El próximo abril se cumplirán dos años de la muerte de José María Manjavacas: profesor universitario, antropólogo, defensor de los valores de nuestra cultura andaluza frente a la politización y el uso partidista, activista social, miembro de la coordinadora nacional de Asamblea de Andalucía, colaborador con varios artículos en Portal de Andalucía… Murió durante el confinamiento duro de los primeros meses de la pandemia, no por el virus maldito sino por una enfermedad detectada cuando ya no había remedio. Sus amigos ni siquiera pudimos despedirnos de él. En estos días se le homenajea, primero hoy en Córdoba, en un sencillo acto en la Universidad (en la Facultad de Filosofía y Letras) en la que era profesor desde unos años antes, y en la de Sevilla, en la que realizó la licenciatura y el doctorado (por el Departamento de Antropología y la Asociación Andaluza de Antropología), el lunes 14. En recuerdo a él, publicamos hoy un trozo del artículo que Isidoro Moreno, que fue su director de tesis, compañero en muchas batallas por Andalucía y los Derechos y amigo muy cercano, le dedica en el libro que será presentado en los actos citados: Patrimonio y Ciudad. Homenaje a José María Manjavacas, un antropólogo comprometido.
«…En la Universidad de Córdoba, a la que se dedicó en cuerpo y alma durante los que fueron sus últimos años de vida, supo sacar a la Antropología del lugar gris en que se encontraba, construyendo un muy fecundo grupo de investigación, en gran medida transdisciplinario, Etnocórdoba, haciendo visible la disciplina a nivel ciudadano y logrando romper el muro que tan frecuentemente separan las aulas universitarias de los problemas sociales y de la gente común.
Nunca José María contempló la universidad como refugio personal, ni como lugar para dedicarse a hacer currículum académico desconectado de los problemas y las aspiraciones de la gente. Tanto en su etapa de alumno -en la que destacó por su madurez intelectual y su sentido crítico- como luego dentro de GEISA (Grupo para el Estudio de las Identidades Socioculturales en Andalucía), en su tesis doctoral y en los diversos proyectos en equipo en los que participó o dirigió, José María nunca actuó considerando a las ciencias sociales, y en concreto a la Antropología, como una especie de “astronomía” en la que el investigador está distante del objeto de estudio, sino como una herramienta de análisis y de potencial transformación de la sociedad en la que el investigador está inmerso. De ahí la coherencia entre su dimensión investigadora y docente, su dimensión sociopolítica y su dimensión humana; dimensión esta última que se agigantaba en las distancias cortas, como bien sabemos quienes fuimos sus amigos, sus colaboradores en la universidad o compañeros en organizaciones sociopolíticas y sus discípulos. Todos cargamos con el vacío de su ausencia. Ese vacío con nada puede llenarse. Pero continúa vivo su ejemplo: su bonhomía, su tenacidad y capacidad de lucha, su fidelidad a las convicciones, su disposición al compromiso, su empatía, su inteligencia.
El último texto que publicó José María fue en el digital Portal de Andalucía, en septiembre de 2019. Tenía un título demoledor y desesperanzado: “Patios de Córdoba: cierra una fiesta, abre un negocio”. Y no es que, sumido ya en su enfermedad, se hubiera rendido al pesimismo -él, que siempre había estado dispuesto a implicarse en batallas casi imposibles si eran por una causa justa- sino que, aun a pesar de la enfermedad, seguía con su mente lúcida y con la voluntad de decir públicamente lo que pensaba como resultado de sus análisis, aunque contraviniera poderosos intereses y a riesgo de ser calificado de agorero. Sus estudios sobre un tema tan central y querido por los cordobeses, su observación sobre la deriva de una fiesta que está siendo reconvertida -sobre todo tras su inclusión en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en 2012- en un espectáculo “curioso” para consumo de voyeuristas a quienes poco o nada interesan sus valores y significados, llevó a José María a la conclusión que refleja en ese título. Y porque a él le interesaba, sobre todo, la gente y los problemas de la gente, había publicado dos años antes otro artículo, este más extenso y académico (en el mejor sentido de este término) cuyo título era ya de por sí un grito de denuncia: “Córdoba; gente sin casa y bancos con casas sin gente”, donde pueden leerse frases tan hermosas como la siguiente: “En mayo de 2017, coincidiendo con el Festival de Patios, en la céntrica placita de Las Cañas, junto a la Plaza de la Corredera, tres familias abrían su patio: un patio cordobés por la vivienda digna. Apenas dos años antes, estas familias habían ocupado el edificio, propiedad del Banco de Santander… Abrir el patio fue una fiesta”.
A José María Manjavacas podríamos aplicarle la famosa frase de que nada de lo humano le era ajeno. Sobre todo, cuando lo humano refiere a su dimensión social e identitaria y al esfuerzo colectivo por superar las desigualdades e injusticias estructurales. El agravamiento de la enfermedad y su muerte en la situación de confinamiento duro de los primeros meses de la pandemia hizo imposible asistir a su sepelio en el Cádiz de sus amores y pasiones. La última vez que se pudo escuchar en público su voz fue en uno de los días del concurso de agrupaciones del Falla de 2020, en una corta entrevista radiofónica en la que se percibía ya la gravedad de su estado pero en la que no rehusaba a la esperanza de que su carnaval gaditano continuara, al menos en parte, encarnando una forma de vida, unos valores no mercantilizados y una utopía colectiva, tal como había escrito en diversos textos. Murió tras realizar un amplio informe con el análisis de las amenazas a la fiesta y recomendaciones sobre las posibles vías para preservar sus vertientes emancipatorias.
José María nos dejó no solo un buen puñado de publicaciones y la semilla de su ejemplo, sino también caminos por los que deberíamos transitar y profundizar, tanto en nuestras universidades y equipos de investigación como en el ámbito más amplio de los movimientos y luchas sociales. Recorrer esos caminos sería nuestro mejor homenaje al amigo, al colega, al maestro.»