Mujeres de edad incierta

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Leo en estos días de otoño dos artículos, uno en un periódico serio, no crean, y el otro me lo trae Facebook. Ambos hablan de un tipo de mujeres que, al parecer y hasta el momento, veníamos resultando poco atractivas para los medios. Dos grupos de mujeres, a las que ambos artículos  nombran de forma vaga e imprecisa, a pesar de su vocación taxonómica. En uno se refieren a las  “mujeres de más de cuarenta” y en otro a las “sexalescentes”.

Al parecer, han surgido dos categorías nuevas para clasificar a un grupo indeterminado de mujeres, cuyo número se desconoce, aunque se supone elevado, pero cuya característica común es que venimos siendo reiteradamente ninguneadas, obviadas y echadas a un rincón por el llamado “mundo de la moda” y por la no menos elitista industria del ocio, esos ámbitos en los que, respectivamente, si no estás comprendida en una talla determinada, no existes y si no tienes tiempo de sobra, eres un espécimen poco interesante.

¿Qué son “las mujeres de más de cuarenta”? Una categoría que, según todos los indicios, una conocida marca de moda se propone tomar en consideración a partir de ahora. En principio, la idea me pareció interesante y fantaseé con la posibilidad de que, por fin, las mangas de las prendas de esa marca me entraran sin dificultad, las sisas me permitieran cruzar los brazos y la botonadura de las blusas dejara de estresarme a cada inspiración, cosa que ocurre unas trece veces por minuto, recuerdo. Y estoy hablando de tallas para mujeres reales. A continuación, leí el artículo para ver si podía seguir fantaseando o debía abandonar cualquier esperanza. Lo que la marca en cuestión anuncia, para este otoño-invierno, es una colección de ropa que ha bautizado como “timeless”, o sea, intemporal, utilizando modelos femeninos que tienen más de cuarenta, sí, pero cuyos rasgos étnicos hacen difícil calcular la edad.

Se atribuye a Celia Gámez, la popular vedette de origen argentino, la frase: “Vos, a partir de los cuarenta, sembrás la confusión”. O sea, que era eso.

Al parecer, llegan ahora, para las de más de cuarenta, las tallas flojitas – oversize en el argot moderil– , después de décadas de hacernos sufrir con las estrecheces de tallas imposibles; llega ahora la moda timeless, intemporal …hasta el año que viene. Quizás  lo próximo sea la moda de mercadillo, la moda demodé o la moda homeless, que iría bien para las deshauciadas, las usuarias de los roperos solidarios, las pobres, que se visten en los mercadillos  (una duquesa bajita decía hace unos años que a ella le encantaba, oye, vestirse en los mercadillos, demócrata y campechana ella). A lo mejor, cualquier día nos sorprenden con este look de revoltillo de ropa usada y se pone de moda y se forran de nuevo los de siempre.

El otro vocablo que ha saltado a la palestra mediática es “sexalescencia”. (¡Al escribirlo, mi corrector ha estado a punto de petar!) Este palabro no es de ahora mismo, sino que ya lo recogían los medios en 2011, pero me lo trae de nuevo la marea de Facebook. Nació, al parecer, con la pretensión de igualar en puntería nominalista a la palabra “adolescente”  para denominar “una franja social que hasta ahora no existía”, es decir, la de la gente de más de sesenta años. Cuando he leído esto no he podido evitar preguntarme, con sobresalto, si mi madre, mis tías, mis amigas y amigos, todos ellos de más de sesenta, no han existido en estos años, entonces a quiénes he querido, a quiénes he besado, con quiénes he estado hablando, riendo, llorando… La tontuna y el papanatismo de estos descubridores y descubridoras de la pólvora, de estos sociólogos de pacotilla, amén de su sexismo, es más que notable. Los hombres de más de sesenta existen y, si son de una determinada clase social, tienen una alta visibilidad social, entre otras cosas porque están sentados en los consejos de administración, al frente de las empresas, en los gobiernos. Pero si hablamos de mujeres de más de sesenta, la cosa cambia; esas mujeres sí podría decirse que no han existido para los medios de comunicación, para la publicidad, para las revistas de moda, para el mercado. Y si se han interesado puntualmente por alguna individualidad femenina ha sido justamente porque, habiendo entrado en los sesenta, e incluso rondando los setenta, no lo parecía.

Todo esto, estas clasificaciones, este repentino interés por las mujeres de edad incierta, es cruel e inhumano, a la par que irónico.

Es cruel e inhumano, porque en nuestro entorno cultural, son esas sexalescentes (otra vez el corrector se me encabrita) las que, en el transcurso de esta crisis que ha llegado para quedarse, si se han podido jubilar de un trabajo más o menos bien remunerado, ayudan a sus hijas e hijos en el cuidado de los nietos, más allá de sus ganas y sus fuerzas; las que han renunciado poquito a poco a los planes que tenían – de viajar, de hacer deporte, de perder un poco el tiempo- antes de jubilarse, para adaptarse a los horarios infantiles, para viajar a casa de los hijos y tomar la riendas de lo doméstico en su ausencia; las que se hacen cargo directamente de los nietos en el caso de no pocas custodias compartidas, las que guisan tupper infinitos con la excusa de los sabores de mamá…

Y si no se han podido jubilar o lo han hecho con una pensión de miseria, es todo eso, pero multiplicado, porque su pensión de miseria es la que da sustento a una familia de nuevo agrandada y a una olla de nuevo de posguerra.

Y dicen los inventores de la “sexalescencia” que se resisten a envejecer, cuando lo cierto es que nadie les ha preguntado y, si lo han hecho, no se ha tenido en cuenta su respuesta o, peor, ellas han debido callar para dejar que la necesidad se imponga a sus deseos.

La mayoría de estas “sexalescentes” no se pueden permitir, por falta de tiempo, de dinero o de ambas cosas, acceder a viajes, pensados para ellas y ellos, ni mucho menos “mirar al mar con tranquilidad”. Porque, cuando esperaban que esto sucediera, llegaron de nuevo las inquietudes económicas y vitales y se dieron cuenta, como decía el poeta, de que el futuro era esto: seguir el ritmo a base de antiinflamatorios y complementos vitamínicos, para que nada se pare…

Lo irónico de esta supuesta clasificación es que no clasifica nada. Porque ¿qué es eso de “mujeres de más de cuarenta” o “sexalescentes”? Categorías omnicomprensivas, que es tanto como decir un magma en el que nadamos millones de mujeres en España y Andalucía. Llamarnos “mujeres de edad incierta” hubiera sido mucho más clarificador. Porque entre cremas, cirugías, bífidus, antiinflamatorios, compresas para las pérdidas, sujeción para los dientes, sujetadores y pantalones push-up y tallas estresantes nos han intentado convencer de que somo intemporales. Y nos han tirado todos los espejos.

Sí, amigas, somos mujeres de edad incierta, pero no hay nada tan cierto y objetivo como el calendario. Lo incierto realmente es nuestro futuro. En el llamado “mundo de la moda” , del ocio y de la publicidad, pero también en los guiones de cine y en la cultura audiovisual de los medios de comunicación, en general, despertamos un interés intermitente, según los intereses del mercado, donde somos o dejamos de ser relevantes, no por lo que hemos aportado y seguimos aportando, no por lo que ahorramos al estado en servicios sociales, no por lo mucho que nuestras pensiones, medias y bajas, reactivan el sector turístico, a pesar de todo, en invierno. No, por nada de eso. Sino porque somos el comodín. Cuando las generaciones jóvenes son cada vez más pobres, cuando se reduce su capacidad de consumir, entonces se acuerdan de las “timeless” o “sexalescentes”. Para vendernos un abrigo “oversize” o un viaje programado y, si la temporada que viene las cosas se presentan mal dadas en la familia, siempre podemos hacer unos arreglos y que el abrigo le sirva a una hija o una nieta y el viaje puede hacerse a algún santuario mariano, por lo de los milagros…

Porque, para la mayoría de las mujeres de edad incierta, en muchas ocasiones, moda viene de modestia, en estos tiempos no en el sentido moral, sino en el más estricto sentido económico. Porque, por más que se intente velar la realidad con estas categorías tan “vanguardistas”, lo cierto es que nos asomamos a los escaparates tras el cristal de nuestra clase, nuestra etnia, nuestra cultura. Y la mayoría, el único viaje que se puede permitir es el que las aleja de sus deseos y aspiraciones, con asientos en el vagón de cola de la precariedad, la pobreza y la invisibilidad.

Tomar conciencia de todo ello y hacerlo en común nos ayudaría a construir los espejos en los que queremos mirarnos y las imágenes de nosotras que queramos que los demás vean. Hagamos que, de una vez por todas, venga la “moda” que nos quede a la medida de nuestros deseos y nuestras necesidades. Esa sí que nos sentaría como un guante.

Autora: Pura Sánchez.