El favor

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El clientelismo puede definirse  como una relación más o menos voluntaria entre individuos o colectivos desiguales que se intercambian favores. Toma mayor protagonismo en sociedades con superiores niveles de desigualdad y en economías empobrecidas, colonizadas y especializadas en perder (o en actividades con menor asignación de valor de cambio aunque sean más relevantes para satisfacer necesidades). Se trata de sociedades donde existe la convicción generalizada de que el favoritismo es una de las únicas maneras de inserción laboral, obtención de rentas o promoción social. Andalucía es una de ellas.

En la Europa occidental, pocas economías son más desiguales que la andaluza. El origen de la trayectoria de la Economía capitalista en Andalucía se encuentra en la conquista castellana, que genera el latifundismo o sistema de gran propiedad de la tierra, elemento básico del sistema socioeconómico andaluz. La historia de Andalucía está marcada por haber sido un territorio pionero en convertir a la naturaleza en mercancía, en propiedad privada de una clase privilegiada y, como consecuencia, crear unas mayorías que deben convertirse en mercancías para poder lograr la subsistencia. La Economía andaluza, por tanto, pasó pronto a ser capitalista y con ella se fue construyendo una sociedad en torno a los mercados capitalistas, de personas (mercado de trabajo) y de tierra (mercado inmobiliario). Desde entonces, Andalucía ha sido una sociedad polarizada entre una elite acaparadora de recursos y una enorme mayoría de personas desposeídas.

A lo largo de la historia andaluza, unas pocas sagas familiares se sirvieron del poder para extraer rentas a partir de la apropiación de lo comunal, de la violencia física y cultural, etc. Unas minorías locales o extranjeras han tenido una enorme capacidad de «extracción» a partir de su capacidad para tomar parte o influir en las decisiones de las instituciones estatales. El Estado español ha amparado esta situación para, de un lado, hacer viable el capitalismo español y, de otro, permitir a las elites andaluzas que organizaran a su gusto el capitalismo autóctono, explotando directamente o como testaferros de empresas de capital foráneo.

El cacique local, en nombre de la elite dominante, garantizó la compatibilidad del modelo político y económico andaluz dentro del Estado español. Por su parte, las mayorías dominadas y explotadas se podían dividir en dos grandes grupos, a saber: uno formado por gente que decide cooperar con el poderoso a la espera de que su sustento sea otorgado por su favor; un segundo grupo compuesto por la gente que sufrirá mayor exclusión por favorecer la acción colectiva y la cohesión horizontal de la clase dominada. Son aquellas a las que cantaba Manuel Soto “Sordera”: “Con lo poquito que había/yo hice una partición/mis hermanos son aquellos/que tengan igual que yo.”

En una sociedad tan injusta, polarizada y jerarquizada como ha sido y es la andaluza, el necesario consenso social se ha obtenido fundamentalmente a través del trato de favor originado en las relaciones clientelares. Las elites andaluzas necesitaron poner en marcha mecanismos redistributivos en forma de repartos de tierra, beneficencia pública y privada en manos de la siempre aliada Iglesia católica, subsidios, expedientes de regulación de empleo y/o programas socialdemócratas tanto más radicales cuanto más amenazante se presumía la indignación de las clases populares. El clientelismo, desde el patronazgo señorial hasta el clientelismo de partido, ha estado presente en la historia andaluza.

Con el denominado «consenso» de la Transición, el freno al reparto de la tierra y el respeto a la propiedad privada de los medios de producción consolidaron un nuevo clientelismo. Como apuntó el profesor Cazorla, el viejo clientelismo personal fue sustituido por el clientelismo de partido. La clase política socialista andaluza se lanzó a la captura de un electorado acostumbrado a las relaciones clientelares. Así lo expresa el profesor Arenas en su magnífico “Poder, economía y sociedad en el sur. Historia e instituciones del capitalismo andaluz”: “El PSOE se fue convirtiendo en el gran patrón colectivo de los andaluces. Como ocurrió con anterioridad en el primer franquismo, miles de personas se incorporaron a sus filas en los primeros años ochenta. Como los ‘camisa nueva’ de antaño, una pléyade de ignotos socialistas, en menor medida comunistas, sindicalistas y empresarios, se aprestaron a gestionar el poder otorgado por las urnas.”

Por tanto, “la Autonomía democrática” que impide toda autonomía real tampoco ha contribuido a mejorar las cosas. Durante más de tres décadas, la clase política socialista ha utilizado la Junta de Andalucía para construir pactos en los que han participado las grandes empresas foráneas, las elites locales, clientes del sistema político y algunas de las instituciones garantes del mismo, como patronales o sindicatos mayoritarios. Esa ha sido la enfermedad, el caso de los ERE’s ha sido uno de los múltiples efectos de la misma.

El clientelismo, relacionado claramente hoy día con la corrupción, es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE o de la creación de la propia Junta de Andalucía como instrumento de no-autonomía. El mal reparto se encuentra en la raíz de esta situación que empeora en la medida que nuestra alimentación, agua, energía, tecnología, ahorros, etc. son elementos controlados por corporaciones capitalistas que ahondan en la desigualdad.

Desde el poder que le otorga el poder comprar, el Capital lo compra casi todo y a casi cualquiera. En estas circunstancias, la corrupción y el clientelismo son la norma. La democracia una quimera. Por tanto, miremos más a la propiedad que al gestor político que le facilita el saqueo. Sin propietario explotador y corruptor no habría manijero corrupto.  Establezcamos la lucha por El Reparto pues, de lo contrario, continuaremos debiendo suscribir aquello que decía Jesús Pabón en 1935: «Para la gente de mi tierra hay algo que rige, absolutamente, la vida: lo contrario de la justicia: el favor».