Días atrás, medio en coña, hacía referencia al estado de psicosis social en el que nos encontramos cual bola de nieve en pendiente descendiente (“Malos días para ser hipocondríaco”; “Joder, dejad ya de enumerar todas las posibilidades de contraer enfermedades y de morir que tenemos hoy, que he perseguido a un mosquito del Éufrates para ponerle mascarilla. Yo no aguanto este sindiós.”). No podemos negar que haya que preocuparse por cuidar nuestra salud, pero ni esto debería suponer algo nuevo en nuestras vidas ni es exclusivo de quienes piensan como tú (o como yo). El otro día, con el fisioterapeuta que me está tratando una lesión reciente, compartía el deseo común de salir de aquí aprendiendo a cuidar nuestra salud. Sin miedos. En primer lugar porque el miedo es una señal de aviso, y como toda señal, debe aparecer en momentos concretos de peligro, pero no convivir con él, porque en tal caso éste deja de presentase bajo situaciones de riesgo, instaurándose en nosotras una emoción que poco ayuda a nuestra salud. No pretendo extender aquí una de las tantas recetas epistemológicas a las que podemos acceder diariamente en muchas y variadas webs, sino atender, precisamente, a esas señales que manda mi cuerpo: cuando me expongo a un peligro, mi cuerpo se tensa, los músculos se contraen, el corazón bombea sangre a mayor velocidad… y dejo de prestar atención a otros factores del contexto. El miedo, como cualquier agente que nos expone a tensión, perjudica a nuestra salud (seguro que si les interesa, pueden encontrar artículos bastante buenos que les expliquen qué produce el miedo en nuestros cuerpos). Y, en segundo lugar, porque si nos preocupa nuestra salud, debemos cuidar de ésta desde la cotidianidad, entendiendo la salud como una forma de estar en el mundo y no como un arma defensiva que agarramos con fuerza sólo cuando llega el enemigo. Entre otras cosas, porque cuando llegue el enemigo, posiblemente no sepamos ni dónde dejamos el arma la última vez. Cuidar de nuestra alimentación, de nuestras relaciones, luchar por unas condiciones laborales y económico-sociales dignas (esos trabajos asalariados y esas ausencias de los mismos que tanta ansiedad generan y trastornos derivados de la misma), la gestión de los tiempos en nuestro día a día… eso también es cuidar de nuestra salud. Y el miedo, siempre, será un mal compañero de viaje.
En las últimas semanas, los medios de comunicación, a parte de los datos diarios del maldito COVID, nos hablan de muertes por picaduras de mosquitos, el renacimiento de la peste bubónica y de otras amenazas para nuestras vidas ante las que tú (y yo) poco podemos hacer. Saber convivir con enfermedades y con la amenaza de la muerte es algo innato al ser, algo con lo que el ser humano ha lidiado toda su vida. Sin embargo, no nos hablan de salud, sino de accidente, cuando hablan de una muerte en el trabajo. Desahucios, hambre, suicidios, asesinatos machistas, enfermedades mentales y emocionales… eso, cuidarnos de eso, también es salud. Y ahí sí que podemos hacer algo tú y yo, porque convivir con la explotación (de recursos naturales y humanos) no es algo innato al ser.
No puedo hablar de la COVID o del COVID, porque aún no sé incluso si es el COVID o la COVID, pero me sorprende la seguridad en la argumentación con la que se manifiesta la mayoría de la población (argumentación que se basa, por lo general, en el insulto e intentar ridiculizar al otro bando). Estos tiempos, en los que reconocer la incapacidad, la duda o la ignorancia parecen signos de debilidad… algo muy político, mundo en el que parece que quien pestañea se lleva el hostión. Yo, en todo esto, por desgracia, me debo reconocer entre esa inmensa parte de la población que está perdida, a la deriva y que se deja guiar por intuiciones, miedos y/o confianzas. Y bueno, quiero pensar que el reconocerme en mi incapacidad científica me ayude a crecer en otros sentidos, como en la comunicación, en el saber escuchar, en cuidar, en ser solidario con los miedos de las demás personas…
Sin embargo, no tengo ninguna duda para manifestar que el Capitalismo está dejando un mundo enfermo a su paso y, en ese mundo, vivimos tú y yo. Y estoy cansado de leer en la prensa, que cada día se me parece más a cuando de pequeño leía el horóscopo (a ver, Leo: hoy puedes morir de COVID; Tauro: hoy puedes morir de la picadura de un mosquito; Géminis: hoy puedes morir de la mierda de vida que tienes), por qué puedo morir y ningún motivo por el que vivir. Y es que, seamos sinceros, motivos para vivir, tenemos pocos; me refiero a motivos colectivos más allá de los románticos-emocionales particulares que se os puedan ocurrir. Y en eso deben estar nuestros cuidados de la salud: en generar motivos comunitarios por los que seguir viviendo (fomentar un consumo responsable y dejar de comer la mierda en forma de verdura plastificada que venden en los súper; crear nuestras redes de autoempleo, apoyo mutuo, autogestión y solidaridad para mandar a la mierda a nuestros jefes y a nuestros putos trabajos; crear espacios de cuidados, entender de esta manera los ya existentes, etc.). Me gustaría imaginar que los centros sociales, los ateneos libertarios, los espacios autónomos, los centros de barrio, se llenan de gente que día tras día va a cuidarse, porque aprender a defendernos de las agresiones del cotidiano es autodefensa y, tal como está la cosa, antifascismo. Porque lo que te pasa a ti, me pasa a mí, porque tenemos trabajos de mierda que nos agotan, nos entristecen, nos enfadan y nos crea enfermedades, y, además, no nos da para cuidarnos fuera de él tampoco (comer ecológico, acudir a cualquier tipo de terapeuta, ir a la playa, a la montaña, parar y respirar, todo eso nos parece auténticos lujos y, las necesidades, nunca deben ser lujos). Y, sin embargo, sentado en el sofá, agotado, desganado, apático, piensas que tienes un problema personal, que tú no puedes más. Compartir espacios de cuidados nos hará comprender que estamos ante un problema de salud social y, en consecuencia, personal. Y en esta cuestión, el miedo vuelve a ser mal compañero de viaje.
Vivir, crear motivos para vivir, y no intentar sobrevivir entre escombros y cenizas, eso, amigas, también es salud.
Autoría: José Luis Fuentes. Activista social de Jerez de la Frontera.