La fuerza y la debilidad del Andalucismo

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El que un día como el 4-D, que durante algunos años solo había sido conmemorado, como Día Nacional, por los grupos políticos soberanistas, se convierta en una fecha a celebrar por todos los partidos (con excepción de la ultraderecha) es un reflejo, a la vez, de la potencialidad del movimiento andalucista y de su debilidad.

De su potencialidad, porque el que todos los partidos españoles (y españolistas), tanto de la izquierda (real o supuesta) como ahora también de la derecha se declaren “andalucistas” y se revistan en este día con la verde y blanca, no es algo casual ni gratuito. Ocurre con el andalucismo algo en cierto modo equivalente a lo que sucede con el ecologismo y con el feminismo: que nadie (salvo la extrema derecha) quiere quedarse fuera de ellos aunque su ideología y su práctica política sean frontalmente contrarias a los objetivos del ecologismo y del feminismo. Esto ocurre porque, en ambos casos, son movimientos muy potentes que, sin haberse constituido en partidos políticos propios, ejercen una gran influencia. Y como van en el sentido de la historia, oponerse directamente a ellos es como escupir contra el viento: mejor tratar de domesticarlos, e incluso de desnaturalizarlos. El que haya sido en un emirato árabe que tiene como su columna vertebral el petróleo la recientísima “cumbre” sobre el clima es una prueba de este cinismo. Como también lo es que las cuatro vicepresidencias del renovado gobierno de Sánchez y las cuatro secretarías de Feijoó hayan sido ocupadas por mujeres: tanto el PSOE como el PP consideran que con ello demuestran su feminismo.

Con el andalucismo ocurre algo parecido, con el añadido de que también es un espacio político-electoral del que pueden extraerse votos. Por ello ningún partido quiere aparecer desligado de él ni quiere dejar en manos de otros ese potencial vivero. El uso selectivo –en realidad manipulación- de los símbolos nacionales de Andalucía (la bandera, el himno, el escudo, la figura de Blas Infante) y el interés por algunas de nuestras expresiones culturales identitarias (el flamenco o nuestras fiestas populares) responde a este interés extractivista y también está dirigido a impedir, o al menos a dificultar, que se constituya un partido y/o unas organizaciones sociopolíticas fuertes que disputen también el voto a las delegaciones o franquicias en Andalucía de esos partidos.

No es casual que el PP declarara hace un año el 4D como “día de la bandera andaluza” ni que ahora haya convocado (o convoquen entidades estrechamente ligadas a él) una manifestación donde está presente la arbonaida bajo un lema dirigido claramente a negar, en nombre de una “igualdad” de la que nada explican, el derecho de los Pueblos del estado español (incluido el pueblo andaluz) a su autogobierno según cada uno de ellos decida libremente.

Como tampoco es casual que partidos de la izquierda españolista, como IU o Podemos, no tengan ahora pudor alguno en aceptar en una convocatoria la palabra “soberanía”, cuando hasta hace nada huían de esa palabra como alma que se la lleva el diablo. ¿Se han convertido, de la noche a la mañana, en partidos nacionalistas andaluces e incluso soberanistas? En modo alguno, como lo demuestra el que los diputados de esos partidos en Madrid ni siquiera nombran allí a Andalucía, ni componen grupos ni subgrupos, ni sub-sub-grupos parlamentarios. De lo que se trata es de salir en la foto de una manifestación reivindicativa y de confrontación con el PP para demostrar que siguen siendo de izquierda. El 4D es un mero pretexto, como lo demuestra, por ejemplo, la presencia impúdica en la manifestación de este año de personajes expresamente venidos de Madrid para chupar cámara, desnaturalizando el sentido de la conmemoración. Una presencia fácil de prever pero que no parece haber entrado en los cálculos de los partidos y grupos andalucistas que aceptaron respaldar una convocatoria confusa y heterogénea demostrando, una vez más, su debilidad no ya electoral sino también de análisis.

El que algunos andalucistas sigan repitiendo el mantra de que «no queremos ser más que nadie pero tampoco menos que nadie» es también una muestra de la debilidad ideológica del andalucismo. El lema es desafortunado por un doble motivo. El primero, porque la referencia no se hace a las necesidades del pueblo andaluz y al derecho de Andalucía, como realidad nacional, al autogobierno, sino a lo que revindiquen o consigan otros pueblos, en especial el catalán, como si fueran estos y no el estado centralista y falsamente uninacional los que tuvieran la responsabilidad de nuestra dependencia y subordinación.

El segundo, porque ese lema es perfectamente asumible por quienes dicen defender «la igualdad entre todos los españoles» (se entiende que igualdad «por abajo», basada en la negación de los derechos nacionales de los diversos pueblos del estado y en el desprecio de los derechos ciudadanos). No deberíamos olvidar que una sociedad de esclavos o cualquier otra en la que no se reconozca ningún derecho, ni individual ni colectivo, es la más perfecta plasmación del «todos iguales» que ahora propugnan, con descaro, la derecha confesa y la ultraderecha españolistas.

Por este doble motivo, deberíamos no seguir repitiendo el tan extendido lema porque nos desvía del que debe ser nuestro blanco principal, que es el Estado centralista negador de los derechos de los Pueblos que lo componen, trasladándolo hacia supuestos agravios contra Andalucía por parte de algunos de esos pueblos.

Lo que deberíamos querer y por lo que deberíamos luchar es por autorreferenciarnos; por conseguir «ser nosotros mismos» y avanzar hacia el ejercicio de la soberanía que nos corresponde como Pueblo-Nación, dotándonos de los instrumentos necesarios para enfrentarnos al triple extractivismo que padecemos: económico, cultural y político, consecuencia del papel que se nos ha impuesto de colonia interna del estado español. Reflexionar sobre esto y mostrar nuestra solidaridad con otros Pueblos del estado español y del mundo (solidaridad basada en el reconocimiento recíproco como Pueblos-Naciones) me parece la forma más útil de celebrar hoy el Día Nacional de Andalucía a los 46 años de aquella fecha histórica del 4 de diciembre de 1977. Seguir repitiendo, sin más, la letanía de nuestros problemas sin señalar cuál es la fuente de estos es, además de estéril, una forma de colaborar, sea consciente o no, a eternizarlos. Y es, también, una forma de legitimar, verdiblanqueándolos, a quienes se disfrazan de andalucistas un par de días al año ondeando nuestros símbolos vaciados de contenido liberador.