En unos pocos días se cumplirán 15 años desde que la multinacional Delphi anunciase el cierre y deslocalización de su fábrica de piezas de Puerto Real. 1900 trabajadores del metal quedaron sin empleo y su futuro se vio truncado para siempre.
Hoy, 15 años después, el balance es aún más negativo que el del momento del cierre. Chaves y Rodríguez Zapatero engañaron a los trabajadores con sus promesas de “no dejarlos tirados”. Y la pantomima de los cursos de formación solo sirvió para que la empresa recibiese aún más dinero y ayuda pública. Este caso es un claro exponente del capitalismo asistido que tanto gusta a los más feroces defensores del neoliberalismo.
Tras los compromisos vacíos y los engaños se sucedieron más y más engaños, hasta sumir en la ruina y desesperación a buena parte de las personas afectadas por el cierre. Paro, emigración y precariedad son la constante a la que han tenido que enfrentarse y el escenario en el que hoy se mueven sus vidas. No hay más que visitar Puerto Real y preguntar por cualquiera de ellos.
Además, se han visto perseguidos por las decisiones que Junta de Andalucía adoptó respecto de ellos y de las que ahora no responde. Años después siguen recibiendo notificaciones de las numerosas demandas que SEPE, TGSS o FUECA están dirigiendo contra ellos: las víctimas del cierre. La nueva vuelta de tuerca consiste en reclamarles cantidades económicas de las prestaciones de desempleo, incapacidad, jubilación, etc. que percibieron tras el cierre. Ni empleo ni protección social. Es el ataque final, la última ofensiva contra quienes levantaron la factoría e hicieron obtener pingües beneficios a la multinacional que vendía piezas a BMW, Toyota o Mercedes. Así es el turbocapitalismo cuando encuentra mano de obra más barata. Olvida, margina y excluye.
Culpabilizar a la víctima es la estrategia que el poder ha adoptado con respecto a quienes en otro tiempo les eran imprescindibles. Y así, ahora asaltan con notificaciones el día a día de un colectivo -los ex Delphi- marcados por la desesperanza y la frustración. Ni siquiera el Gobierno de progreso ha revertido esta dinámica y ahí persiste, para convertir en aún más injusta la situación.
El anunciado cierre de la planta de AIRBUS, también en Puerto Real, solo pone de manifiesto que el compromiso de empresarios y gobernantes solo atiende a sus más oscuros intereses. Por eso, la Bahía de Cádiz va camino de convertirse en un desierto industrial. Y lo que es peor: nada importa a los de arriba que quienes viven y trabajan allí mueran de hambre o sed.