El estuario: fortaleza y debilidad del Río Grande

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Se escribe y se lee con frecuente que el río Guadalquivir articula el territorio andaluz, que lo ha vertebrado históricamente desde el punto de vista económico y cultural, que nos ha ubicado en el mapa. Tal es su fuerza simbólica. Sin embargo, pasa desapercibida su importancia ecológica, fundamento sobre el que se sustenta una parte importante de las actividades humanas, especialmente en su curso bajo. Lo cierto es que como consecuencia de distintas acciones de ingeniería, el río está profundamente transformado: podríamos decir que el fomento de políticas agrarias, el control de sus fluctuaciones y avenidas para prevenir inundaciones, las acciones para el favorecimiento del embalse de agua en una zona con tantas oscilaciones hídricas, estrategias energéticas y mantener y fomentar su navegabilidad han sido factores clave para entender su configuración actual en su curso medio y bajo durante los dos últimos siglos, que ha sido responsabilidad de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Qué documentación cartográfica tan rica pudimos disfrutar en la exposición “Guadalquivir. Mapas y relatos de un río”, que entre el otoño de 2017 y la primavera de 2018 disfrutamos en el Archivo de Indias de Sevilla, con motivo del 90 aniversario de ese poderoso organismo que gestiona toda la cuenca del río desde 1927.

Y todo ello ha tenido un efecto decisivo en su desembocadura, en ese espacio del estuario donde convergen las aguas saladas que introducen las mareas en el río y las fluviales cargadas de todo tipo de materiales y agentes químicos (nitratos, fosfatos y silicatos), procedentes de las aguas residuales urbanas y de esa agricultura cada vez más intensiva que va homogeneizando el paisaje andaluz. Lo cierto es que el estuario es hoy un tubo; es decir, un cauce sin conectividad apenas con sus márgenes de inundación mareal, pues ha habido un proceso histórico de desconexión con marjales y marismas. Mientras que el debate público ha estado dominado en los últimos años sobre la conveniencia, o no, del dragado del cauce del Guadalquivir en su tramo hasta Sevilla –y esta semana hemos vuelto a tener noticias al respecto-, desde mediados de los años noventa, un grupo de investigadores de las agencias IFAPA (Instituto de Formación Agraria y Pesquera de la Junta de Andalucía), IEO (Instituto Español de Oceanografía), CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) y distintas universidades andaluzas (destacando Córdoba y Cádiz) vienen desarrollando una intensa labor de investigación.

Lo que ha puesto de manifiesto este seguimiento científico es la importancia crucial del estuario en las dinámicas ecológicas que lo vinculan con el Golfo de Cádiz y sus pesquerías. Hoy se dispone de un importante banco de datos sobre cadenas tróficas, desde microorganismos a grandes predadores o sobre correlaciones entre los parámetros hídricos y ecológicos que más afectan al estuario: salinidad, turbidez, temperatura, descargas de agua de los embalses del tramo inferior del río y agua de lluvia, y la relación de todo ello con las distintas comunidades que pueblan la zona: fitoplancton, misidáceos, alevines y peces adultos… Todo ello pone permite a los científicos aventurar modelos que ayudan a entender las dinámicas ecosistémicas, lo que permitiría proponer medidas que tengan un efecto real sobre esos  ecosistemas, atendiendo a los datos disponibles, y no a intereses económicos de algunos sectores específicos de la zona, como ha quedado de manifiesto con el debate sobre el dragado. También permite alertar sobre amenazas cada vez más reales, como los efectos contaminantes que puede acarrear la actividad minera que está siendo impulsada desde el gobierno autonómico como nuevo modelo económico regional. También sirve para alertar sobre la necesidad de mejorar tanto el manejo de cultivos como la depuración de aguas.

Lo que está en juego en la zona es un nuevo modelo hídrico, no solo en Doñana y su entorno, sino en el estuario del Guadalquivir. De hecho, la Consejería de Medio Ambiente (ahora rebautizada) ha aprobado un proyecto coordinado desde WWF-España (World Wild Fund) para la recuperación y restauración de zonas de marismas en la margen izquierda, a la altura de Trebujena, que permitiría promover nuevas actividades como la acuicultura extensiva, el turismo de naturaleza y ornitológico, o simplemente que los ribereños pongan en marcha proyectos personales, porque desean recuperar la memoria riachera, como Jerónimo, de Trebujena, respecto a la navegación a vela. Son distintos pasos que apuntan a una nueva dirección: recuperar, aunque sea parcialmente, la hidrodinámica del estuario, mediante la reconexión con marjales y marismas abortadas; y de ello se espera unas mejores condiciones ecosistémicas.

Se trata de recuperar las relaciones históricas de las poblaciones con el estuario; incorporar sus saberes y expectativas a los procesos políticos; promover el diálogo entre los actores locales, los responsables políticos, los científicos y las organizaciones sociales, tanto ambientalistas como patrimonialistas. De este modo, los modelos imaginados hasta el momento pasan de ecosistémicos a socio-ecosistémicos, y el enfoque multidimensional e interdisciplinar (ecología, oceanografía, biología, antropología, economía…) se hace más real. Frente al trabajo monástico de distintas organizaciones y personas para recuperar esas conexiones, los medios de comunicación siguen absortos con el canto estridente de los grillos que cantan a la luna. No se trata de usar magnitudes abstractas como el empleo, las toneladas de carga, el número de turistas, sino de situarse sobre el terreno, reconstruir prácticas y saberes de los municipios ribereños, deshacer parte de la historia de ingeniería hidráulica, ahora que el conocimiento acumulado nos pone de manifiesto la importancia de las dinámicas ecológicas de los ríos y del papel clave en sus estuarios de las zonas de inundación mareal, para oxigenarlos, para nutrirlos. Sólo entonces podrá surgir un nuevo concepto de riqueza, una idea no secuestrada por las magnitudes abstractas que representa el dinero.