La esperanza del diálogo

347

Asistimos cada día a un genocidio televisado en tiempo real. Espectáculo de deshumanización, indignación, horror e impotencia. En suma, la desintegración de la ética, de la sociedad y de la política occidentales.

Argumenta Bertrand Russell que “podría existir un mundo feliz, donde la cooperación fuera más evidente que la competición (…) y donde el fomento de la alegría fuera más respetado que la producción de montañas de cadáveres. Que no se diga que eso es imposible: no lo es”.

La reflexión de Russel obliga a plantearse qué decir y qué hacer en este presente cuando se bloquea la sensatez. ¿Cómo evitar dejarse arrastrar por actitudes irracionales? ¿Hacia dónde se debe mirar para encontrar referencias racionales y éticas? ¿Desde dónde se mira y se siente? Intentaré responderme a estas preguntas retóricas a modo de guía intelectual y moral para reubicarme como ser humano en el mundo, en este preciso momento.

Miro al pasado lejano y veo la forma como surgió y se desarrolló la Modernidad hace ya más de quinientos años. Nos demuestra el filósofo historicista Steve Toulmin, en su libro Cosmópolis, que el sistema racionalista cartesiano –“pienso luego existo” -surgió en un contexto histórico de las guerras de religión donde dominaba el horror y la impotencia, con el intento de imponer la religión verdadera, pero con intenciones e intereses geopolíticos. La situación tiene similitudes obvias con lo que ocurre en estos momentos en la zona del Petroislam. Para la creación de su sistema filosófico Descartes separó el pensamiento y marginó los sentimientos y la ética; la racionalidad se convirtió en fundamentalismo racionalista o cientificismo. Esta forma de pensamiento se impuso al humanismo renacentista dialogante y defensor de la pluralidad de Erasmo de Rotterdam, Michel de Montaigne y Fray Bartolomé de las Casas entre otros. Nació así lo que Edgar Morin llamó “Ciencia sin conciencia”. De Descartes a la Ilustración occidental, al progreso tecnológico, a los imperialismos, a las guerras mundiales y a sus secuelas actuales se ha seguido un camino casi lineal.

La Modernidad occidental se encuentra en un callejón sin salida tanto desde una visión intelectual como ética. Para encontrar una salida es necesario deconstruir el pasado de los últimos quinientos años, sacando a la luz los intereses de los vencedores que construyeron la historia oficializada. Según Enrique Dussel, la Modernidad tuvo una primera fase de tipo humanista iniciada con la conquista de América por los españoles, donde Fray Bartolomé de las Casas y otros defendían a los indios como seres humanos. Con el traslado de las relaciones mercantiles y financieras desde Sevilla a Amsterdam, se pasó a una segunda fase de la Modernidad en un contexto económico y social donde surgió el primer sistema-mundo capitalista según nos demuestra, en una obra monumental, Inmanuel Wallerstein. El terreno estaba abonado para que Descartes redujera lo humano a puro racionalismo. La ética se desvinculó del conocimiento, quedando este sin fines que lo guiaran, hasta llegar a estas cosechas de inhumanidad que nos desbordan.

Intento mirar al futuro y vislumbrar un rayo de luz que sugiera levemente algo de esperanza. Pero, ¿hacia dónde mirar? No es creíble que haya acuerdos políticos al más alto nivel que solucione este conflicto israelí-palestino donde las grandes potencias occidentales se juegan sus intereses económicos y geoestratégicos: no es una guerra de religión aunque se pretende presentarla como tal. A este respecto, el teórico político norteamericano Samuel Huntington planteó el conflicto, en los años 90, en su libro “Choque de civilizaciones. Es significativo el subtítulo del mismo: “La reconfiguración del orden mundial”. Estas ideas parecen haber guiado a la política norteamericana desde entonces. El prestigioso arabista andaluz Pedro Martínez Montávez, en su libro “Mundo árabe y cambio de siglo”, afirma: “ … toda la aparente complejísima, novedosísima y superelaborada teoría del choque de civilizaciones del profesor Huntington es fundamentalmente una maquinación , con estos fines bien concretos, entre otros varios: 1) alertar contra el empuje económico del espacio asiático extremo-oriental. 2) alertar contra el empuje demográfico del espacio islámico. 3) encontrar un nuevo enemigo natural de Occidente, un nuevo chivo expiatorio y bestia negra, liquidado ya el enemigo anterior, el comunismo. (…) Y conviene, por consiguiente, ir preparando un Islam a su servicio y en interés de esa administración. No son malos ingredientes para condimentar un choque de civilizaciones.”

Por otro lado, el profesor e historiador de las religiones Juan José Tamayo afirma, en su libro “Islam, cultura, religión y política”, que “El futuro de la humanidad no puede construirse contra el islam, ni al margen del islam, sino en colaboración con él”.

Aunque hoy no se pueden comprender los problemas mundiales -cambio climático, guerras y emigraciones forzadas- sin un análisis global tenemos que considerar que toda mirada, todo pensamiento y todo sentimiento parten desde un lugar concreto, con su historia y su cultura específicas. Nuestros sentimientos y pensamientos no surgen desde un lugar impersonal, etéreo y ahistórico. Eso me lleva a plantearme la relevancia del lugar desde donde pienso, desde donde miro, desde donde siento y donde me reconozco. El problema judeo-palestino no puede verse de la misma manera mirando desde el Amsterdam de la segunda etapa de Descartes, o desde la Asturias del mítico Don Pelayo que desde Andalucía, heredera de la cultura centenaria de Al-Ándalus. Esta Andalucía que incluye la Córdoba de la Mezquita, de Maimónides, de Averroes, de Antonio Gala y de Antonio Manuel Rodríguez; la Granada de la Alhambra, de Boabdil, de García Lorca y de Carlos Cano; con la Sevilla del rey poeta Al-Mutamid, del humanista Bartolomé de las Casas, de Blas Infante o de Isidoro Moreno; o desde la Cádiz del humanista científico Celestino Mutis, o la Algeciras de Paco de Lucía.

El filósofo Enrique Dussel indica, en su libro ”Filosofías del Sur”, la necesidad de iniciar un diálogo Sur-Sur como paso previo a un diálogo Norte-Sur. En mi opinión, Andalucía, desde el Sur de la periferia del Norte, ocupa un lugar único ya que como afirma el profesor Martínez Montávez: “Al-Ándalus puede servir de rótulo o bisagra entre España y el mundo árabe (…) La Andalucía actual es heredera de Al-Ándalus que no ha dejado de ser y existir, sigue viviendo, porque se mantiene en el pensamiento en la memoria colectiva”.

Roger Garaudy, por otra parte, nos recuerda que “Córdoba fue durante siglos, el centro de irradiación­­ de la cultura de toda Europa y que en la Universidad musulmana de Córdoba convergieron y se enriquecieron mutuamente, a través del Islam, las culturas de Oriente y Occidente. En ella nació una visión del mundo, del hombre y de Dios fundada sobre una concepción de la razón: de ella brotó la ciencia experimental, como reconoció el mismo Roger Bacon, quien la extendió por toda Europa”.

Para Juan Vernet, historiador de las ciencias e ilustre arabista, “Averroes es posiblemente el español que mayor influjo ha ejercido en todo lo largo de la historia sobre el pensamiento humano”.

Ante la magnitud y gravedad del problema palestino me gustaría lanzar un mensaje esperanzador sugiriendo un posible camino a seguir. Los hechos nos demuestran que los altos organismos institucionales como la ONU, muy debilitada, hacen bien poco, aun cuando es necesaria su existencia. No por ello debemos caer ni en el quietismo político ni tampoco en el cinismo moral. Como seres humanos que somos, y queremos seguir siendo, debemos renunciar a esas posturas. Recuperemos el pensamiento sabio de tantos filósofos andalusíes como Avempace (Ibn Bajja) quien en plena crisis social y moral de Al-Ándalus afirmaba: “La segunda característica de la acción humana, tras la libertad, es la solidaridad. La sabiduría implica una comunidad.“ Estas ideas de solidaridad y comunidad pueden integrarse en el concepto de Inteligencia Comunitaria y convertirse en un arma poderosa para la reconstrucción del pensamiento humanista. Ramón Grasfoguel, añade: “Con estas ideas podremos avanzar en un nuevo proyecto civilizatorio basado en una nueva ética planetaria que tenga como objetivo la fundación de un pluri-versalismo opuesto al uni-versalismo occidentalocéntrico en el que Uno define qué es verdad, qué es realidad y qué es lo mejor para el mundo entero, basándose en la superioridad racista y epistémica del hombre occidental, sino de un pluri-versalismo donde entre todos definamos para todos qué es verdad, qué es realidad y qué es lo mejor”.

Si la solución no puede venir de las altas instancias políticas, sí que siguen siendo necesarias sus intervenciones aprovechando los resquicios que dejan abiertos las luchas geopolíticas. Las manifestaciones populares, en gran número de ciudades de diferentes países y continentes, muestran claramente la distancia que separa a la ciudadanía de sus respectivos gobiernos. Nada positivo puede esperarse confiando pasivamente que las soluciones vengan desde arriba. Es entonces necesario ver la potencialidad que puede tener cada uno de los niveles de intervención desde abajo:

En un primer nivel podemos considerar aquellas instancias del mundo académico universitario que tienen como actividad principal el estudio de los fenómenos sociales con grupos de investigación sobre el mundo árabe, el mundo judío y la historia mundial. Sería muy beneficioso que estos académicos salieran de sus despachos, divulgaran sus conocimientos para el conjunto de la ciudadanía y se implicaran más, ante los graves problemas mundiales que a ellos también les afecta. De esta manera se establecería una interacción con los otros niveles.

En un segundo nivel podemos incluir la labor de aquellos pensadores, artistas, humanistas en general, hoy en peligro de extinción, que no están vinculados al mundo académico o, si lo están es al margen de su área de trabajo profesional. Estas personalidades destacan por no limitarse a una especialidad, tener una visión general y/o humanista ante los problemas del mundo; podrían llamarse, por tanto, generalistas o humanistas. Este tipo de personalidades responde a la imagen del intelectual tradicional. Ejemplos de este tipo serían el escritor Émile Zola (que se implicó valientemente con su “Yo acuso” en el caso Dreyfus), Bertrand Russell (comprometido en cuerpo y alma contra los “Crímenes de guerra en Vietnam”) o Noam Chomsky (dando ejemplo de valentía y de ética ante todo tipo de problemas, tanto en su propio país como en el mundo entero).

En un tercer nivel podríamos considerar aquellas instancias de mediación entre el mundo intelectual y el mundo político no institucional. Algunas de estas instancias están ligadas a universidades en colaboración con otros organismos públicos.

En un cuarto nivel podemos considerar la influencia de personalidades y organizaciones multiculturales. Valgan algunos ejemplos: En 2005 el equipo de fútbol profesional masculino del Barcelona, con todas sus estrellas mundiales, se enfrentó a una selección de futbolistas de Palestina e Israel bajo el nombre de “Matah for Peace” con el objetivo de generar confianza entre las dos comunidades. También la Fundación Pública Andaluza Barenboim-Said con objetivos tales como promover el espíritu de paz, el diálogo y la reconciliación a través de la música entre pueblos tradicionalmente enfrentados o “Women Wage Peace”, integrado por musulmanas, judías y cristianas que realiza marchas y conciertos musicales para defender la paz bajo una óptica femenina.

La influencia de las actividades de los distintos niveles anteriores puede fortalecer, con rigor científico e ideológico, el conocimiento y esperanza del conjunto de la ciudadanía. Ello permitiría una influencia seminal a nivel mundial que ejercería presión y control sobre sus respectivos gobiernos y los altos agentes políticos.

Cada uno de los niveles anteriores, actuando por separado, tiene una repercusión limitada. Es necesario conseguir una articulación de todos ellos para tener un efecto multiplicador como paso previo a la conformación de una comunidad humanista, a nivel mundial, que posibilite la reintegración del conocimiento con la ética y de los medios con los fines. Es una tarea utópica, sin duda, pero las utopías han iluminado siempre el camino en la historia de la humanidad.

Tras todo lo expuesto, para concluir quiero transmitir un mensaje de esperanza recordando la frase de Bertrand Russell con la que iniciamos este artículo:

Ante el horror debemos seguir pensando y sintiendo como humanos de forma compatible con la razón. Ante la indignación presionemos insistentemente a nuestros líderes políticos e intelectuales y apoyemos a la ONU, como asamblea del diálogo mundial. Ante la impotencia sigamos construyendo plataformas de diálogo en sus diferentes niveles y comunidades humanistas interculturales y transculturales. Tener esperanza es mantenerse como seres humanos. El diálogo es el único camino, la única esperanza.

Autoría: Antonio-Ramón García Torres. Licenciado en Física, en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Ilustración: Por Luis Paz. https://www.faunicas.net

Artículo anteriorEl Gran Elegido…
Artículo siguienteEl 7 de octubre
Tribuna Abierta
Columnas y monográficos de información relevante a cargo de personas que vale la pena leer. Portal de Andalucía no se hace responsable de las opiniones de las personas que colaboren expresándose, en todo momento, de manera individual.