Turismo intensivo, estrés expansivo

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Aplicar el adjetivo intensivo junto a la palabra turismo ya no es necesario, pues se ha convertido en una redundancia. Sorprende más el uso de términos como turismo responsable, turismo sostenible o incluso turismo ético. Algo que no hace más que explicar el colapso al que esta práctica ha llegado. El turismo es una actividad compleja, la cual se ha dado por hecho que cualquier persona tiene tanto el derecho como la capacidad de hacer. Lo cual no es así. El turismo no es una práctica social total. Ni es una práctica equitativa. En Andalucía, por ejemplo, una comunidad polarizada económicamente en dos focos principales como son precisamente el turismo y la agricultura intensiva, se estima que el 45% de su población no puede permitirse el ir de vacaciones una semana al año. Esta cifra proporcionada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) es uno de los nueve ítems que configura lo que se conoce como Privación Material Severa (PMS). A su vez, la PMS es un subsector del indicador At Risk of Poverty and/or Exclusion (AROPE) que es la propuesta de la Unión Europea para evaluar el porcentaje de población que se encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Así, se considera que una persona tiene privación material severa si reúne al menos cuatro de los siguientes ítems:

– No puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año.

– No puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días.

-No puede permitirse mantener la vivienda con una temperatura adecuada.

– No tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos (de 650 euros).

– Ha tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, recibos de gas, comunidad…) o en compras a plazos en los últimos 12 meses.

– No puede permitirse disponer de un automóvil.

– No puede permitirse disponer de teléfono.

-No puede permitirse disponer de un televisor.

-No puede permitirse disponer de una lavadora.

Según el Informe sobre el Estado de la Pobreza en Andalucía 2021, el porcentaje de personas andaluzas con PMS fue de un 11,6%. Es decir, 682.000 personas tienen carencias en cuatro o más de los ítems descritos. No solo es que no puedan irse de vacaciones, sino que tienen limitaciones en cuestiones hoy cotidianas y básicas que debieran estar resueltas. Y digo deberían pues hablamos de un territorio que recibió en 2022 a 30,8 millones de turistas. Por otro lado, 2022 también fue el año en que Andalucía registraba una marca histórica de exportaciones agroalimentarias superando los 14.000 millones en ventas, siendo la cifra más alta desde 1995, fecha en la que se fijan los registros. Hasta 14.061 millones han generado las exportaciones agroalimentarias andaluzas desde un territorio que tiene 2,97 millones de personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social, una tasa un 33% mayor que la media nacional, siendo un 11% de este total la población como veíamos, la que padece además Pobreza Material Severa. Encabezar el ranking de exportaciones agroalimentarias, de recepción de turismo y a su vez superar la media nacional de empobrecimiento muestra como las formas de generar economía en Andalucía producen más pobreza que riqueza. La deslocalización de los capitales, el uso y abuso de los recursos, la energía, la materia prima así como el trabajo asalariado de las personas, ha convertido a Andalucía en una frontera de producción donde se abaratan los precios de consumo pero se encarecen las medidas esenciales para el sostén de la vida. Una tierra que no piensa en quienes la habitan, está sometida a una actividad cortoplacista, temporal y servicial, siempre disponible para el consumo externo.

Hacer turismo es para muchas personas una obligación muy reciente. La concepción del viaje no estaba inserta en mi generación, siendo del 87 y mucho menos en la de mis padres, por no hablar de que mi abuela María Antonia nunca vio el mar. Las niñas andaluzas de pueblo de interior criadas en los 90 cuyo máximo destino era Fuengirola, hoy sí estamos rodeadas de esa ímpetu de la acumulación de kilómetros. Hacer viajes es un status. Dentro y fuera de Europa. Hay que patear mucho para recordarse y enunciarse desde lugares distintos. No viajar es sospechoso pero tener planes continuos aporta utilidad, tranquilidad y una aceptación mucho mayor que lo contrario, que es leído como un fracaso. Por eso, es común sentir vergüenza si tu experiencia con los aeropuertos tiene un corto recorrido. Esto tiene que ver con la oportunidad que tenemos de hacer público lo privado a través de las redes sociales, pero también con el modo en el que la industria turística ha sido configurada, bajo la trampa del low cost y el alcance para “todas” de aquello que es “especial, único, irrepetible”.

Hacer turismo puede entenderse como un rito de paso entro la cateta y la viajera, la que viaja y la que no, la que sabe y la que no entiende, la que puede coger un metro en cualquier ciudad de cualquier país y la que siente pánico al pensarlo. La incapacidad del viaje se va a contemplar siempre como una cuestión defectuosa asociada de forma directa a la propia persona, tanto si se debe por una cuestión económica como si se debe por a una ausencia de capital social, cultural y por tanto vital para enfrentarse a ese movimiento del espacio conocido. Algo que hoy, en un mundo globalizado, realmente no se entiende. Al construirse como una oportunidad, no es comprensible que no se haga. Bajo la trampa de la oportunidad igualmente el negocio turístico justifica su expansión, presentándose como un generador de recursos en los territorios donde se inserta. Sin embargo, además de las cifras expuestas, en lo personal, cada vez son más las amigas que me rodean que se dedican a limpiar pisos turísticos. Amigas que trabajan limpiando Airbnb que no tienen tiempo para bañarse en mi piscina porque los cada vez más blancos turistas que sí están chapoteando en ella, van y vienen con apenas horas de diferencia para preparar el piso. La piscina de la urbanización en la que vivo es de principios de los años 80. Está dentro de un contexto de hogares de familias, en propiedad y en alquiler, pero cada vez más son los cajones portadores de llaves que encontramos a la entrada y cada vez más son los chapuzones fuera de contexto en la piscina. No respetar los horarios, el tono de voz, la expansividad y ocupación absoluta de los espacios comunes son  prácticas habituales. Pero más allá de eso no hay una estética común, pues cada dos días aparece frente a tu puerta un perfil de turista distinto: familias, con niñas, sin niñas, parejitas jóvenes, amigas, colegotes… A saber qué… Y es que una vivienda de alquiler turístico junto a una vivienda familiar no hablan el mismo idioma ni comparten los mismos horarios ni tienen las mismas ganas, de ahí la complicación de un diálogo. Una casa siempre ha sido una casa con sus más y sus menos, sin romantizar. Pero este modelo híbrido de hogar y vacaciones genera un estrés expansivo. Hay un desequilibrio emocional entre personas que están de paso y aprovecharán todos los recursos y esquinas disponibles y quienes tienen el tiempo justo. Por eso, la única forma de estrechar esta brecha ontológica y emocional sería (re)educar las prácticas que se llevan a cabo al hacer turismo. No todas las personas están capacitadas para hacerlo en tanto que no solo no benefician al lugar que los recibe, sino que además lo perjudican. Pensemos en las limpiadoras de los hoteles de Magaluf tras las muertes por balconing. O los nichos de mercados invisibles, la pérdida de puestos de trabajo que las viviendas turísticas generan a partir de ideas como “entrada independiente” lo cual se traduce en la pérdida de un empleo, de una persona formada en la materia y así todo el circuito basado en el abaratamiento de costes.

Cuando unas personas tienen derecho a todo, es porque otras lo están perdiendo. Necesitamos formarnos en cualquier cosa para ejercer cualquier oficio, pero no se nos pide formación cívica, alegando a que las personas son responsables de sus propios actos pero ¿y si no lo son? ¿Y si esa experiencia mágica única y verdadera que le ha vendido el tour operador limita la empatía? No es necesario afirmar que el turismo ha colapsado y que zonas como las islas en general o la costa andaluza han sido despojadas de cualquier autonomía en la época estival. Esta pérdida pasa por la imposibilidad de alquilar una vivienda si eres una persona local, imposibilidad de permanecer en tu vivienda los meses de verano, así como estrés vivencial provocado por la multiplicación de una población que entiende el lugar como un decorado y no como un espacio necesario, porque si no es ese será otro.

Felices vacaciones y ¡que descanse quien pueda!

Autoría: Soledad Castillero, antropóloga social y cultural.