Este lunes 16 de octubre Felipe Benjumea y su ex número dos, Manuel Sánchez Ortega, se sientan en el banquillo de la Audiencia Nacional junto a tres exconsejeros, por las indemnizaciones que cobraron, de 11,4 y 4,4 millones, cuando la quiebra era inminente. Los cinco mandos están acusados de administración desleal y afrontan penas de entre tres y cinco años de cárcel.
Benjumea, contra la lógica del mercado, hizo que Abengoa se resistiera durante su expansión a ampliar capital. QuerÃa crecer, crecer y crecer, pero sin que su cúpula cambiara. Y claro, para financiar durante una década su espectacular conquista en los mercados y acometer atrevidos proyectos recurrió a la deuda, que alcanzó la friolera de 26.000 millones. Cuando los directores financieros le imploraban que insuflara dinero sin aumentar el pasivo, se cerraba en banda.
Mientras en 2010 las grandes del sector presentaban ajustes y pérdidas, la andaluza prosperaba a buen ritmo pero con una pesada mochila de deuda. Y la ampliación de capital seguÃa siendo tabú. Hasta que cinco años dla empresa no aguantó la desconfianza de las agencias de calificación, los bancos y los bonistas, conscientes de que Abengoa jugaba al lÃmite. Llegó el preconcurso de acreedores y desde entonces, en estos casi dos años, las desinversiones se han sucedido, la deuda ha menguado y la firma se ha replegado y encogido hasta los 16.000 trabajadores, dos tercios de los 24.000 que formaron la plantilla en 2014.
Una decena de ejecutivos y exdirectivos arroja hoy luz para destripar los logros y fallos de gestión de una compañÃa que ha sido ejemplo de éxito en un sector muy competitivo, con la investigación y la excelencia como banderas. «Fueron dos mil pirañas, no un tiburón, las que nos comieron», reflexiona un alto cargo al evocar los dÃas más crÃticos de la crisis, salvados por la campana. Antes, al error de gobernanza se le habÃan sumado unas inversiones fallidas en bioetanol y plantas termosolares perjudicadas por los cambios regulatorios en España y Estados Unidos; la apuesta por Brasil y el colapso de su economÃa; y la indecisión de los bancos para salvarla de la quiebra, que le hizo perder activos a velocidad de vértigo, entre otros motivos. Un ejemplo clamoroso: la planta de Bioetanol en Rotterdam, que habÃa costado 480 millones, se subastó porque ningún banco quiso poner encima de la mesa 40 millones para una deuda con un acreedor. Y de un plumazo, desapareció como activo.
Y sin embargo, su secreto estaba en las tripas y por debajo de todo latÃa el dinero, que movÃa como nadie. Él mismo definió la naturaleza del sello Abengoa en varias reuniones de trabajo: «Es una compañÃa financiera que utiliza la ingenierÃa como el negocio cotidiano», repetÃa a sus colaboradores. Benjumea diseñó operaciones con bancos de todo el mundo, sacó acciones A y B (éstas sin poder polÃtico) y, pese a las tempestades, utilizó todas las rendijas del sistema para financiarse. «Ninguno le animábamos, pero todos sabÃamos que estábamos en una empresa de alto riesgo», explica otro alto cargo. A priori, sin cruzar la lÃnea roja del delito aunque siempre bordeándola.
Los auditores, en un principio Price Water House y luego Deloitte, revisaban las cuentas pero solo constataban que cuadraran. Ninguna puso peros a los tremendos riesgos y la volatilidad de la multinacional en mercados, siempre asociada a las nuevas tecnologÃas y al camino incierto de la innovación de laboratorio. La excusa de los auditores era que el análisis crÃtico de las cifras que la firma aportaba y su tendencia imparable al déficit de capital, excedÃa su función.
Abengoa gastó en auditores nada menos que 51 millones en cuatro ejercicios (entre 2011 y 2014), pero dada la complejidad de su estructura societaria, fuentes del sector no ven desorbitada la cifra. Y como grande que cotiza en el Ibex, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) daba por buenas estas auditorÃas salvo algunas preguntas adicionales, en un claro ejemplo de detector de alarmas reactivo más que proactivo.
El principio del fin de Benjumea se desencadenó en septiembre de 2015, cuando los bancos exigieron su cabeza a cambio de que la compañÃa sobreviviera. Le ofrecieron un 5% del capital, él reclamó un 20%, pero terminó aceptando porque era eso o nada. La salvación pasaba por una ampliación de capital de 650 millones, que llegó a estar aprobada por los bancos. La clave era evitar la desconfianza —in crescendo— de los mercados, por lo que era necesario actuar con rapidez.
Y en plena revisión de cuentas, el Banco Santander dijo «quietos» porque tenÃa un inversor de última hora. Gestamp habrÃa aportado músculo financiero y experiencia en ingenierÃa, pero tras estudiar las cuentas el grupo vasco exigió 1.500 millones, los bancos dijeron 700 como máximo, y la negociación se fue al garete. Cada dÃa que pasaba la compañÃa perdÃa valor.
A pesar de que el súbito socio se fue como habÃa llegado y los bancos habÃan asegurado la ampliación de 650 millones, estos se plantaron tras el fiasco de Gestamp. La agonÃa se volvió a prolongar hasta que el preconcurso se hizo inevitable. Las deudas ahogaron a la firma, que para resistir el acoso de los bajistas y especuladores solo encontró la escapatoria judicial.
Tras una quita del 97% a los acreedores, renovada su cúpula y sin rastro de Benjumea, ahora la firma afronta un futuro incierto, con su prestigio tocado y un equipo que puja por los contratos internacionales más jugosos. El año pasado ejecutó diversas desinversiones –que ascienden a 1.700 millones- y sufrió unas pérdidas récord de 7.629 millones. La deuda, reducida hoy a 5.578 millones según la firma, sigue siendo su talón de Aquiles. La multinacional mantiene un laudo en el arbitraje internacional contra el Gobierno por el cambio regulatorio de las renovables que le supondrÃa un balón de oxÃgeno de 800 millones.
El grupo Abengoa dispuso de 653 sociedades en 80 paÃses, con múltiples campos de acción y continuas operaciones entre sus filiales con precios ajenos al mercado. En otras palabras, las ventas y compras intragrupo se inflaban para beneficiar los balances de una filial y perjudicar a otra, según coinciden varios directivos. La estructura financiera generada era un laberÃntico castillo cuyas dependencias apenas conocÃan un ramillete de personas. Antes de su caÃda, uno de sus colaboradores preguntó a Benjumea por su infinita estructura de deuda, créditos con más de un centenar de bancos e incesantes movimientos de dinero para cumplir la obsesión del grupo: crecer. Y con desparpajo, le soltó: «Felipe, ¿No tenemos una manera más fácil de ganar dinero?».
Fuente. El PaÃs.