Avanza el año apuntalando su segundo mes ya,
y parece que fuera imposible escapar de tan violenta tempestad…
Pero, por supuesto que se puede.
¡Vaya si se puede!
He ahí la palabra indomable y rebelde, la digna e inspiradora,
la guasona y la emocionante, la reflexiva y la sanadora.
Palabras que en febrero encuentran su mes favorito pal cachondeo y la denuncia,
pues cuando Arte y libertad se juntan, nada ni nadie se salva pese a sus argucias.
No se salva ese pueblo donde la interminable demora hace que las trabajadoras del SAD sientan su verdad pisoteada y sola; o donde el compadreo hace de la desidia el más triste porqué del vaciamiento de sus calles y la marcha de su juventud; o donde el ninguneo a esa fiesta que ‘tanto molesta’ (exacto, la que empieza por C y acaba por -arnaval) contrasta con el peloteo que recibe el calendario cofrade, el navideño o el rociero.
No se salva esa Andalucía que protege a duques y terratenientes chupa-aguas de marismas y olivares; esa donde, tras décadas de Juntas “socialistas” gobernando con migajas, ahora es el neo-facherío lo que, aparentando “ser del pueblo”, destroza los pilares de toda sociedad: la educación y la sanidad públicas (y quien no pueda costeárselas, ¡al hoyo!); esa donde los compinches mediáticos diestros de los gobernantes ultradiestros intentan acallar toda disidencia popular -incluso las libertarias coplas gaditanas-, no vaya a ser que la decencia del cante más democrático airee en cada rincón de nuestra matria el despotismo más antidemocrático.
No se salva ese Madrid donde una endiosada presidenta se pavonea por lograr acoger la Fórmula Uno, mientras silencia su negligente gestión de las residencias de ancianos en tiempos de pandemia y devastación.
Hablando de deportes, tampoco se salva esa España donde pasan desapercibidas las declaraciones de un futbolero entrenador contra las medidas fascistas y racistas que Europa propone como políticas de deportación, al tiempo que -oh, casualidad- se le quita hierro al hecho de que nuestro tenístico e idolatrado héroe nacional colabore con un régimen para el que los derechos de las personas no valen na de na.
No se salva la alcantarillada actitud del “buen patriota” que, cual sostén sumiso, se postra a capos Florentinos para los que subir el salario mínimo de los trabajadores “romperá el país” (hay que ver la de cosas que rompen el país…). El “buen patriota”, que se enorgullece de ser fiel al anacrónico trinomio Iglesia/ejército/monarquía (la cruz, el arma, la corona). El “buen patriota”, que exige el dogmático pin parental educativo, que grita contra una amnistía concreta pero no rechista ante la impunidad de alguna otra, o que escupe contra un tesoro cultural que todo territorio anhelaría: la diversidad lingüística. (Com bé sabem en aquesta terra de refranyers: / Ergel batek bide bat hartzen duenean, / el camí s’acaba, / pero o parvo queda).
No se salvan esos adalides de la libre -y desleal- competencia en la agricultura y su mercado desregularizado; esos que favorecen a intermediarios, multinacionales, grandes corporaciones e intocables capitales; esos que gustan de producir a ínfimos costes en terceros orígenes a base de todo tipo de productos insanos, oponiéndose a modelos cooperativos y también a leyes que intentan evitar que el pequeño y mediano agricultor/ a venda a pérdidas. Esos adalides que (manda narices) hoy se erigen en apoyos de las legítimas y comprensibles protestas del sector agrario, el cual sale a cortar autopistas por (entre otras muchas razones) no poder soportar un sistema feroz en el que la cadena compra al agricultor la patata por 32 céntimos y luego la vende por casi 2 euros (¡un 472% más caro!), en el que se deprime el consumo de productos de proximidad y en el que se ocupan -a base de talonario- las tierras de zonas rurales para despoblarlas de habitantes y convertir a estos en caladero de masa desempleada que sirva como mano de obra precarizada en las urbes.
No se salvan esos supuestos políticos de izquierdas que compran la matona publicidad contra la “alarma” de okupaciones, mientras a diario se cronifican los desahucios de cientos de familias que, desasistidas por el Estado, no pueden responder ante entidades bancarias y fondos de inversión que se lucran de lo lindo con sus inflexibles condiciones. Ni esos otros también “de izquierdas” que con su actitud condenan a Sáhara Occidental al más injusto de los olvidos, abandonando a un pueblo hermano que cada día se encuentra más desolado y más afligido.
No se salvan esos sindicatos policiales radicalizados en actitudes que recuerdan al blanco y negro, ni esa jurisprudencia heredera de quienes en tiempos de dictadura fallaban contra la propia balanza imparciales penas de sepultura.
No se salva ese internet cuyas redes sociales, foros, canales y páginas webs se llenan de misóginos que hacen de su absurda y reaccionaria obsesión contra el feminismo una ‘causa atrapa-jóvenes’ y una “bandera por la defensa de los hombres, cada vez más discriminados” (eso sí, no son machistas, porque tienen madres y hermanas…).
No se salva esa Argentina donde la clase currelante, consciente de que sus derechos fundamentales se van aún más al carajo, sale a las plazas denunciando la sociopatía de un dirigente que querría explotar hasta el aire que se respira. Ni esa “comunidad internacional” que mira para otro lado cuando se le pregunta por Palestina, aceptando así entrar en la Historia como la generación cómplice de la sinigual venganza perpetrada en Tel Aviv y financiada por Londres, el Tío Sam y su imperialista sed de matanza. Ni la barbarie que en Somalia, Siria, Ucrania, Myanmar, Yemen o allá donde sea corrobora que no existe mayor sinrazón que la provocada por el humano, pues solo nuestra especie es capaz de asesinar sin fin por estar enferma de miedos, prejuicios y avaricia. De hecho, no se salvan las jodidas guerras: siempre provocadas por la codicia de los mismos y sufridas por los mismos inocentes de siempre; o sea, siempre emprendidas por la minoría (los de arriba) y sufridas por la mayoría de los de abajo.
No se salva esa hoja de ruta de Occidente que nos convence de que “la libertad” es proporcionar libertad ilimitada al mercado (el cual jamás se autorregula, y para el que tú solo eres un producto del que sacar rédito para luego desechar). Ni la silenciosa intención de focalizar la acumulación de beneficios en torno a privatizarlo todo (sanidad, educación, pensiones, servicios y administraciones, residencias, agua, energías, recursos naturales, el campo, la tierra…). Ni los planes de quienes se enriquecen a base de criminalizar a personas migrantes y paramilitarizar cuerpos que “velan por nuestra seguridad”. (Clasismo capitalista puro y duro, todo sea por matar los atisbos de instruir en valores como la paz, la convivencia, el bienestar social, la lucha colectiva o la redistribución de las riquezas).
No se salvan quienes, a lo Don’t look up, vociferan contra la “maligna Agenda 2030” sin ni siquiera haberla antes leído, despreciando que cada año son más extremas las temperaturas, y que los polos languidecen, y que el agua escasea (más sequías, restricciones, hambrunas, migraciones, especuladores de alimentos…), y señales como que en los valles, bosques o dehesas se escuchan en invierno cantos de aves que una Naturaleza sana suele albergar en primavera, tales como el del petirrojo o el alcaraván.
Y así podríamos seguir hasta pasado mañana, citando ejemplos de instituciones, cuestiones y personajes que no escapan -no deben escapar- del mes de la prosa aguda, el verso hondo, la rima cachonda y el mensaje valiente. El mes idóneo pa cantarle las cuarenta a esos poderes que el resto del año se sienten impunes para censurar, atacar y sancionar toda letra que les saque los colores. El mes que mejor sabe transmitir que los vacíos del Ser no se rellenan con el Tener. Un mes que ojalá durase el año entero.
Mes para reír con lo que ciertos mandamases dictan que no puede ser motivo de risas.
Mes para combatir tristes tempestades.
Mes resiliente y alocado llamado febrero, máxime por aquí abajo, en el Sur del sur.
Febrero de alegrías, del pueblo en las calles, de Carnaval
a lo largo y ancho del mundo mundial.
Porque, si hay una rebeldía
diferente y valiente de verdad,
esa es la que necesitamos
para reivindicar el amor y la paz.
Así que,
fuera la indiferencia, fuera la equidistante boquita cerrá.
Mueran los odios de aquí y las guerras de allá.
Ole ahora y siempre la buena gente.
¡Y vivan eternamente la salud y la cultura,
la libertad y la rebeldía del Carnaval!