Ilusiones

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Porque destruimos ilusiones nos acusan de no tener ideales”. Freud

 

En un artículo anterior (Portal de Andalucía: El aparato para pensar los pensamientos y la izquierda) indagamos sobre pseudomentalizaciones ideológicas extendidas en la izquierda (moralismo, cosmopolitismo liberal, malmenorismo, fetichismo del método, presentismo ) e indicativas de su actual indigencia intelectual, desorientación estratégica y colonización por el pensamiento único neoliberal. Continuamos aquí la tentativa deconstructiva (?), describiendo algunas otras barreras epistemológicas y políticas que, funcionando como “ilusiones”, traban el rearme moral e intelectual del pensamiento emancipatorio que es tan necesario para este precipicio que es el siglo XXI. Específicamente abordaremos tres aspectos de esta constelación “ilusoria”, la ilusión del progreso, la ilusión de la democracia liberal y, específica de la izquierda española, la ilusión del PSOE.

La “ilusión del progreso”

Si ha habido un fetiche de la gobernanza del PSOE en Andalucía fue el de las modernizaciones. Aunque el imaginario de la modernización y del progreso ha formado parte, históricamente, de la psicología política de la izquierda mundial, no ha sido hasta muy recientemente cuando se está haciendo algo más familiar su crítica. Lo progresista era la superación del pasado, disolver los problemas del presente en el desarrollo ininterrumpido hacia el futuro. La modernidad capitalista mostró una confianza teológica en el progreso lineal y acumulativo ligado a la tecnología y al desarrollo de las fuerzas productivas, optimismo que compartió la izquierda evolucionista. El desarrollo se comportaba como si los recursos del planeta fuesen infinitos y la devastación ecológica pudiese desconectarse de la justicia social y de la democracia.  Pero las graves amenazas y los daños perpetrados a la ecología, a los sistemas vivos y al conjunto del metabolismo del planeta han ido exhibiendo, desnuda, la naturaleza destructiva, depredadora e “inconsciente” de la economía capitalista, aún más desembridada todavía en la época neoliberal

Finalmente, la esperanza fáustica y desarrollista comenzó a ser fuertemente cuestionada por el paradigma de la ecología política. Aunque antes, el filósofo alemán Walter Benjamin ya había relacionado a la diosa del progreso y la “representación de su marcha recorriendo un tiempo homogéneo y vacío[1] con el concepto de catástrofe, a la racionalidad instrumental moderna con la locura del fascismo y a la idolatría del progreso técnico y científico con la barbarie industrial que anida en su seno. Y ahora en este primer cuarto del siglo XXI se hace ya evidente la inconsciencia de esta teleología vacía del progreso con la constatación de una ecología social, ambiental y cultural fracturada, enajenada y en peligro de extinción. La crítica del progreso como ideología y como ilusión por W. Benjamin evocó la imagen de la revolución emancipatoria como un freno de mano en el desbocado tren capitalista que, desplegando sus formas más intensas de dominación de las personas y de la naturaleza, “camina sobre ruinas y escombros”. Lo catastrófico entonces, en la crítica de W. Benjamin, es el curso lineal del progreso, del desarrollo cientifico-técnico industrial y militar, “lo catastrófico es la eternización de lo que ya tenemos, la irreversibilidad del curso que nos ha traído hasta aquí”.

Una política emancipatoria radical debería pues hacer la crítica del progreso en el desvelamiento del sufrimiento, la opresión y la alienación que se ocultan detrás de todas las grandes realizaciones humanas. La modernidad entendida como progreso acumulativo de avances tecnológicos y productivos engendró sus propios monstruos, las guerras con decenas de millones de muertes, el cambio climático, los campos de concentración, Hiroshima y Nagasaki, el gulag, las hambrunas de millones de personas, los fascismos. Detener la catástrofe planetaria es accionar los “frenos de emergencia” del progreso y su racionalidad instrumental, denunciar lo regresivo y lo desquiciado ausentes en una visión progresista basada en el culto a las fuerzas productivas, en la mercantilización de todas las esferas de la vida, en la despolitización del desarrollo cientifico-técnico y en la entropía de los mercados que, siguiendo la evocación de Marx, se asemejan “al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros«.

En el caso de Andalucía, la narrativa de las modernizaciones a manos del social-liberalismo encubría la gobernanza neoliberal de una inserción subordinada en el marco del “desarrollo desigual y combinado” del capitalismo español. La “modernización regresiva” de Andalucía ha representado la coexistencia de las mayores tasas de pobreza infantil, de paro estructural y de barrios degradados con cientos de miles de coches colapsando las ciudades, una actividad constructiva inflacionaria y especulativa, la extensión de mares de cultivos bajo plástico y zonas industriales que originaron desastres ambientales.

Autores como Jorge Reichmann[2] escriben sobre la necesidad de colapsar mejor, de cortocircuitar esta «modernidad expansiva«, esta sociedad industrial de alta tecnología que avanza hacia una muy cercana debacle, la que traerá inimaginables sufrimientos a la vida en la Tierra. Esta época neoliberal, que empezó cuando éramos 4.000 millones de habitantes en el planeta (ahora somos 8.000 millones) es una «era de la denegación«, del rechazo a saber de las catástrofes que engendra por el agotamiento de todos los recursos bióticos y abióticos. Desde estas sensibilidades de la ecología política se reivindica una «modernidad decreciente» y una izquierda ecosocialista más impregnada de gentes como W. Benjamin e Ivan Illich.

Y a pesar de todo, la ideología del progreso, del productivismo, del desarrollismo como la vía hacia un horizonte de justicia social y política, sigue infiltrada y colonizando los programas y los discursos políticos de la izquierda, fuera, pero también en Andalucía.

La “ilusión democrática

La “ilusión democratico-liberal”, en realidad. Las democracias liberales en el siglo XX instauraron un marco de gestión del conflicto y la convivencia en las sociedades de mercado que aunaba la “democracia constitucional” (controles y equilibrios entre las instituciones) con la “democracia participativa” (elecciones, protagonismo de la ciudadanía)[3]. En este encuadre, la igualdad, la democracia y la libertad se reconocían como derechos en la esfera política, quedando privatizadas y despolitizadas las relaciones sociales y, sobre todo, la “morada oculta” (Marx) de la economía. En sus mejores momentos, la democracia liberal, bajo el paraguas de la participación electoral, ha producido el espejismo de la igualdad (abstracta): equiparaba la libertad de las élites y la de los pobres, disolviendo la percepción de las diferencias y subsumiéndolas en la categoría de “sociedad civil”, disipaba la visión del poder que ejerce el dinero y de la desigualdad en la distribución del poder político. En todo caso, operaba “el cierre del marco historico-político en el binomio indisoluble de la democracia liberal y el sistema económico de mercado” (Zizek)

El neoliberalismo, un programa radical de las élites que ha hegemonizado el mundo como nunca antes lo hizo ningún paradigma político, quiebra este marco e implementa tendencias poderosas hacia la desdemocratización de la vida social y económica. Ello, en paralelo, ha incrementado las desigualdades y despolitizado la toma de decisiones, ahora transferidas, por encima de los gobiernos nacionales, a entidades tecnocráticas no elegidas democráticamente (Comisión, Banco Central, FMI), como en la UE. Las tensiones desdemocratizadoras han desvitalizado la participación electoral y los ciudadanos han renunciado al compromiso político. Procesos electorales como liturgia propagandística, espectáculo y sonambulismo participativo surfean la ola de la desilusión social, mientras se desvanecen las identidades políticas y las fronteras entre los partidos, que se vacían de contenido. Como explicaba Perry Anderson en su análisis de las ideas de Norberto Bobbio, “los mismos ciudadanos se hunden cada día más en unas ignorancias y apatías cívicas inculcadas cuidadosamente por la industria cultural y la manipulación política, y evolucionan así exactamente hacia lo opuesto de los sujetos políticamente educados y activos que, para los teóricos del liberalismo, habrían debido ser la base humana de una democracia representativa”[4]

En qué consiste entonces la que Badiou llama la “ilusión democrática”  de la izquierda occidental?. En la interiorización de la democracia liberal, no sólo como método de participación y recuento de subjetividades y voluntades, sino como sustancia y único horizonte político. Pero sobre todo, en la aceptación de los mecanismos y dispositivos democráticos del aparato del estado como los exclusivos medios legítimos de cambio y como herramientas suficientes para transformar las relaciones estructurales en las economías capitalistas. No sólo la democracia (liberal) es fetichizada y así invisibiliza los antagonismos de clases y “exige como condición reguladora la autonomía del capital, los propietarios, el mercado[5], sino que legitima y reproduce la división social entre poseedores y no-poseedores de los grandes medios económicos. Como describía N. Bobbio “la democracia liberal encuentra una barrera insuperable a las puertas de la fábrica”.

Sin duda, la democracia es un concepto valioso y apreciado que exige disputa ideológica, liberarlo de su banalidad y formalismo parlamentarios y de su matrimonio forzoso con la economía de mercado, dotarlo, en definitiva, de un contenido ligado al antagonismo, al desacuerdo y a lo constituyente. Un ejemplo de esta “ilusión democrática” es la aceptación impotente de la institucionalidad andaluza como único dispositivo para promover una gubernamentalidad útil que enfrente los graves problemas sociales de la ciudadanía (paro estructural, emigración, pobreza, destrucción ambiental, fracaso educativo, etc.), sobre todo, cuando sabemos que no constituye sino un caparazón formal desprovisto de los resortes esenciales para un poder político autónomo y realmente democratizado en su esencia más integral.

La “ilusión del PSOE

Al modo de la fascinación que siente el fóbico por el objeto temido, la izquierda española mantiene un intenso y neurótico vínculo autodestructivo con el PSOE que, regularmente, le hace girar como un derviche a su alrededor, hasta caer en él, como la mariposa en la luz.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es uno de los filamentos en la doble hélice del sistema político español, junto al PP, componiendo orgánicamente el bipartidismo que ha sustentado la homeostasis en la gubernamentalidad del 78. Como partido del régimen ha exhibido un compromiso histórico y sin fisuras con su estabilidad y normalización. De este modo, ha sido un activo impulsor de la arquitectura neoliberal europea, promotor de reformas laborales contra el mundo del trabajo y de la reforma constitucional del 135, leal legitimador de la monarquía-herencia franquista, inspirador de los GAL, apoyo sustancial a la represión en Cataluña y la aplicación del 155, garante político de la integración en la OTAN y de las bases militares extranjeras y gran beneficiario de las puertas giratorias para sus dirigentes. La aleación orgánica de este aparato político con el estado profundo y con el mundo de los grandes negocios no ha sido nunca disimulada ni descuidada por sus dirigentes. Durante décadas, no sólo las actuaciones, sino también sus declaraciones públicas, han mostrado la profundidad de su incursión ética e ideológica en los caminos de la renegación. Nada ha estado en el paisaje español más alejado que el PSOE de lo que se podría llamar, utilizando la expresión de Foucault, “el gobierno de la verdad”.

Y sin embargo, la izquierda española parece funcionar con relación a este partido bajo el mecanismo freudiano de la denegación: “’lo sé, pero no quiero saber lo que sé, así que no sé. Lo sé, pero rechazo asumir por completo las consecuencias de este conocimiento de modo que puedo continuar actuando como si no lo supiese» (Slavoj Žižek). Incluso en los momentos de más debilidad política y electoral del PSOE, antes que la derecha, es la izquierda la que acude corriendo en su ayuda ofreciendo respiración asistida y transfusión de patrimonio moral e ideológico. La izquierda suministra su aval reinscribiéndolo y legitimándolo en el campo político de la izquierda. Este “furor sanadis” funciona como crédito ético y político: sostiene la ilusión de su recuperación a partir del restablecimiento de su verdadera naturaleza, una operación (gratis) de desplazamiento del lugar político que ocupa (partido del régimen) hasta la liberación de su auténtica esencia (partido de izquierdas). Es un tipo de esencialismo adherido al efecto de superficie de la autodefinición y la etiqueta (si dices que eres liberal o centrista o socialista así te ubico y mido tus actos). Esta esencia habría sido enjaulada y constreñida por los poderes económicos y del estado profundo que, operando como deus ex machina, lo habrían poseído y tomado como rehén, victimización que da lugar a distintas estrategias por parte de la izquierda española que, como si se tratase de un exorcismo, invocan a su historia (más bien a su prehistoria), a sus bases y a su electorado, para facilitar el proceso de reencuentro con su verdadero ser y expulsión de lo diabólico de su interior.

La metafísica descrita ha tenido, sin duda, un espacio privilegiado en Andalucía. Aquí, el PSOE, no sólo cristalizó como la facción más derechista, españolista y políticamente grotesca del partido, sino que además ha mostrado durante casi 40 años los resultados, socialmente dramáticos, de su voluntad de gobernanza neoliberal, subalterna y clientelar. Ello no ha influido un ápice en el obstinado posicionamiento de la izquierda andaluza como “aide de càmp”, subordinación exhibida incluso integrándose en el gobierno como fuerza dominada y proclamando las virtudes “de izquierda” y “de progreso” de políticas antisociales y de austeridad.

Por todo lo hasta aquí enumerado, podemos concluir diciendo que una subjetividad política atenazada por artefactos intelectuales ilusorios, a modo de secreciones ideológicas deformadoras, como los aquí descritos, no sólo es contrapuesta a la necesaria imaginación utópica, sino que actúa reforzando un “sentido común” afín al régimen neoliberal y a sus gestores principales y promoviendo “efectos de desconocimiento” que explican la situación actual de la izquierda en términos de desorientación estratégica y debilidad política.

[1] Benjamin, Walter. “Tesis sobre filosofía de la historia”. 1940

[2] Ecosocialismo descalzo en el Siglo de la Gran Prueba. Jorge Riechmann. Revista Viento Sur150

[3] “Gobernar el vacío. El proceso de vaciado de las democracias occidentales”. Peter Mair. New Left Review, pp. N° 42, Enero-Febrero, 2007, pp. 22-46

[4]  “Liberalismo y Socialismo en Norberto Bobbio”. Perry Anderson. Cuadernos Políticos, número 56, México, D. F., editorial Era, enero-abril de 1989, pp. 37-63

[5]  Badiou, Alain. De un desastre oscuro. Sobre el fin de la verdad del Estado. Buenos Aires. Amorrortu, 2006