incluso a Federico su propia ciudad le sobra, como le llegó a decir a Fernández Almagro: “esto no es Andalucía. Andalucía es otra cosa”. La Andalucía de Lorca es “la Andalucía del campo, de sus gentes, de su tierra, aquélla que se halla indisolublemente unida a su concepto de arte”. La Andalucía de Lorca es la que le hace inclinarse a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro.
Nuestro poeta andaluz buscó, se encontró y se enamoró del corazón de Andalucía, un corazón que rebosa universalidad por los cuatro costados. Por las mismas venas de Juan Ramón Jiménez corría la sangre de ese corazón, de ese sentir andaluz, concediéndose a sí mismo el título de “andaluz universal”. Son hijos de su matria andaluza. Al igual que Blas Infante sentían y querían transcender las fronteras, articular un compromiso con su tierra, con España y con la Humanidad.
Solo desde ese corazón solidario, sin fronteras, entrañable, podremos conseguir el anhelo, la utopía en la que soñó Luis Cernuda, cuando en 1933, todavía joven, escribió: “Confesaré que sólo encuentro apetecible un edén donde mis ojos vean el mar transparente y la luz radiante de este mundo; donde los cuerpos sean jóvenes, oscuros y ligeros; donde el tiempo se deslice insensiblemente entre las hojas de las palmas y el lánguido aroma de las flores meridionales. Un edén, en suma, que para mí bien pudiera estar situado en Andalucía”.