Los andaluces, moriscos del siglo XXI

1687

Afirmaba Enrique Iniesta que el recorrido doctrinal de Blas Infante representaba la síntesis histórica de cinco grandes grupos sociológicos: jornaleros, andalusíes y moriscos (mejor que árabes), anarcopacifistas, gitanos y andalucistas. Unos y otros significaban un recorrido vivencial e intelectual que ofrecen a su obra una búsqueda y significación de nuestra identidad colectiva como pueblo: la que nos define a los andaluces y andaluzas. Su propio devenir biográfico plasma en sus escritos la definición progresiva de un guion que precipita y argumenta cómo somos en esta tierra.

Dicho esto, me referiré a la cuestión morisca mal llamada por la historiografía castellana como “problema”. Desde que el Papa demostró sus simpatías hacia el papel de España en el seno de la cristiandad otorgando a los monarcas el título de Católicos, la suerte de la cultura morisca estaba echada. Aquella Andalucía, Bética y Califal, ya rendida su civilización a través Capitulaciones, conservaba sus costumbres más allá de los bautismos masivos por aspersión que empleaba Cisneros. Así, hasta que la intolerancia llevó a la hoguera de Birrambla todo el saber de un pueblo. Dejaron de ser moros para ser denominados moriscos y a la batalla de las armas se sumó la pelea por las almas. El suelo de Andalucía sufrió una dominación cruel, ratera y fanática que se exportaría a las tierras del Nuevo Mundo; que se radicalizaría cada vez más con el desafío reformista. El paralelismo de la acción de la corona y el papado entre las dos orillas ofrece vértigo, en tanto el trato habido, la ocupación y la reconversión. En repuesta, se invocarán grandezas de irrenunciable civilizaciones pretéritas, ahora perseguidas a fuego y muerte. Uno y otro escenario fueron objeto de caballerescas belicosidades y rapiñas que, además, unificaban Estado y catolicismo en una España donde Carlos I y Felipe II pasaban por ser los más poderosos del orbe. Las expoliaciones aquí y allá, pagarán las guerras de la contra reforma en Europa.

Todo esto explica que la Guerra de las Alpujarras fuese un episodio de resistencia vital a favor de una identidad muy concreta, el cual cabalga por reiterados incumplimientos y en pro de un arraigado sentido de país; a partir de pragmáticas y edictos que se incumplían sistemáticamente y se recrudecían de la mano un Santo Oficio, antecesor y punto y seguido de la épica católico/españolista de Lepanto. Es en esa obligada conversión a vida o muerte, es donde entiendo que se localiza buena parte de una identidad andaluza que bien se marcha al norte África, o bien se convierte por supervivencia malviviendo con sus costumbres disimuladas junto a gitanos y negros. Desde ese instante, el devenir del pueblo andaluz sufre una quiebra que invierte cualquier esplendor pasado para situarse en una plena dependencia uniformante. El carácter popular y marginal de la identidad andaluza se justifica así por su supervivencia entre los sectores más perseguidos.

Para la historiografía oficial todos (¿) fueron deportados y despojados para siempre de todo cuanto poseían. A la intolerancia y el racismo de Estado algunos le llaman ética cristiana o unidad de España. Es más, las causas inquisitoriales alimentaron las arcas de un Estado unitario, de confesión única y con necesidad de demostración pública, donde su razón no era sino la razón de Dios. El suyo. En su nombre se perseguían sus costumbres y se les obligaba a demostrar hábitos para los que no habían sido educados; más bien todo lo contrario. Los moriscos son los indígenas de Granada y Almería.

Andalucía tiene así su particular leyenda negra inventada como justificación de un expolio y genocidio. No hay pueblo en este Estado que observe entre las páginas de su historia, esa cultura de tenacidad y resistencia que demuestran los moriscos del Reino de Granada. No existe parangón represivo ni tan amplio en el tiempo que lo iguale. Es más, creo que representa un potencial social y político aún sin explorar para un andalucismo de futuro. Así, mientras que Gil Benumeya lleva esta identidad derrotada hasta la eclosión de los movimientos obreros del XIX; Blas Infante llamará descendientes de moriscos a los jornaleros andaluces. Todos concluyen en su marginación, desarraigo, persecución y tenacidad, viniendo a configurar una “cultura, genio, estilo”, para el que los andalucistas proponen su redención bajo un relato de “amargura por la lucha estéril contra las persecuciones”.

La historia de Andalucía hasta hoy está llena de deportaciones y repoblaciones. Más simbólicas y sutiles si se quiere. En nombre de la izquierda ahora se nos quieren obligar a no ser quien somos para justificar así una unidad volátil y a ejecutivos escrupulosos. Como diría Infante, los centralistas, de izquierda y derecha añado yo, son los verdaderos separatistas. Ellos son quienes desprecian, mienten, maniobran, subyugan, inventan y confabulan contra la necesidad de una Andalucía libre. No se preocupen. Los andaluces tenemos el alma encallada y no nos vamos a desanimar fácilmente. Vamos recuperando memoria y queremos decidir nuestro futuro. En esto estamos los moriscos de hoy.