Una huelga puede propiciar momentos de catarsis, incluso de libertad. La huelga es un proceso vital y social a través del cual las personas, como trabajadoras, toman conciencia de su posición contrapuesta al capital. La huelga es un momento de desacuerdo y, por lo tanto, de ruptura. También es un acto creativo, de regeneración, porque las personas ven más allá de sus problemas individuales y expresan una posición común como trabajadoras. Así, el trabajo asalariado deja de ser emancipador y las trabajadoras, ahora no tan sumisas, quieren dejar constancia de su malestar. Se arriesgan y confrontan para vivir diferente. Establecen y refuerzan los lazos de solidaridad para mejorar sus condiciones de vida, y también para reapropiarse de una dignidad y respeto negadas. ¿Por qué, si no, iban a “invertir” las trabajadoras tantos esfuerzos en detener el proceso productivo? ¿Por qué, si no, iban a gritar tanto las trabajadoras de las residencias de Bizkaia resistir, persistir, insistir, pero nunca desistir por las calles del centro de Bilbao cuando sus superiores las observan amenazantes? ¡Qué ironía! ¿Verdad?
La explotación laboral y patriarcal no tienen límite ya que pueden ser demasiado sutiles, estar encubiertas bajo el dogma del “sentido común” y ser presentadas como relación natural, casi ancestral, o incluso como algo necesario para asegurar la competitividad de las empresas, el desarrollo personal y social o, peor aún, para contribuir con el crecimiento económico del país. ¿Y quién es ese país del que tanto hablan si nunca preguntan a la gran mayoría por su situación personal excepto en clave electoral? O, es que, acaso: ¿no somos nada más que ciudadanos que tenemos que pagar impuestos y votar por el partido que asegure más la confianza de los mercados?
El conflicto es más cruel todavía cuando mitad de la población está siendo infravalorada por el mero hecho de ser mujer y exigírsele una forma de comportamiento determinada; cuando las mujeres son tratadas como meros apéndices del hombre, y deben estar subordinadas a él, el único que brinda protección económica y moral, aquellos atributos que ellas no son capaces de asegurarse por sí mismas. Esta actitud tampoco deja de esconder un buen grado de cinismo porque, cuando el trabajo predominantemente realizado por mujeres es pesado y farragoso, como el de cuidados en las residencias de mayores o personas con algún tipo de discapacidad, la fuerza, resistencia y paciencia necesarias para tratar bien a esas personas no son reconocidas en absoluto.
Por suerte, siempre hay personas que son críticas frente a ese discurso economicista y patriarcal, y son capaces de dar un paso adelante, valientes, sacando las innumerables injusticias a la luz, denunciando la pobreza de nuestras relaciones, y exigiendo cambiarlas. No eran trabajadoras, solo mujeres, es el libro con el que Onintza Irureta Azkune recoge una de las últimas huelgas que han conmovido la sociedad vasca, la de residencias de Bizkaia 2016-2017. Una huelga por la mejora de un convenio colectivo que duró 378 días, se dice pronto. La historia, hago un spoiler, tiene un final feliz, aunque este sea siempre incompleto y provisional.
El conflicto laboral que tanto removió a la sociedad vizcaína terminó con la victoria de las trabajadoras y la firma de un convenio sectorial, así como de un buen número de convenios de empresa, que establecía un mínimo salarial de 1.200€, una jornada laboral de 1.592 horas, y otra serie de pluses y beneficios sociales como bajas laborales o de conciliación familiar. Quizás, más importante que todo derecho que pueda registrarse dentro de un contrato laboral, el libro presenta la historia de unas trabajadoras que se han dado cuenta de que pueden ser tratadas de forma diferente, que pueden hacerse respetar más y defender una serie de derechos que nadie les quería reconocer antes, y en muchos casos, aunque ya estuvieran recogidos en la ley.
Este libro nos presenta un conflicto laboral donde unas personas, que antes eran tratadas primordialmente como mujeres y, por lo tanto, con desprecio, han conseguido que se les reconozcan sus derechos como trabajadoras. Es decir, este libro nos muestra cómo la lucha de clases es necesariamente feminista, que la una no se puede entender sin la otra, y que es imprescindible visibilizar la muy problemática división del trabajo actual, así como la forma en que valoramos el trabajo de cuidados y aptitudes normalmente atribuidas a las mujeres.
El feminismo que trata este libro puede entenderse pues como el surgimiento de esa conciencia colectiva contra esa forma específica de subordinación; relación de dominación que ampliamente se da en los trabajos centrados en los cuidados de las personas y en la reproducción de la vida. A día de hoy, el patriarcado está siendo cada vez más confrontado, y este libro es prueba de ello. Por otra parte, y sin menoscabar su importancia en el desarrollo de estos eventos, el sindicalismo se presenta como una forma de organización y de lucha en la denuncia y transformación efectiva de una situación laboral donde aparentemente la trabajadora se encuentra sola frente al gerente o empresario. Éste, tanto presente en cuerpo de hombre o de mujer, obvia las dificultades que estas mujeres sufren. En tanto en cuanto el capitalista tiene la ley a su favor, y una mayor cantidad de recursos económicos a su disposición, la trabajadora no puede más que tomar conciencia de su situación desfavorable y organizarse para empezar a establecer objetivos comunes, superando la soledad que tan amarga puede hacerse cuando una debe enfrentarse individualmente al mercado laboral y la dominación gerencial. Si alguien piensa que todo lo que he dicho hasta ahora es pura retórica, le invito a sumergirse en la lectura de este interesante y pedagógico libro para entender mejor cómo el feminismo y el sindicalismo pueden entrelazarse en la mejora de las condiciones de vida de muchas personas, la suya inclusive.
Este atractivo libro editado conjuntamente por la revista Argia y la Fundación Manu Robles-Arangiz (disponible en euskara, catalá y castellano) está dividido en tres partes. Os las resumo brevemente. En primer lugar, Onintza hace un repaso de la minuciosa acción sindical que un buen número de trabajadoras y el sindicato mayoritario en el sector, Euskal Langileen Alkartasuna (ELA), han realizado desde, por lo menos, el año 2002. La huelga que empezó en 2016 no surge espontáneamente sino, al contrario, poco a poco, tras un gran trabajo organizativo, jurídico y de formación previo en un contexto laboral donde existe una gran precariedad y comportamientos claramente machistas y vejatorios. De una forma clara y breve, esta sección intercala diversas citas de activistas sindicales para contarnos cómo las trabajadoras van ganando fuerza a través de la negociación de los consecutivos convenios colectivos.
La firma de cada convenio supuso una serie de mejoras en las condiciones salariales y laborales que fueron paralelas al empoderamiento y concienciación de las trabajadoras en el sector. Muchas concebían inicialmente el magro sueldo que les llegaba a fin de mes como un “complemento salarial” a los ingresos de sus maridos, para “pagar los viajes” o algún otro capricho; pero pocas lo entendía como un sueldo que les valiese para ser independientes y tener una vida digna. Los pocos más de 600€ que ganaban y 1.800 horas de jornada laboral distaban mucho de poder asegurarles ningún bienestar económico, o permitirles el acceso a cursos formativos que pudieran facilitarles postular por trabajos mejor remunerados. Alguien tenía que cuidar a la gente de las residencias, y a ellas, por ser mujeres, les había tocado la china. Por eso, para mejorar su situación negociadora había que “calentar el ambiente”, y el sindicalismo feminista se mostró como una herramienta muy útil, en especial la huelga.
La segunda parte del libro recopila una serie de noticias y fotografías que atestiguan la repercusión que han tenido las luchas antiguas como la última. La lucha sindical feminista tiene caras, son personas, y el libro nos da la oportunidad de conocerlas. A su vez, en esta sección se puede leer un poema escrito por una de las huelguistas, que se puede leer como una oda a la resistencia implacable de estas mujeres, y muestra el tesón con el que estas mujeres aguantaron la larga huelga de 2016-2017.
Por último, el libro recoge el testimonio de 8 mujeres adscritas a diferentes centros de trabajo donde ha tenido lugar la última y más resonante de las huelgas. Cada historia de vida es rica en sí misma, ya que muestra cómo cada mujer se ha enfrentado al duro y largo conflicto de manera diversa. Y pese a sus diferencias, o quizás gracias a ellas, todas ellas muestran una gran sintonía a la hora de expresar cómo la huelga de 378 días ha sido un claro proceso de catarsis individual y colectiva del cual están muy orgullosas. Por eso, ninguna de ellas, y sin olvidar los despidos o ningunear la discriminación que han podido llegar a sufrir, volvería atrás para cambiar su historia de vida.
No todas comenzaron la huelga con el mismo grado de convencimiento sobre la necesidad de luchar, ni todas ellas tenían el mismo grado de apoyo por parte de sus compañeras, y mucho menos estaban todas sindicalizadas. Se da, por ejemplo, el caso de Marisol que insegura de sí misma, recibe el apoyo de otras huelguistas de otros centros de trabajo para protestar delante de su centro. Una vez pegada la primera pegatina o distribuido el panfleto informativo, se da cuenta que ella también es capaz de hacer suya la lucha, ejercer sus derechos, y ganarse el respeto incluso de sus superiores. Otras, sin entender inicialmente por qué su lucha es tan sindical como feminista, aprenden y descubren que por ser mujeres están recibiendo un trato diferenciado y peor al de los hombres.
Existen familiares de los residentes que les reprochan e insultan por ir a la huelga, otros, en cambio, se organizan y les apoyan abiertamente para denunciar el abandono de la Diputación de Bizkaia. Debido a la incansable labor de comunicación y protesta frente de la Diputación, la calle es cada vez más solidaria con su causa. Eso refuerza la moral de las huelguistas que lloran, ríen y gritan unidas. El sindicato, bien organizado y con múltiples recursos legales y económicos, da una cobertura necesaria a las huelguistas para poder aguantar la lucha tanto tiempo y ganarla. En especial, todas las entrevistadas subrayan que la caja de resistencia es una herramienta valiosa para poder alargar el conflicto y presionar a la patronal más y mejor. Así, estas mujeres dan crédito a la importancia que tiene la acción sindical en su emancipación como mujeres y trabajadoras.
Las diferentes experiencias que se recogen en este libro no dejan al lector indiferente. La valentía y esfuerzo de estas mujeres por denunciar la precariedad de un trabajo, trabajo que nos es necesario para asegurar la dignidad de las personas más necesitadas, nos enseñan que todas podemos hacer algo para ser más solidarias a través de la organización y toma de conciencia colectivas. Así, tanto la persona que cuida como la cuidada establecen un vínculo más estrecho, aumentando nuestro potencial y capacidad de decisión como personas que trabajan y también desean ser cuidadas. Este libro nos presenta, por lo tanto, el sindicalismo feminista como una forma necesaria de lucha en la dignificación de toda nuestra sociedad, siendo las 8 huelguistas de residencias de Bizkaia entrevistadas claras testigos de su importancia.
Autoría: Jon Las Heras, profesor de la Universidad del País Vasco.