Desigualdad y Calentamiento global, de la mano

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Qué bello el canto de los pájaros. Relucen en estos días en los que el ruido y la contaminación les deja el hueco. Estamos en los mejores momentos de la primavera. Esta reducción de actividad, esta mayor tranquilidad supone una liberación para muchas especies a las que tenemos demasiado ahogadas. Es la otra cara de la moneda.

Vivir más sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir. Comprobar que no necesitamos de tantos materiales, de tanto consumo, de tanta ropa, de tanto recurso tirado a las alcantarillas, a los vertederos, al cielo. Experimentar la práctica del decrecimiento para darnos cuenta de que los que pensamos que hay otras fórmulas, no queremos decir que tengamos que volver a las cavernas, no. Es simplemente que visualicemos que la catástrofe de que la economía no crecerá en 2020, no es tal. No cambiará sustancialmente para la inmensa mayoría. Es sólo que algunos acumularán menos millones.

Porque los grandes retos de este avanzado siglo XXI son la desigualdad y el calentamiento global. Ambas cuestiones están estrechamente relacionadas y sólo podrán resolverse si las abordamos de manera conjunta.

Para visualizar este hecho, tenemos que considerar que, el 0,01% de la población posee más del 50% de la riqueza mundial. Que las emisiones de carbono están muy concentradas en un pequeño grupo de emisores, constituido principalmente por personas de alto nivel de renta y riqueza, que viven en los países más ricos del mundo.

Para revertir esta dinámica, esto es, acumulación de riqueza en pocas manos, las que más contribuyen al calentamiento global, las que siguen agarrándose al negacionismo o a la adaptación como única vía posible de sobrevivir, son necesarias tal magnitud de cambios en las prioridades colectivas, en el régimen económico, en el estilo de vida, que su aceptación social, comunicativa y política debe implicar necesariamente la construcción de normas de justifica exigentes y verificables.

Porque en sentido estricto, resulta injusto pedirles a las categorías sociales medias y bajas, a los países que tratan de alcanzar niveles de renta y vida dignas, que hagan esfuerzos significativos para paliar el cambio climático mientras los países ricos y las clases altas siguen contemplando la escena tranquilamente desde lo alto de su nivel de vida y su rango de emisiones.

Así, la reversión del calentamiento global tiene que ir parejo a la reducción de la desigualdad. Por eso la búsqueda de un equilibrio climático y social requiere de medidas que redistribuyan la riqueza, incrementando la tasa impositiva a los más ricos, a los que más contaminan. El reto pasa por identificar de qué forma se establecen las tasas impositivas.

Los impuestos indirectos, está demostrado, no discriminan, aplican las mismas tasas a distintos estatus sociales. Así, romper la dinámica del aumento de la concentración de la riqueza en pocas manos tiene que venir de la mano, necesariamente de un fuerte aumento de la progresividad de los impuestos sobre las rentas y los patrimonios más altos.

De manera adicional, considerando que las rentas más altas, son las que más contaminan, considerando la regla básica proclamada en diversas cumbres del clima de que quien contamina es el que debe pagar, considerando que las emisiones de carbono son la variable verificable más idónea con la que contamos, tenemos que considerar que un impuesto sobre el carbono puede ser la vía más acertada para fortalecer una fiscalidad que desincentive la contaminación y con ello, frene el cambio climático.

Ahora bien, un impuesto sobre el carbono para que sea aceptado y desempeñe adecuadamente esta función, tiene que ser progresivo con el nivel de renta y su recaudación tiene que ir destinada a compensar a las rentas más bajas y a financiar la transición energética. Tomas Piketty, ha elaborado una propuesta en este sentido: “Para neutralizar los efectos regresivos del impuesto sobre el carbono, se calcularía el impacto medio sobre los diferentes niveles de renta (en función de la estructura promedio del gasto en cada nivel de renta) y se ajustaría automáticamente la escala del impuesto progresivo sobre la renta, así como el sistema de transferencias sociales y de renta básica”.

Con esta fórmula, un consumo más intensivo en carbono tiene un mayor coste fiscal que uno menos intensivo. El objetivo es que se afecte a los patrones de consumo a la vez que la recaudación sirva para mejorar la situación de las rentas más bajas.

Otra fórmula, la de aplicar fiscalidad verde de manera indirecta, esto es, aumentar los impuestos indirectos sobre las emisiones, subiendo por ejemplo los costes de los combustibles y la energía, sabemos ya a lo que conduce: Los chalecos amarillos en Francia.

Lograr un impuesto sobre las emisiones de carbono individual, de tal manera que cada persona cuente con una especie de tarjeta que registre sus emisiones y que de manera progresiva sea gravado, es aún hoy una utopía, pero no es descabellado plantearlo. Así funcionan ya los contadores de las casas de agua y electricidad.

El futuro del planeta, de la naturaleza, que es el nuestro propio, está en nuestras manos. Caminar hacia una sociedad más justa tiene dos focos de atención, la desigualdad y el cambio climático. Ambos hay que resolverlo de forma sincrónica. No podemos retrasar una verdadera transición ecológica, estos días, el aire limpio, las noches estrelladas, el canto de los pájaros, el olor de las flores tiene que servir para que lo visualicemos, para que nos comprometamos.