Mercadona concentra cada vez más poder dentro de la cadena agroalimentaria en Andalucía porque controla lo que comemos. En su modelo de gestión de la calidad total llama «jefe» al cliente y oculta así su poder y su responsabilidad al decidir que hay en las estanterías o para imponer relaciones laborales férreas y dominar las empresas productoras y los agricultores que las abastecen. Nos debería hacer pensar sobre nuestra responsabilidad como consumidores y consumidoras el que Mercadona nos llame de forma cínica y con triste sarcasmo «jefes»: nos recuerda que nuestra cotidianidad nos hace cómplices.
Las marcas blancas de Mercadona, sus bajos precios, su diseño, su surtido, seducen cada vez más. No es sólo alimentación, también en higiene, cosmética, limpieza… Mercadona controla cada vez más la vida cotidiana de los hogares. Si no tenemos un Mercadona en nuestro barrio o en nuestro pueblo nos desplazamos en coche kilómetros gastando gasolina para comprar. «Darnos un capricho» en Mercadona parece un gesto inocente, individual, menor, sin importancia. Creemos que «ahorramos» aunque los estudios sobre hábitos de compra muestran que las compras por impulso, la fascinación de las marcas, en este caso blancas, y el mayor consumo de alimentos envasados y transformados frente a alimentos frescos se traducen en un gasto total mayor que el que tendríamos con unas compras menos «impulsiva» y una dieta menos industrial. Pero comprar en Mercadona activa una «sensación» de abundancia material y de «ahorro» cuando en realidad Mercadona nos empobrece.
El crecimiento de las compras en Mercadona se traducen en el cierre del comercio familiar de barrio y de los puestos de alimentación fresca en los mercados de abasto que son también autoempleos y negocios familiares. De esta forma se empobrecen los barrios que pierden vida social y económica y se sustituyen empleos autónomos por trabajos asalariados en peores condiciones laborales. Las compras en Mercadona premian a grandes empresas industriales en detrimento de empresas y cooperativas de menores dimensión que articulan las economías locales y rurales. Las compras en Mercadona terminan afectando a la agricultura donde las explotaciones familiares y cooperativas van desapareciendo al quedarse sin mercados autónomos. Se consolidan, así con nuestra cooperación, algunos rasgos históricos de la economía andaluza como son su dualidad, su fragmentación y su desarticulación económica y territorial de la mano del dominio de la gran propiedad y la gran empresa orientada al exterior y aliada con los grandes capitales foráneos, como Mercadona. Gran empresa que incluye hoy a macrocooperativas que actúan con la misma lógica de competencia en el mercado que las empresas privadas. A la vez se debilitan las ya frágiles cooperativas independientes, los trabajadores autónomos y los negocios familiares que articulan economías y mercados locales. Como consumidores y consumidoras nos convertimos en cómplices activos, necesarios y fundamentales de esta dinámica en las cadenas agroalimentarias en las que Mercadona y en general todas las grandes superficies comerciales ejercen su dominio.
Hay alternativas. El consumo alternativo tiene mala prensa, se le tacha de «elitista» asociándolo a altos precios. Sin embargo el comercio crítico, consciente y cooperativo está al alcance de todas ya que implica muchas estrategias que podemos incorporar con distintas intensidades: cambiar de tienda, buscar alimentos locales de los que sepamos quienes los producen y en qué condiciones laborales y ambientales y a la vez cambiar un poco de dieta. Es cierto que comprar aceite de oliva virgen de una cooperativa realmente cooperativista o de una familia de agricultores campesinos puede ser más caro que la marca blanca de Mercadona. Pero quizás no nos descuadre el presupuesto si lo intercambiamos por algunos de esos «caprichos» de alimentos industriales de empresas globales que además de no ser muy sanos son los que nos elevan el presupuesto alimentario. Revisar críticamente nuestros hábitos de compra y dieta quizás nos permita ir liberando algo del control de multinacionales agroalimentarias sin incrementar nuestro presupuesto. Quizás merezca la pena avanzar además en ver cómo nos podemos organizar para conectar nuestro consumo con otra economía local y cooperativa dentro de nuestras posibilidades económicas.