Los daños colaterales del COVID-19

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El año que viene, por estas mismas fechas, se cumplirán 35 años desde el referéndum de permanencia en la OTAN. Fue un 12 de marzo de 1986, cuando tras el ingreso en la Comunidad Económica Europea, el Gobierno del PSOE abanderó el voto al “SÍ”. Un “SÍ” decidido a la OTAN. El cambio de posición política ha sido de los más sonados pues del lema “OTAN: de entrada NO”, el PSOE pasó a hacer una decidida campaña por el “SÍ”. De los 17 millones de votantes –la participación alcanzó el 59,4%-, 9 millones votaron a favor, casi 7 millones en contra y algo más de un millón votó en blanco. Se impuso el “SÍ” con un ajustado 52,5%. Algunos años después, en 1997 y bajo el Gobierno de Aznar, España culminó la integración con la incorporación a la estructura militar integrada de la propia OTAN.

Con estas decisiones se completó la apuesta militarista consensuada por la derecha blanda representada por el PSOE y la derecha dura representada por el PP. Nadie advirtió entonces que los militares saldrían a la calle años después para reforzar durante una crisis sanitaria a las fuerzas políticas del sistema. Es lo que hoy está ocurriendo. Si a esto le añadimos que el Mando Supremo -sí, el Rey- no pasa por sus mejores momentos, toca poner aún más alta la marcha militar. Más corneta y más tambor para disimular un silencio atronador, el de todas las personas de bien que rechazan las herencias de dinero corrupto de la dictadura saudí.

Por eso, no es casualidad que este año, en el  34 aniversario del mencionado referéndum, asistamos a un despliegue militar ciertamente incomprensible. Tras la declaración del Estado de Alarma, el Gobierno de “progreso” ha sacado el Ejército a la calle. Es al menos llamativo, ¿o no?

La avanzada militar la compone la Unidad Militar de Emergencias, la UME, una creación del Gobierno Zapatero criticada en su día por “capricho faraónico” en palabras de la entonces oposición. No se equivocaban en cuando a la dimensión del engendro. Se trata de 3500 efectivos con funciones de Protección ¡Civil! Tal y como suena: lo civil en manos de los militares. En lugar de apostar por mejorar las unidades de seguridad y emergencias ya existentes –esto es, los cuerpos de bomberos-, el Gobierno ha optado por la alternativa cuartelera. Luz verde a las cornetas, el rancho y la artillería, a las que además se destinan recursos –camiones, autobuses, quitanieves, tractores, excavadoras, cargadoras, drones, aviones, helicópteros, autobombas, lanchas, motocicletas, furgonetas, vehículos anfibios, jeeps, etc.- de los que se carece en las estructuras civiles de atención a las emergencias. ¿Por qué se reparten así los recursos públicos? ¿A qué responden estas decisiones?

La estrategia en Andalucía ha sido de lo más clara: en primer término la UME desplegó sus batallones y toda su parafernalia, trufada de distintivos amarillos que facilitan la confusión. Alcanzados estos objetivos, han dado paso a las siguientes unidades: la Infantería de Marina se ha desplegado en Cádiz, Puerto Real, Rota y Jerez y Chiclana de la Frontera y la Legión ha hecho lo propio en Granada, Almería, Huércal-Overa y Vera. De manera simultánea el Ejército del Aire ha hecho lo propio en Utrera, Alcalá de Guadaira y Dos Hermanas y la Brigada de Infantería en Córdoba. Demasiado músculo militar. Y todo ello ha sido completado con ruedas de prensa gubernamentales donde el Gobierno central de “progreso” hace comparecer en su nombre y de manera recurrente a altos mandos militares uniformados que nos comunican el parte diario. Son los aires marciales los que inspiran la actuación e información gubernamental. Para completar el cuadro, otro mensaje televisado del Rey, el más alto mando castrense. La puesta en escena es de lo más completo y cuidado. Y no parece casual que sean los mismos que ahora aplauden al Rey quienes destinen a los militares a patrullar nuestras ciudades y pueblos. ¿De quién nos defienden?

Su falta de efectividad es tal que sin haberse desplegado ninguna tropa en Cataluña –donde por cierto, triunfó el “NO” en el referéndum de la OTAN-, no se observa ninguna diferencia significativa con el resto del Estado. ¿Era, pues, este despliegue necesario? ¿Han aportado algo en beneficio de la ciudadanía? ¿Se buscaban otros objetivos? ¿Es un montaje para encubrir alguna otra cuestión? Algún día lo sabremos.

Asistimos a un despropósito donde lo peor es la miopía política que impide ver las nefastas consecuencias que tiene apostar por la normalización de los valores castrenses en la sociedad. La izquierda debe apostar por la paz y la no-violencia. Es el compromiso de la luz frente a las tinieblas. Y debe hacerlo decididamente, aquí y ahora. Por eso, la política debe servir para revertir el gasto militar en inversión por la paz, en investigación científica y en bienestar social. Y ninguno de esos fines los persigue ni la OTAN ni ninguno de los Ejércitos que en ella se integran. Hoy más que nunca: ¡OTAN no, bases fuera! ¡Ningún ejército defiende la paz!