Si para alguien pudiera quedar duda sobre la condición de colonia que soporta Andalucía desde la conquista de su territorio por la corona castellana, continuada dentro del estado español, la presencia en nuestra tierra de los únicos acuartelamientos de la denominada Legión española en la España peninsular es una expresión evidente, aunque pase desapercibida, de su sometimiento a un poder ajeno a los intereses de la mayoría de nuestro pueblo.
Le denominada Legión es un cuerpo del ejército español creado en 1920 por el general José Millán-Astray en el marco de la guerra imperialista llevada a cabo en el territorio de Marruecos bajo dominio colonial español para la represión de la insurgencia rifeña. Su vocación exterminadora se manifiesta de manera transparente en algunos de los «valores» fundacionales recogidos en su «credo»: el culto al combate y el menosprecio de la muerte –propia y ajena–. Valores que se persigue inculcar en la tropa mediante el adoctrinamiento en la llamada «mística legionaria», cuyo delirante sadomasoquismo queda expresado en el bonito título de su himno «El novio de la muerte».
Aunque la eficacia de su vehemente participación en el mantenimiento por la fuerza del dominio colonial español en Marruecos y el Sahara no consiguiera frenar la voluntad de independencia de la población marroquí, no hay duda de que la principal contribución a la patria del cuerpo se produjo primero con su participación en el año 1934 en la represión del levantamientos obrero de Asturias, y sobre todo, a partir de 1936 con su decisiva intervención como fuerza de choque en las operaciones llevadas a cabo tras el golpe militar del 18 de julio para conseguir machacar mediante el terror cualquier resistencia por parte de la población en Andalucía, territorio que los organizadores de la insurrección eligieron para iniciar la guerra contra la República, conscientes de la importancia que su control tenía para consolidar el avance hacia el resto de la península. El papel jugado por la Legión en la aplicación de la estrategia de aplastamiento y terror, en la que eran especialistas expertos los militares africanistas que encabezaban el alzamiento, fue de primer orden, y su efectividad notable. Hasta tal punto de que, a la heroica actuación de los caballeros legionarios –bajo el mando del general Gonzalo Queipo de Llano– se debe buena parte del mérito de la rápida «pacificación» de muchos de los pueblos y ciudades andaluzas.
Y será esta decisiva contribución de la Legión al triunfo de la sublevación y en el establecimiento del régimen militar que de ella se derivó la que a mi juicio puede ayudar a entender el mantenimiento hasta el día de hoy de un cuerpo militar anacrónico –¿o no tanto?– cuya utilidad y funciones no encuentra argumentos racionales que lo justifiquen. Tras la guerra las únicas campañas en las que participó la Legión, en Sidi Ifni, a finales de los años 1950, y el Sahara, en 1974-75, se saldaron con sonados fracasos. Desde entonces, su actividad se ha reducido a servir de esperpéntico icono de la presencia española en las dos ciudades norteafricanas frente a la «amenaza» del sátrapa alauí –y sin embargo amigo fraterno del monarca Borbón–.
La indiscutible vinculación franquista y la inutilidad práctica del cuerpo, en vez de a la eliminación de tamaña antigualla filofascista, llevó al gobierno del PSOE en 1985 –¿por qué sería?– a realizar un intento de operación cosmética para convertir a la Legión en poco menos que una organización humanitaria, dedicada a participar en «misiones de paz» al servicio de la estrategia de control imperialista en regiones tan cruciales para la defensa de España como los Balcanes, Afganistán, Irak, Líbano o la República Democrática del Congo.
Con todo, hay un dato que quizás nos ayude a comprender la razón de que este fósil viviente siga existiendo y de que ninguna organización política del sistema de la democracia española haya osado señalar esta anacrónica supervivencia y llegado a plantear, por coherencia democrática, su eliminación. Me refiero a la localización física de sus efectivos. Su presencia en las «plazas de soberanía del norte de África», eufemismo con el que se designada a las ciudades rifeñas de Ceuta y Melilla bajo dominio español, entraría dentro del carácter colonial originario del cuerpo. Pero que las principales bases operativas de la Legión estén establecidas en Viator (Almería) –donde tiene su sede el «Tercio Don Juan de Austria» titulado así en honor, para más inri, del represor del levantamiento morisco de Las Alpujarras–, y en Ronda (Málaga), no es casual.
Además de la ventaja comparativa que para estos dos acantonamientos legionarios pueda tener establecerse en el territorio más fuertemente militarizado de la península Ibérica, con la presencia cercana de las tres únicas bases extranjeras en ella existentes: Rota, Morón y Gibraltar; y la cercanía del continente africano en general, y de Marruecos en particular, de donde se supone proceden las principales amenazas para los intereses de España –la paz y la seguridad de los españoles es el argumento utilizado–, la propia condición de Andalucía como colonia interna del estado español la convierte en el escenario más apropiado para la pervivencia de un instrumento creado para el mantenimiento del régimen colonial. La principal razón que explica esta circunstancia es la condición estratégica que Andalucía desempeña en la conformación y mantenimiento del estado español, y la necesidad vital que para el mismo tiene el disponer sobre el terreno de una fuerza de choque de intervención rápida, lista para reprimir cualquier atisbo de movimiento emancipador que amenace con desestabilizar lo que supone una quinta parte del territorio del estado, más del 18% de la población que lo soporta y una porción muy importante de los recursos sobre los que se sustenta.
Pero lo más sorprendente es que esta situación no sólo sea asumida por muchos en nuestra tierra, sino que incluso paradójicamente constituya motivo de orgullo para algunos. A ello contribuye el hecho de que buena parte de los efectivos profesionales del cuerpo que, dada la estructural precariedad laboral existente en Andalucía, procedan de la cantera humana andaluza, reproduciendo el fenómeno frecuente entre los pueblos dominados de que sean miembros de la propia población sometida los que se encarguen de la represión de sus compatriotas. Sólo así se explica el mantenimiento de espectáculos tan esperpénticamente patéticos como las performances protagonizadas por «caballeros legionarios» en algunos de los momentos centrales de determinadas acciones simbólicas y manifestaciones festivas de hondo calado para muchos andaluces, como el conocido ritual del traslado, vela y entronización del Cristo de la Buena Muerte de la Congregación de Mena del jueves santo malagueño, o la participación de agrupaciones de la Legión como elemento protagonista en la realización de los desfiles procesionales de pueblos y ciudades en distintos puntos de Andalucía, con cabra y cánticos a la muerte coreados por muchos inconscientes, responsables políticos incluidos.
En un estado auténticamente democrático es inconcebible la existencia de instrumentos de odio, violencia y muerte. No habría mejor servicio democrático que pudiera realizar un gobierno supuestamente «progresista de izquierdas» que, aprovechando la obligada supresión de gastos inútiles para atender a los servicios públicos y a las necesidades sociales provocadas por la monumental crisis económica que se avecina, eliminara la anomalía de un brazo armado que nos amenaza a todos y a muchos nos abochorna. De ilusión también se vive.