Se ha hablado mucho de la demografía del voto a raíz de la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas. La aparición de un partido de extrema derecha trae necesariamente a colación los precedentes recientes en otros países de Europa occidental. No es extraño entonces que se temiese (o se anhelase, según el caso) un giro a la derecha de las clases populares, un voto disconforme y anti-establishment que se asocia con el populismo de derechas en países como Francia, Inglaterra, Italia o EEUU.
Muchos comentaristas se han preocupado por descartar acertadamente esta posibilidad. Tanto de la distribución espacial del voto (la relación entre voto y variables socio-demográficas en los distintos distritos electorales), como de la encuesta poselectoral del CIS se extrae un perfil de votante de Vox vinculado a grupos sociales privilegiados. Los datos dejan más o menos claro que es un votante tradicional de derechas, radicalizado, que castiga con su voto a partidos conservadores tradicionales, que necesitan jugar con algunos elementos del discurso liberal para tener opciones de ser el más votado (el PP). Es por lo tanto un voto de clase media y clase media alta, con estudios superiores, que se concentra en los barrios con las rentas más elevadas, que son los barrios y los grupos sociales con mayor participación electoral, donde la proliferación de banderas de España en los balcones había anticipado un año antes la solidez y radicalización del voto de derechas. A esto se suma otro voto de clase, el liderado por el empresariado agrícola enriquecido con los plásticos de Almería, respecto del cual el discurso abiertamente hostil frente a la inmigración asegura una buena cantidad de votos.
Si lo anterior es completamente cierto, esto no da ningún motivo para ser optimista respecto del voto de las clases populares en Andalucía. Creo que no se hace un favor endulzando el problema de la evolución del voto, que no deja de ser un indicador del sentir político general, más allá del llamamiento puntual a las urnas. Si Vox en Andalucía es un partido de clase media o clase media-alta, más aún lo es la coalición entre Podemos e IU. En la encuesta poselectoral del CIS los grupos sociales en los que tiene más peso esta coalición son los profesionales y técnicos, empresarios y directivos y trabajadores administrativos, con porcentajes bastante similares a Ciudadanos. Como es lógico los datos por nivel de estudios muestran un comportamiento similar. La distribución espacial del voto también es significativa, por ejemplo, la concentración del voto a Adelante Andalucía en Sevilla en la zona centro y centro-norte, convertida en el enclave de los jóvenes profesionales progresistas y modernos de la ciudad.
El único voto de clase popular en Andalucía sigue siendo el voto al PSOE, que es el partido que recibe mayor respaldo de los trabajadores manuales cualificados y no cualificados y las personas con nivel de estudios medio-bajo o bajo. El voto de los obreros cualificados a Adelante Andalucía es inferior al de Ciudadanos y solo ligeramente superior al del PP.
Además, el grupo de los votantes con la primera etapa de secundaria o menos y de trabajadores manuales son aquellos donde la abstención es más grande. Esto coincide con la concentración de la abstención en los distritos más pobres de las grandes ciudades y en las comarcas más deprimidas. La clase trabajadora en Andalucía vota al PSOE o no vota y la que no vota, si votase (de nuevo según la encuesta del CIS), lo haría masivamente al PSOE. Por su lado, la izquierda fideliza una fracción de la clase media progresista, una tendencia que ya se daba en IU, antes de la irrupción en el escenario de Podemos. La izquierda conserva bastiones en barrios obreros y pueblos humildes y con fuerte tradición de lucha, donde se ha generado una tradición de voto a lo largo de décadas. Sin embargo, estos casos tienden a adoptar la forma de islas, generalmente rodeadas de un voto mayoritario al PSOE y fuertemente castigadas por la abstención. Con la feminización del voto sucede algo similar, a Vox le votan más hombres que mujeres, pero el partido más masculinizado es PODEMOS y el más feminizado el PSOE, lo cual tiene una fuerte relación con la sobrerrepresentación femenina en los grupos avanzados de edad.
Esto genera una situación paradójica, en la que los colectivos principales a los que interpela la izquierda no son precisamente los que nutren su voto. Podríamos entender más bien que la izquierda interpela o moviliza un cierto sentimiento de culpa de la clase media progresista respecto de su posición privilegiada, o quizás una comunidad de valores morales vinculados a unos perfiles sociales muy definidos (gente con estudios, trabajos intelectuales e ideas liberales). Por su lado, el voto popular del PSOE está extremadamente envejecido y responde a una tradición surgida del periodo de La Transición y que tiende irremediablemente a extinguirse. Así las cosas, una cuestión política clave a medio-largo plazo es ¿quién (si alguien) será capaz de interpelar políticamente y obtener una respuesta de las nutridas clases populares de Andalucía?