La Toma, ¿qué toma?… y olé

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El mérito fue de Alfonso Lasso de la Vega, hijo del andalucista histórico que, con el mismo nombre, creará el Centro de Estudios Andaluces siendo el primer alcaide del alcázar de Sevilla cuando la República lo cedió al Ayuntamiento. El fue, como asesor de la UNESCO, quien viajó a París e hizo posible en 1995 que el consejero Vidal-Beneyto en nombre de Mayor Zaragoza se dirigiese al entonces primer edil granadino Díaz Berbel, expresando la necesidad de reconvertir la fecha del 2 de enero en Granada e imprimir a sus agravios un espíritu de “tolerancia y concordia”.

En aquel tiempo, el Legado Andalusí, como gran proyecto de referencia, topaba en sus objetivos con la “tradición” de una Toma (2 de enero) anacrónica para una sociedad que se dice democrática, empapadas en amplios valores de progreso y decididamente multicultural. Hoy día, el problema se ha acentuado y, con la irrupción parlamentaria del neofascismo se ha convertido, como muchos nos temíamos, en una excitación de un discurso islamófobico y antiinmigración que sirve de exaltación al más rancio de los nacionalismos españoles.

Ya durante la campaña a las últimas autonómicas andaluzas, su caudillo se atrevió a señalar que su partido reivindicaba la “Andalucía de los Reyes Católicos frente a la de Blas Infante”. Desde entonces no nos extraña a los andaluces su papel como caballo de Troya ante la identidad, las instituciones y la propia existencia de un hecho diferencial ante ese páramo mesetario y homogéneo que ellos identifican como su España. A partir de ahí, los símbolos de Andalucía son un invento cuando no un “engendro”. Tal y como la propia nominación parlamentaria a Blas Infante de Padre de la Patria Andaluza. Incluso, no han faltado declaraciones para sustituir el 28F por el 2 de enero, evocando nuevamente una supuesta unidad de España inconcebible sin la univoca restauración del catolicismo como patrimonio y exigencia común a todos los españolitos. Imposible concebirnos bajo otros parámetros en grupos de pensamiento único.

Al día de hoy, y más allá del olagüismo, está ampliamente denostado el vocablo reconquista, tanto como concepto histórico como por ser elemento consustancial a lo español. El intento por restaurar una pretendida continuidad con el periodo visigodo refuerza una absurda tesis extranjerizante, según la cual los musulmanes tal y como vinieron y se fueron. ¿Cómo hablar de reconquista si la civilización de Al-Andalus, sustancialmente distinta a la visigoda, y hasta la propia ciudad de Granada, fue fundada por andalusíes? De igual forma, si la Andalucía de hoy es un mestizaje de pueblos y civilizaciones, podemos deducir así que la idea de supremacista “raza” poco puede aceptarse desde un punto de vista étnico.

Lo cierto es que la utilización política del 2 de enero no sólo hace un flaco servicio a la crítica histórica, tan necesaria para extraer conclusiones cívicas en el presente; sino que al igual que el propio término reconquista, representan al paso de los años una exacerbación xenófoba, además de defender un concepto de España, difícilmente encuadrable para un Estado democrático y de derecho. Enlaza simbólicamente con otro concepto perverso: Alzamiento Nacional. Aquel con el que se justificó y, aún se argumenta hoy, el ilegítimo e ilegal recurso al golpe de Estado para poner orden (¡) lo que algunos entienden que necesita salvación.

Por esta lógica cultivada el dos de enero, España no hay más que una (grande y libre) y el devenir de los siglos no ha sido más que la recuperación de un suelo patrio donde todos somos verdaderos españoles y vitalmente católicos. No es casual que la ultraderecha, que ya venía haciendo gala de esa “tradición”, haya puesto en el hito de la Toma toda la ejemplificación de sus políticas más reaccionarias las cuales ponen en jaque -incluso- la propia Carta Magna. La retórica bélica de la reconquista, teatralizada ahora mediante banderas y soldados, fijan un concepto ideológico que avergonzaría a la propia Mariana Pineda. Ante las características raciales, patriarcales, jerárquicas, centralistas y militaristas que se escenifican, las reivindicaciones de multiculturalidad suponen, siempre según ellos, nuevas invitaciones quintacolumnistas e invasoras; el feminismo, un hecho contra natura que ataca a la tradición familiar y, la natural asunción identitaria del pasado andalusí, como en otras culturas, un invento pamplinoso ajenos a los verdaderos españoles y a sus características más tradicionales.

Si la idea de España es compleja, a nada que se analice la Historia, poco sensato aporta a su definición y al fin de sus conflictos sociales y territoriales la apología visceral que, año tras año, todos los dos de enero, alimentan los paradigmas y símbolos más reaccionarios del discurso neofascista. La celebración se ha convertido al paso del tiempo en una exhortación de valores contrarios al propio espíritu de toda democracia y, me atrevo a decir que hasta de este Papa. Lo lamentable es que sectores de la izquierda, entendida ahora como nueva derecha centralista, no hayan contribuido a la reconversión de la “fiesta”. Alimentan al Saturno que acabará comiendo a sus hijos. Al tiempo. Esta no es mi Andalucía.