Dos años del incendio de Doñana pero, ¿hemos aprendido?

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Hoy, 24 de junio de 2019, se cumplen dos años del fatídico incendio que afectó a 8.500 hectáreas de monte, pinar de pino piñonero y matorral, en el parque natural de Doñana. Se inició en Moguer, Huelva, al parecer por una negligencia en una carbonería, afectando a una parte del Parque Natural. Extinguir este incendio fue muy complicado, no sólo por las altas temperaturas y la poca humedad, sino por las rachas de viento de alta intensidad que provocaron constantes cambios de dirección en las llamas. El fuego dejó a su paso un paisaje desolador pero también una ola de solidaridad; cientos de personas contribuyeron voluntariamente a la limpieza de la zona mientras se llevaban a cabo los primeros trabajos de emergencia. En esta ocasión no hubo que lamentar pérdidas humanas, pues los trabajos se centraron primero en el factor seguridad ciudadana, debiendose dejar de lado incluso la extinción del propio fuego, que tardó 72 horas en ser controlado, pero, ¿hemos aprendido?

Este incendio es el más grave de todos los registrados en la comarca en toda su historia tanto por la vasta superficie afectada como por el alto valor ecológico de la misma, como por el número de personas desalojadas, más de dos mil, sobre todo de Mazagón y Matalascañas, pero también en cámpines, hoteles y campamentos agrícolas, incluso se desalojaron los 14 linces ibéricos que se recuperaban en el centro de cría del Acebuche. Es uno de los capítulos más importantes de la historia de los incendios forestales en Andalucía. Las organizaciones ecologistas ya venían durante años alertando del elevado riesgo de incendios forestales en la zona por la invasión de los montes públicos con tendidos eléctricos, pozos ilegales en medio de los pinares con instalaciones eléctricas, construcciones aisladas, fincas ilegales y todo tipo de actividades forestales, denunciando también las amenazas que se cernían y ciernen sobre Doñana, como el uso ilegal del agua y del suelo por la agricultura intensiva de regadío o proyectos como el almacén de Gas Natural o el dragado del río Guadalquivir. Doñana es la zona húmeda más importante de Europa, refugio de millones de aves migratorias. Los pinares y montes de Doñana son un hábitat clave de especies como el lince ibérico y el águila imperial.

Existe una alta relación entre el clima y los incendios forestales. Aunque el calentamiento global  no causa en sí incendios forestales, la responsabilidad directa procede muchas veces de la negligencia de las personas (colillas de cigarrillos, hogueras que no se extinguen de manera adecuada, etc.) o se deben a causas naturales como «rayos secos» procedentes de tormentas eléctricas en las que apenas llueve. Lo que sí que es cierto es que el cambio climático agrava las consecuencias y aumenta el riesgo de incendios forestales. El aumento de las temperaturas y la escasez de agua dan lugar a un combustible vegetal más reseco, por lo que el riesgo de ignición llega a ser muy alto y cada año durante una temporada mayor. Por ello, los incendios aumentan en virulencia, frecuencia e intensidad. Andalucía está situada en un área biogeográfica de transición y es más vulnerable que otras regiones al cambio climático. Además, estamos viendo disminuidos y devaluados nuestros espacios forestales por lo que no basta con aplicar modificaciones presupuestarias que favorezcan las restauraciones sino que es fundamental comenzar a paralizar los proyectos que supongan la pérdida de arbolado y de monte público.

Acabamos de saber que el 20% del Parque de los Alcornocales se ha secado debido a una “enfermedad seca”, pero sin duda han tenido una relación directa con este secado la sobreexplotación de los acuíferos, la caza, que limita la cantidad existente de brotes nuevos de especies vegetales, la industria del corcho, las cada vez más largas sequías, las olas de calor. Por otro lado y en general, la deficiente Ley de Montes, el mal mantenimiento de los bosques y sus cortafuegos, el abandono y devaluación del medio rural, la especulación inmobiliaria, ect., todo tiene su incidencia en la probabilidad de ignición de los montes, y una vez incendiados, los vientos inestables, en rachas de intensidad creciente y el aumento de temporales, pueden poner en riesgo muchas vidas humanas, animales, vegetales y ocasionar pérdidas económicas y de empleo irrecuperables, influyendo sobre el grado de desertificación, la temperatura, el aire respirable y la calidad de vida en Andalucía. Informes previos al Plan del Clima 2050 para Málaga, por ejemplo, en el que se analizan las vunerabilidades de la provincia andaluza frente a la calidad medioambiental, reflejan la evolución al alza de los grados desde 1973, con una previsión de 2,6 grados más para 2030. Para el 2050 se prevée que, además, los días de altas temperaturas se hayan incrementado entre 34 y 59 días al año, lo que quiere decir que el verano pueda extenderse hasta casi medio año y subiendo.

Tratemos de imaginar las previsiones futuras si continuamos a este ritmo y no tomamos medidas. La declaración de Emergencia Climática por sí misma no bastará para hacerle frente a esta emergencia si no viene acompañada de un plan político de transición ecológica a corto y a medio plazo. Pero, ¿pueden las mismas políticas económicas que han creado este problema darle una solución? Esta es sin duda una buena pregunta… Tomémosnos esta transición como una oportunidad, empecemos por extremar los cuidados para que este verano se den la mínima cantidad posible de incendios y luchemos para que se persiga eficientemente a los artífices de los incendios intencionados. También es necesario se detengan todos los proyectos especulativos sobre espacios naturales protegidos, o no protegidos pero naturales, con o sin arboleda.  Promover un modo de vida que además de fomentar el reciclaje reduzca la cantidad de residuos producidos, sobre todo plásticos, el gobierno debe promulgar medidas de política legalmente vinculantes para reducir las emisiones de carbono a cero neto cuanto antes y reducir los niveles de consumo, continuar con la ampliación del servicio y mejoras de los medios de transporte públicos, exigir un uso cada vez mayor de alternativas a los combustibles fósiles, combatir la desertificación y fomentar la restauración de bosques con especies autóctonas, promover el consumo de productos locales para evitar el gasto de combustible por el transporte, fomentar la economía regional, aumentar la presencia de alternativas vegetarianas y veganas en menús de colegios, empresas, administraciones públicas, apoyar el desarrollo local y a las asociaciones y organizaciones que se preocupan por el medio ambiente, entre otras medidas.

Lo que no alberga duda es que hay que pasar a la acción.

Esta vez nos lo jugamos todo.