«Dicen que la patria es
un fusil y una bandera.
Mi patria son mis hermanos
que están labrando la tierra.
Mi patria son mis hermanos
que están labrando la tierra,
mientras aquí nos enseñan
cómo se mata en la guerra.
Ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro contra mis hermanos.
Ay, que yo tiraba, que sí,
ay, que yo tiraba, que sí,
contra los que ahogan al pueblo en sus manos…».
Chicho Sánchez Ferlosio escribió en 1964 Canción de soldados, un grito rebelde en tiempos canallas contra quienes a base de canalladas desangraron un pueblo entero valiéndose de rencores y dogmas, de pareones y prisiones, de odios y torturas, de forzar exilios e infundir miedos. Él sabía algo de todo eso, pues era hijo de un fundador de Falange, así que desde pequeño fue formado en una doctrina que debiera haberlo convertido en amante de la guerra santa española, en protector de las viejas hazañas de la patriaña, en soldado de la una, grande y libre… Pero Chicho dijo nanai y se rebeló contra esa educación, contra esa cantera de adalides de la dictadura de Franco.
Unas poquitas décadas después (es decir, hoy) parece que, aunque muchos no se den cuenta, el terreno vuelve a ser preparado para el guerreo entre vecinos, para beligerar entre paredes contiguas, para un mañana que tanto pone a algunos y que es imaginado entre fusiles, tanques y armas propias de los tiempos actuales, tales como las complicidades mediáticas, las redes sociales de destrucción masiva, la manipulación digital y demás artillería 2.0. Y para aplanar semejante terreno, lo primero es lo primero: educar a la chavalería en la idea de que nada más patriótico hay que jurar amor eterno a los valores que los españoles de bien consideran propios de los españoles de bien…
Valores como la bandera, la Legión (y su cabra), el ejército (“pero solo aquellos que son españoles de verdad”), las fuerzas y cuerpos de seguridad (“pero solo aquellos que son españoles de verdad, no los que abogan por avanzar en pos de la mejora de la democracia y esas cosas”), el rey, los principios (ultra)conservadores, las corridas de toros, la paella, los domingos en misa, la libertad para tomarse uno una caña cuando y donde quiera, y otras joyas por el estilo. Y cuanto antes se meta a los niños por verea, mejores patriotas saldrán y más conectadas estarán sus seseras con eso de que “¡todo vale con tal de defender a mi país de los que quieran corromperla!”.
‘Qué anticuado y desfasado es este vocabulario y todos estos mensajes’, dirán algunos. ‘¡Qué pesado y alarmista!’, resoplarán otros. Pero, ¿estamos seguros de que todo eso no tiene nada que ver con nuestros días? ¿De verdad nos queda tan lejos esa realidad?…
En los últimos años se incrementan los eventos, actuaciones, actos o actividades que precisamente tratan de encajar con calzador los emblemas y símbolos de la patria entre los ciudadanos (en especial, en los más jóvenes), y destacan los relacionados con los cuerpos de armas del Estado: aviones de guerra sobrevolando nuestras azoteas haciendo alarde del valor y heroicidad de sus pilotos; actos de homenaje en la Plaza de España de Sevilla con los legionarios apareciendo entre la humareda por las escaleretas del laguito; visitas a colegios e institutos en las que, entre explicaciones de las acciones humanitarias que hoy llevan a cabo cuerpos militares, también se descuelgan lemas, proclamas o visiones muy ‘particulares’ sobre lo que “el imperio español ha supuesto en nuestra historia” o sobre “elementos de la integridad nacional que nos representan a todos”; vídeos virales que muestran lo “graciosos” y “simpáticos” que son esos niños -casi bebés todavía- que canturrean El novio de la muerte ante las risas y babeos de los adultos que graban; videojuegos en los que las técnicas bélicas son tan realistas que los adolescentes se convierten en comandos semi-preparados para cargar escopetas; incremento del gasto en la industria armamentística y de la participación en conflictos de diferentes lugares del mundo por parte de las Administraciones (datos debidamente ocultados a la población); campamentos militares (llamados de otras mil maneras) para chavales; sindicatos policiales fuertemente politizados cuyas manifestaciones son defendidas a capa y espada aun cuando se llevan a cabo con ataques y demostraciones de violencia (ejemplo: lo ocurrido en el Ayto. de Cádiz hace pocos días); partidos políticos que proponen parapetar de armas a los ciudadanos, militarizar fronteras, alertar sobre supuestos “invasores extranjeros” y supuestos “cómplices nacionales” e instruir sobre quiénes son los dueños del país y, por consiguiente, cómo han de defender ese su país, “que es su casa”… Y todo ello, aliñado, claro está, con muchos vivas al rey y muchas banderas rojigualdas, muchas y muy grandes, cuanto más grandes, mejor, así se pueden tapar algunos otros asuntillos…
Y ahora, repitámonos la pregunta anterior: ¿estamos seguros de que, poco a poco, detalle a detalle, como el que no quiere la cosa, no se nos están amasando las entendederas para engancharnos a la idea de que ya va siendo hora de una guerrita, una de esas que separa a los buenos de los malos? ¿Estamos seguros de que especialmente a la población joven no se la está iniciando en la creencia de los honorables beneficios que conlleva mostrarse dispuesta al Presenten armas?
Quienes profesamos otra creencia (firme también) llamada pacifismo, o antimilitarismo, los que estamos en contra de la guerra de manera consciente y consecuente, nos oponemos a esta militarización asociada a un falso patriotismo que desde hace tiempo vemos escalar en nuestra sociedad. Y no solo no comulgamos con esa escalada, sino que además continuaremos picando piedra en la filosofía del activismo, en la visión colectiva del granito de arena y la gotita a gotita, esto es, en el pensamiento de que educar en valores como la empatía, el antifascismo, la igualdad de oportunidades, los derechos humanos o el poder de la sensibilidad, entre otros, es el más hermoso de los ideales, así como la defensa más potente frente a la educación para la guerra.
Para terminar, hilamos con los versos que iniciaron estas líneas y que en los últimos años están recobrando vida en la voz mágica de una artista andaluza, reflejo de una juventud inspirada e inspiradora que merece liderar nuestro futuro: ella es cordobesa, de Pozoblanco, tiene 27 años, los temas de su Sanación son flechas valientes y creativas que van directas al corazón de nuestra esperanza, y es todo un ejemplo de compromiso que igual le canta a las mujeres de su vida, que a la gente del campo o a las tragedias en el Mediterráneao. Se llama María José Llergo, y desde el arte del flamenco y su fusión ensalza la belleza de la(s) cultura(s) y defiende cosas como que “el pueblo andaluz ha estado luchando desde que existió porque ha sido ocupado muchas veces y ha sacado recursos para sobrevivir. Al final, acabas desarrollando el arte de la resistencia. Es una raíz tan sumamente fuerte que es difícil que se rompa con las leyes. Las leyes son más débiles que el temperamento de los andaluces. Yo siempre me defino como Andalucía: cristiana, judía, negra, mora y gitana. Mestiza y paya. Soy de todo. Como Córdoba”.
Casi na. Pues bien, Llergo también emociona cantando por Sánchez Ferlosio, cantando contra la guerra, cantando causas que muchas y muchos siempre querremos defender:
“…Nos preparan a la lucha
en contra de los obreros;
mal rayo me parta a mí
si ataco a mis compañeros.
La guerra que tanto temen
no viene del extranjero;
son luchas de proletarios
como los bravos mineros.
Ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro contra mis hermanos.
Ay, que yo tiraba, que sí,
ay, que yo tiraba, que sí,
contra los que ahogan al pueblo en sus manos.
Cuando muere un general
lo llevan sobre un armón.
Al que se mata en la mina
lo entierra el mismo carbón.
Al que se mata en la mina
lo llevan dos compañeros,
dolor de carbón de piedra,
luto de bravos mineros.
Ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro contra mis hermanos.
Ay, que yo tiraba, que sí,
ay, que yo tiraba, que sí,
contra los que ahogan al pueblo en sus manos.
Si mi hermano se levanta
estando yo en el cuartel,
cojo el fusil y la manta
y me echo al monte con él.
Oficiales, oficiales,
tenéis mucha valentía,
veremos si sois valientes
cuando llegue nuestro día.
Ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro contra mis hermanos.
Ay, que yo tiraba, que sí,
ay, que yo tiraba, que sí,
contra los que ahogan al pueblo en sus manos.
Ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro, que no,
ay, que yo no tiro contra mis hermanos.
Ay, que yo tiraba, que sí,
ay, que yo tiraba, que sí,
contra los que ahogan España en sus manos”.
Autoría: Juan Diego Vidal Gallardo. Periodista y escritor moronense. Mirada siempre atenta a la(s) cultura(s), las causas sociales, la diversidad, la igualdad o el colectivismo.
*La versión interpretada por Mª José Llergo fue escuchada por primera vez en 2016, como parte de la banda sonora del documental El largo silencio, de Sabino Antolí.