El próximo mes de Octubre tendrá lugar, por vez primera en 20 años de existencia, en Andalucía; en Sevilla más concretamente, el Simposio anual sobre la Renta Básica Universal que coordina la Red Renta Básica estatal. Por primera vez, aquí en Andalucía este Simposio tendrá alcance ibérico contando con la presencia y participación de las compañeras y compañeros de nuestro pueblo hermano de Portugal.
Yo, como Presidente de “Andalucía por la Renta Básica Universal” (ARBU) quiero aprovechar este espacio para, no solamente invitar a todos y todas a participar en este evento, sino aprovechar este espacio para, durante varias entregas intentar exponer y profundizar en este tema, para mí tan apasionante, que es la Renta Básica Universal. Comenzaré este mes, intentando ver los aspectos políticos que justifican la necesidad social de implementar una solución como la Renta Básica.
La sociedad es cambiante, lo ha sido siempre y lo sigue siendo en este momento. Es difícil pensar en una comunidad que se mantenga invariable a lo largo del tiempo y esto mismo sucede cuando consideramos el mundo del trabajo. El empleo y el trabajo varían según la sociedad va evolucionando. En estos momentos observamos un mundo del trabajo dual en el que conviven empleos bien remunerados, con una necesidad de formación elevada y con una gran exigencia, junto con empleos sin cualificación, que ofrecen una reducida remuneración y que son fácilmente sustituibles (por lo que suelen ser temporales). Con frecuencia, estos empleos acaban provocando la denominada “pobreza laboral”, es decir, personas que, a pesar de tener empleo, siguen teniendo unos ingresos por debajo del umbral de la pobreza.
También nos encontramos en una sociedad en la que determinados trabajos son despreciados o parecen de segunda categoría, siendo por ello minusvalorados con relación al empleo. Me refiero a aquellas actividades que, sirviendo para cubrir necesidades de la sociedad a partir de un esfuerzo y de una dedicación, no permiten lograr una remuneración monetaria a cambio: por un lado el trabajo reproductivo del cuidado de la casa y de las personas que en ella viven, por otro el trabajo voluntario. Se trata de dos clases de labores importantes para la sociedad (¿qué sería de ésta sin ellos?) pero que no proporcionan ingresos monetarios a quienes las realizan.
A estos dos elementos podemos sumar un tercero que parece tener cada vez más fuerza. Me refiero a los incrementos de productividad alcanzados gracias a la tecnificación y la producción en masa, a los avances en las tecnologías de la comunicación y a un sistema económico que busca sobre todo lograr los precios lo más baratos posibles para incrementar la capacidad real de compra de aquel que dispone de rentas para hacerlo.
Estos tres elementos tienen dos efectos principales que son, por un lado, la necesidad de menos mano de obra y por otro la depresión de los salarios para los trabajos menos cualificados. En la medida que un robot puede resultar más económico que contratar a una persona, y además menos problemático, ésta va a ser la opción elegida por los empresarios. Las tecnologías de la comunicación permiten que los productos y servicios culturales (y de otras clases) puedan difundirse y llegar a las personas sin soporte físico específico (comparten el soporte estándar de la tablet, el ordenador o el teléfono móvil) y con frecuencia de manera gratuita (lo que reduce el número de personas empleadas en estos menesteres).
Esta situación del mercado laboral nos sitúa ante tres realidades diferentes pero complementarias: una disminución del número de empleos debido a los incrementos de productividad; una generalización de la pobreza laboral por la existencia de empleos que son muy poco remunerados y la existencia de trabajos (voluntario y reproductivo) que, aún siendo importantes para la sociedad, no son valorados y no permiten a aquellas personas que los realizan lograr unos ingresos para vivir dignamente. Las tres realidades llevan irremediablemente a la existencia de bolsas de pobreza en países que tienen una renta per cápita alta. Su crecimiento económico no acaba beneficiando a toda la población.
Sin embargo, esta pobreza que no baja no parece excesivamente preocupante para un sistema que tiene como principal objetivo el crecimiento económico. Este fin se ha convertido en una especie de religión o culto que lleva a que todos los estudios económicos y la construcción de modelos, vayan orientados a mejorar o favorecer este crecimiento de la producción anual de un país o del mundo. Podemos escuchar cómo se contraponen los derechos de los trabajadores, la conservación del medio ambiente o los comportamientos éticos a la consecución de un crecimiento superior. Cualquier estrategia es correcta siempre que lleve a que tengamos más entre todos.
La economía persigue un bien total o agregado, un bien que resulta de sumar el bien de todos, e identifica el estar mejor con el tener más. Por ello considera que una sociedad está mejor en su conjunto cuando se tiene más entre todos. El Producto Interior Bruto es esto, el resultado de sumar lo que hemos ganado entre todos en un año. La experiencia acumulada parece decirnos que la mejor manera de lograr un crecimiento económico elevado es a través de comportamientos egoístas, de una competencia en la que todos intentemos conseguir más para nosotros aunque esto se haga en contra o a pesar de los otros.
En la próxima entrega, seguiré profundizando en este asunto: ¿Hay que cambiar el paradigma económico que nos gobierna? ¿Qué es más humano el crecimiento o la distribución? No faltéis y abramos desde esta página un debate que haga fructífero el Simposio de Octubre. Salud.