Elogio de la cháchara

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Este próximo mes de septiembre se cumplirán dos años de las I Jornadas de Uso del Espacio Público con las que introducimos en Jerez la necesidad de un debate profundo y radical sobre el modelo de ciudad. Es cierto que anteriormente ya se habían planteado cuestiones relativas a este debate, pero de forma muy concreta y aislada (como las referentes al ocio nocturno en zonas como la Plaza Vargas o el botellón en San Mateo) y no contextualizadas dentro de ese marco común del modelo de ciudad. Desde esas primeras Jornadas hasta ahora se han sucedido distintos actos (como mesas redondas o ponencias) sobre el modelo de ciudad, y este debate se ha introducido en el campo de batalla político, a veces, hay que decirlo, de una manera absurda, surrealista y hasta mezquina y ruín.

Invitado como organizador de esas Jornadas de Uso del Espacio Público a una de estas mesas redondas sobre espacio público y movilidad, tuve la suerte de ser la persona que cerraba el turno de exposiciones, lo que me permitió comprobar cómo hay otro paso en la sucesión de relaciones que nos llevan de lo particular a lo común que se nos hace necesario para comprender la magnitud del problema al que nos enfrentamos. Y es que tal como nos cuenta Horacio Espinosa en su artículo Turismofobia para eldiario.es: «patologizar el malestar social, etiquetar el debate desde una perspectiva fóbica nos hace plantearlo desde lo ‘irracional’ y ‘desproporcionado’ y situando el problema en aquellas personas que no son capaces de adaptarse al nuevo medio urbano y no en un sistema que es innatamente fallido».

Para aquella exposición de la mesa redonda sobre movilidad, me permití el lujo de freakear un poco e introducirme en ella a través de un pasaje de todo un referente cultural: Amanece que no es poco. A mitad de película, Ngé Ndomo, catecúmeno de minoría étnica y negro como un tizón (si le viérais las ingles…), enseña al niño deprimido a bailar parachangó, y acto seguido ambos emprenden juntos un paseo por las calles del pueblo. Este paseo, en zigzag, despierta al niño la curiosidad, lo que le hace preguntar el porqué de ese zigzagueo, a lo que el bueno de Ngé le responde que esto le permite “tardar más en hacer el recorrido y, por tanto, pensar mejor hacia dónde va uno”. Esta escena nos permite ver cómo el pasear o el caminar no sólo tiene que ver con el ir, sino también, y sobre todo, con el ser. Lo mismo ocurre con el famoso relato de El Peatón, de Ray Bradbury, quien nos muestra a un personaje cuyo ser se construye a través de su faceta de paseante. En definitiva, nos encontramos planteándonos el pasear y el caminar no desde el ir, sino desde la construcción del ser tanto individual como colectivamente. Y es que nada tiene que ver el cómo anda Ngé o el señor Mead, con cómo lo hacen sus vecinos, pero tampoco tiene nada que ver cómo se pasea por Jerez a cómo se hace por Madrid, Sevilla, Barcelona o El Bosque. Nada tiene que ver cómo se pasea por Conil a cómo se hace por Londres, o cómo se pasea por Conil en invierno y cómo se hace en verano. O como se paseaba por Zahara de los Atunes hace veinte años a cómo se hace ahora. Lo dicho, hablamos de cómo el espacio público y el uso que nuestro cuerpo hace de éste construyen nuestro ser.

Sin embargo, el que nadie nombrara al Capitalismo en ninguna de las exposiciones anteriores provocó que inevitablemente tuviera que comenzar poniéndole nombre a la enfermedad que nos aflige. Esto hizo que debiera establecer la conexión del Capitalismo con los pasajes de Ngé y del Sr Mead, y, sin duda, la conexión existe. Nuestras calles y plazas se han mercantilizado y el espacio público se ha convertido en únicamente lugares por los que ir, en meros nexos de unión de mercancías, ya sea para ir al Luz Shopping o para ir a tomar unas tapas al centro. Cabe destacar aquí que es cierto que hay lugares en nuestras calles y plazas por los que no se va, sino en los que se está: estos lugares son aquéllos que se han privatizado, convirtiéndose en terrazas de bares. Ojo, volvamos a hacer hincapié en la no conveniencia de la simplificación y deducir de esto que abogamos por eliminar todas y cada una de las terrazas de bares del centro de nuestra ciudad, pero lo que no puede ocurrir es que éstas sean una imposición en cuanto al disfrute del espacio abierto, que ya no público. Con todo esto, no sólo se mercantiliza la ciudad, sino que también se mercantilizan las relaciones, dándose, tal como decimos, casi exclusivamente en el ámbito de lo privado en espacios de consumo. No nos debe extrañar, por tanto, que durante el transcurso de la presentación pública de las I Jornadas, se nos acercaran dos hermanas de alrededor de la decena de años, vecinas de nuestro barrio, para decirnos que querían quedarse allí, que tenían una fiesta de cumpleaños esa tarde, pero que le habían dicho a su madre que preferían quedarse allí. Y es que no saben lo que es vivir su barrio y sus calles, ya que sólo se relacionan con otras niñas en la escuela. Estaban alucinando. Y es que si no hay explotación del territorio, no hay señales de vida en él.

En resumen y definitiva, el espacio público se ha convertido en el espacio del ir, algo tan propio del Capitalismo, en lugar de el del ser o el estar. Y es que el ir y el correr son signos de nuestros tiempos, contra el ser y el estar, como lo es la producción frente a la contemplación, provocando que nuestro paso por el espacio público deba ser, como todo, un paso productivo. Esta homogenización elimina la posibilidad de crear espacios dialécticos, tanto para el ser individual como para el colectivo, y, por tanto, crea espacios en los que siempre pasa lo mismo, o lo que es lo mismo, espacios en los que nunca pasa nada, eliminándose también la producción del relato propio.

Volvamos a hacer hincapié en la no conveniencia de la simplificación y la demagogia… no, no queremos eliminar la vida de nuestras ciudades ni las fuentes de economía de éstas. Habrá quien nos haga esa pregunta fácil de “entonces, ¿qué queréis? No estáis contentos con na, picha”. La reflexión que expusimos en el comunicado que daba por finalizada la experiencia de las Jornadas de Uso del Espacio Público puede servirnos de punto de partida. Éstas comenzaron agarrándonos a la memoria del ser colectivo, personalizado en la figura de Emilia, a quien le pedimos que definiera su barrio. “¿San Miguel? La alegría”. Sin duda, una respuesta fruto del recuerdo. Así, las Jornadas no pretendían otra cosa que devolverle la alegría a Emilia y a su barrio. Sin embargo, éstas se desarrollaron durante dos ediciones, un fin de semana del 2015 y otro del 2016, y aquello se convirtió en un mero espectáculo a la manera de Debord, con la sustitución de lo original por su apariencia, llegando incluso a tener la sensación de que invadíamos el barrio en lugar de convivir en él. De todo esto concluimos que el uso del espacio público debe ser cotidiano, sencillo, espontáneo y natural, y éste (el espacio público) tiene que dar la oportunidad de que así sea. Por ello, a los distintos partidos que se les llena la boca con dar vida a sus ciudades mientras se encargan de acabar con ellas, hay que pedirles que se echen a un lado, que dejen de hacer sobreesfuerzos para aparentar fortalezas y que dejen que la vida se la demos la gente. Cuando todas las decisiones políticas que estáis tomando se dirigen hacia un modelo de ciudad regido por la explotación capitalista de sus recursos, lo otro es una farsa. Ejemplos hay muchos, pero el que no se me borra es el de aquel fin de semana que el Ayuntamiento “regaló” las calles de su centro a los niños y las niñas… con una exposición de coches de la marca Seat en cada plaza en la que había organizadas actividades para peques. Sencillamente cómico, si no fuese por lo triste que es.

En definitiva, no podemos dejar la gestión de todo lo que pasa en la ciudad a aquellos/as representantes políticos/as que la gobiernan, pues de ahí sólo saldrá espectáculo. Tendremos que recuperar la calle, las sillas de playas, las tizas, las miradas y las chácharas. Y todo ello sin que nadie organice nada para ello. Es como darle una caja de cartón a un grupo de niños y niñas. Ya se encargarán de construir un juego con ella.

Autor: José Luis Fuentes Benítez.