[…] Su orden está edificado sobre arena. Mañana la revolución se levantará nuevamente, haciendo sonar sus armas y para terror suyo proclamará con sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!
Rosa Luxemburgo
Históricamente, la huelga ha sido el principal instrumento de lucha del movimiento obrero, sin el cual no podríamos entender la evolución y la edificación de la estructuración de una serie de libertades, derechos y prestaciones sociales, al menos en el mundo occidental, asociadas al empleo.
Eso sí, las transformaciones en el mundo del trabajo han hecho que lo mismo que la patronal ha adaptado las formas de producción y sus condiciones laborales a sus intereses, las trabajadoras y trabajadores han adaptado sus formas de presión social.
Y en esto, las mujeres siempre hemos tenido mucho que decir, a pesar, del papel secundario al que históricamente nos han relegado.
Rosa Luxemburgo, ya rompió los esquemas en su tiempo, escribiendo Huelga de masas, partido y sindicatos, publicado en 1906, en el cual analiza la experiencia de la huelga de masas durante la revolución rusa de 1905 en clave internacional. En este libro aspiró a examinar los nuevos modos de participación, así como las formas de organización y lucha popular. A su vez, hizo hincapié en la huelga general como parte de un movimiento y en su rol histórico, donde lo económico y lo político se entrelazan.
En definitiva, un texto que merece ser debatido, al calor de la experiencia de la Huelga Internacional de Mujeres, y de las duras polémicas que esta iniciativa provoca con algunas burocratizadas organizaciones sindicales, y todo tipo de recelos sobre la misma.
Hoy en día, con la globalización se ha instaurado la máxima en el mundo del empleo, de la eficiencia y crecimiento de beneficios de las empresas, a costa de la elaboración de desequilibrios y desigualdades, acrecentado las diferencias retributivas y precariedad, caracterizándose los empleos por su inestabilidad y debilitación de los poderes sindicales, así como elevando drásticamente las tasas de desempleo, dejando de ser coyunturales a ser endémicas. Además de la grave crisis ecológica, que pone encima de la mesa la escasez de materias primas, de energía, de tierras y de espacio ambiental para mantener el ritmo de la economía actual, el modo de producción y de consumo, que no tienen en cuenta los límites físicos del planeta.
A esto debemos sumar la crisis de los cuidados, fruto de las transformaciones del capitalismo global en las sociedades del bienestar, con el desequilibrio del reparto de responsabilidades sobre los cuidados y la sostenibilidad de la vida, desde el acceso de las mujeres al empleo sin reducir su protagonismo como cuidadoras, unida al desentendimiento del Estado a la hora de atender necesidades básicas, produciendo un aumento de la carga de trabajo de las mujeres con minúsculos derechos como cuidadoras, ya tenga la condición de asalariadas o no.
Los empleos actuales difieren mucho de los trabajos clásicos que tienden a representar los sindicatos, donde se carece de una estrategia que cuestione la problemática existente, evidenciando la necesidad de una transformación en el sindicalismo global para adaptarse a la nueva realidad, así como la urgencia de nuevas estructuras y estrategias orgánicas y organizativas que le facilite una acción internacional.
Existe amplios sectores de la población donde la experiencia de una huelga se ha disipado que entiende la huelga como un camino que supone represalias y, generalmente, la pérdida del empleo. Las formas de lucha y de conflicto no responde problemáticas sociales actuales y del mundo del trabajo de los colectivos más precarizados como son las mujeres, y en mayor grado, las personas migrantes.
En este contexto, el movimiento feminista señala el camino ante tantas encrucijadas, ganando el relato político, hegemonizando la importancia de la huelga como instrumento de lucha, uniendo las reivindicaciones de derecho a decidir sobre los cuerpos e identidades contra las violencias machistas, con las relativas la necesidad un modelo social y económico sostenible ecológicamente, dando centralidad a los trabajos de cuidados, poniendo el epicentro de sus reivindicaciones las fronteras y el racismo sistémico.
Todo esto, no es ajeno a cuestionamientos, que no críticas que siempre son necesarias para el avance colectivo. Ciertos sectores de la llamada izquierda cuestionan elementos y decisiones organizativas, generando desconfianza en uno de los movimientos más dinámicos en la transformación social en este siglo XXI, con una capacidad de interpelación no solo a la cultura patriarcal, sino a la capitalista y racista, que no la tienen otros movimientos. El feminismo es también una experiencia masiva, que integra la presencia de los cuerpos, de las comunidades y de los territorios en el desafío del poder.
Denuncia el modelo de huelga, y su carácter, analizando con elementos del siglo XX la realidad del siglo XXI, donde el empleo no responde a los mismos patrones, no se paralizaron las fábricas, las que queden, pero si consiguen movilizar, otra vez, durante todo el día, cortes de tráfico, concentraciones, ocupaciones de centros, y manifestaciones masivas al terminar el día. El neoliberalismo ha convertido las personas en simples sujetos económicos, subordinándolas a un individualismo extremo. A esto el feminismo responde con nuevos valores y experiencias de apoyo mutuo y comunitarias, formas presión de la nueva racionalidad de mercantilización de todos los aspectos de la vida.
Si el derecho de huelga pierde su eficacia como instrumento de participación democrática y de autotutela de la situación de subalternidad de las clases populares tiene la consecuencia de la pérdida de los derechos, porque no hay capacidad de presión y de respuesta.
Y aquí, frente a este paradigma de diversas precariedades, el feminismo señala la necesidad de articulación de lo común partiendo de la diversidad. Nos enseña a reivindicar el derecho al cuidado, a cuestionar y reorganizar el mundo del empleo.
Se construye, con todas las dificultades, un movimiento mestizo, transfeminista, inclusivo con las corporalidades rebeldes y disidentes, mediante nuevas formas de organización, de articulación del discurso. Ser parte de un proyecto común, más amplio, dependerá de si mismo, pero también de la articulación de los movimientos sociales y sindicales, de cómo estos se organicen, y qué ejes de estas luchas asumen.
En tiempos convulsos, abiertos, nos necesitamos, nos retroalimentamos, si hay algo que representa la importancia de estos esfuerzos, es el riesgo de frustración, de derrota, puesto que, si perdemos, lo haremos juntas las feministas, las sindicalistas, las ecologistas, las anticapitalistas.
Somos como ríos en movimiento, por momentos confluiremos y, por momentos nos disfurcaremos, en los que, a pesar de las piedras, y de los grandes diques que buscan detenerlos, se sigue regando el horizonte para una sociedad libre e igualitaria, sin ningún tipo de opresión.