Frente a quienes niegan la vida

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Qué miedo debe dar que suene el teléfono una madrugada de lluvia y viento cuando tu pareja, tu padre, tu hermano o amigo le toca el turno de noche. Qué interminable debe ser ese timbre ansioso, esa voz urgente, esa noticia intuida y temida más de una vez.

La otra noche volvió a perder la vida un currante en el tajo. En Navantia, aquí, en Puerto Real. Otra vez el eslabón más débil, otra vez la subcontrata, otra vez una historia detrás: que si quedaba poco para la jubilación, que si la familia destrozada, que si antes fue el cierre de una fábrica en la que ahora usan sus terrenos para pegar pelotazos a costa del dinero público, que si no debió estar ahí, que si siempre son los mismos, que si no será el último, que si tapan el luto con la noticia de la carga de trabajo.

La otra noche fue Eduardo, pero es que aquella vez fue Miguel, con 24 años, en la Zona Franca, o el joven de 39, también de la empresa auxiliar, en San Fernando. Los dos de un taller en el polígono del Río San Pedro, el albañil que rehabilitaba la finca o el operario de la Cabezuela.

La otra noche fue Eduardo, pero que también la perdió Benjamín Blandón, el temporero de Murcia, migrante, de un golpe de calor en una plantación de sandía. O Fátima, jornalera de Huelva que venía de Marruecos mientras recogía fresas, o los chiquillos de la fábrica textil de Bangladesh que hacían la ropa de Inditex.

La otra noche Eduardo, en la Bahía de Cádiz, pero que da igual el dónde porque se trata de exprimir a los de abajo, más cuanto más abajo, para que los de arriba tengan los máximos beneficios. Se trata de recortar derechos, esto va de cuestionar hasta el descanso, de legitimar la explotación en la feria, de recortar la seguridad en las factorías, de negar hasta el agua en los campos de Andalucía, de enriquecerse de la miseria.

Porque nunca va a perder la vida el terrateniente por varear, ni el directivo en el dique, ni el empresario en el taller textil, ni el constructor en el andamio.

Porque parecen que nos hacen un favor con las contrataciones, con las explotaciones, con el sueldo mal pagado y la realidad es que existen un montón de empresas que funcionan sin empresarios, pero ni una sola empresa que salga adelante sin trabajadores.

Porque nos querrán engañar también los partidos racistas y patriotas mientras señalan a los que saltan una valla, e intentarán dividir por origen, determinar por el color de piel y que pongas la vista en ellos para que no mires a quienes de verdad niegan la vida.

Porque la precariedad no entiende de nacionalidad, sino de clase social. Porque no se puede defender al casetero que quiere turnos de 15 horas sin descanso y pedir el voto de los barrios obreros. Porque tampoco se puede olvidar, nunca, que quienes defienden y amparan ese liberalismo sin límites, esa bajada de impuestos a los poderosos o cualquier avance laboral, nunca, jamás, podrán representar a quienes se dejan la piel y los huesos desde las seis de la mañana para aspirar, simplemente, a resistir otro final de mes.