Obispos con guadaña

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La simbología de la cruz solo debería utilizarse para unir y crear fraternidad en nombre de Cristo. Sin embargo, muchas veces a lo largo de la historia se ha invocado a ella para dividir, excluir, matar, bendecir armas, abrazar a dictadores, provocar sufrimientos físicos y psíquicos, enriquecerse en nombre de lo más sagrado, etc. En definitiva, lo que debería ser un símbolo de libertad se ha manipulado y convertido en un símbolo diabólico.

Hace unos días el Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera (Córdoba) retiró una cruz, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica y Democrática, ya que se erigió como homenaje a los “caídos” franquistas en la Guerra Civil. Ante esta decisión, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, declaró en tono amenazante: ¡Ojo con tocar los sentimientos religiosos (refiriéndose a la cruz)!, ¡que nadie los toque, o si los toca, que se atenga a las consecuencias! Los cristianos no somos violentos pero tomamos nota”. Este obispo sigue la pauta de los preconciliares obispos de la posguerra. Recuerda en su proceder al obispo cordobés fray Albino González Menéndez-Reigada, firmante de la “Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España”, en la que alababa hasta extremos delirantes la figura del general Franco, considerándolo “enviado de Dios”. De él, el teólogo Miret Magdalena llegaría a decir que sus enseñanzas desprendían “dureza, crueldad y censura”. Las opiniones del actual obispo manifiestan las mismas actitudes: habla de “aquelarre químico de laboratorio” para referirse a la fecundación in vitro, muestra mano de hierro contra la llamada “ideología de género” y, en cambio, mano muy blanda para los delitos cometidos por pederastia; se siente muy incómodo con las mujeres que defienden la igualdad y los mismos derechos para todas las personas, y muy a gusto cuando se rodea de mujeres vírgenes consagradas a su obediencia. Demetrio Fernández es un obispo que no solo critica duramente cualquier ley que signifique un avance social, si no que incumple leyes como la de la Memoria Histórica, que habla de la eutanasia como “la matanza de los débiles”, que no permite confirmarse a una persona por ser transexual. Con esta mentalidad e ideología demuestra tener una misma sintonía con la doctrina de fray Albino, setenta y cinco años después. Fray Albino afirmaba que la democracia, según nos cuenta el profesor Guerra Palmero, rebaja “a los que son más y valen más, para ponerlos al nivel de los que valen menos (…) Ni la honradez ni la inteligencia son propiamente características de la masa, siempre retardataria e incomprensiva y fácil de sugestionar”.

El actual obispo de Córdoba también se siente afín a los partidos de extrema derecha, alegrándose públicamente de sus buenos resultados electorales. Vox y Falange Española siempre salen en su defensa. ¿Cómo actuaría en un régimen dictatorial si en plena democracia se manifiesta misógino, homófobo, amante del boato y los grandes actos solemnes, reaccionario al Concilio Vaticano II?

Demetrio Fernández, contento con no quitar la lápida en la Mezquita-Catedral de los “sacerdotes que dieron su vida en la persecución religiosa 1936-1939”, ha conseguido del Vaticano el reconocimiento del “martirio” por “odio de la fe” de 127 personas entre laicos y religiosos de la provincia de Córdoba que fueron asesinados durante la Guerra Civil española (1936-1939) por lo que serán beatificados. El discurso sobre los mártires, muy utilizado por el mencionado obispo, arropa su argumentario en relación a la supuesta intolerancia de las otras religiones o ideologías. Este uso propagandístico de los mártires se da de bruces con la realidad, ya que a lo largo de los siglos ha quedado demostrado que la Iglesia católica ha sido mucho más perseguidora que perseguida.

Indiscutiblemente y lamentablemente las 127 personas murieron víctimas del odio y de la injusticia. Ninguna persona merece morir por sus creencias religiosas o ideologías políticas, al igual que no merecieron morir en Córdoba capital por la misma causa los 4.000 fusilados durante la guerra y los 584 en la posguerra, según el historiador Francisco Moreno Gómez, estudioso de la guerra civil en Córdoba. Este profesor narra en su obra cómo la mortalidad entre las personas presas fue extrema en las dos cárceles de Córdoba. Solo en el año 1941 fallecieron allí 502 personas de las 3.500 o 4.000 que había internadas, debido a las pésimas condiciones de vida, las enfermedades y la alimentación escasa y deficiente.

Hay que hacer memoria, como aclara el profesor Arcángel Bedmar,  de que la represión franquista y la republicana durante la guerra civil no fueron iguales. Mientras en la zona franquista la violencia fue programada con antelación y alentada desde los mismos centros del poder como una política de Estado, en la zona republicana la represión no surgió de manera planificada, sino que fue consecuencia en gran medida del hundimiento del Estado y fue protagonizada por grupos de exaltados en medio del clima de descontrol del orden público que se vivió en los primeros meses de la contienda.

Resulta cuanto menos injusto seguir bendiciendo una parte de la historia, dándole las espaldas al sufrimiento, muerte y castigo de los que se mantuvieron fieles a la República, al orden constitucional establecido. La cruz no solo puede bendecir  a los curas, religiosos y seglares que murieron injustamente por tener un credo y una ideología, mientras ignora a las miles de personas que fueron asesinadas por un régimen criminal que llenó las cunetas de España de muertos. ¿Acaso puede existir una cruz que apueste por la memoria de los vencedores y olvide a los vencidos? ¿De qué cruz estamos hablando? Esa no es la cruz de Jesús de Nazaret que murió por defender la justicia, la igualdad, por defender a la gente sencilla de la tiranía, de los sacerdotes que se enriquecían con el templo, de las leyes que castigaban y agobiaban a los más débiles… ¿Pueden considerarse seguidores de Jesús de Nazaret personas, jerarcas en este caso, que alaban a dictadores, bendiciendo sus acciones, o que actualmente dividen, excluyen y amenazan al diferente?

Desgraciadamente el sistema educativo, judicial, político, militar y religioso siguen blanqueando a menudo el franquismo. Actos de este tipo siguen abriendo heridas, discriminando y dividiendo a las personas en buenos, merecedoras de la gloria, y malos,  castigadas con las llamas del infierno. ¡Qué lejos de la verdad! Seguro que desde el balcón del cielo las personas que murieron religiosas o no, con ideologías diferentes, se sienten unidas en la fraternidad universal, mandándonos al unísono la energía que nos haga luchar por un mundo libre de guerras, injusticias sociales, desigualdades de género, discriminaciones por diferente orientación sexual. Predicar lo contrario no es ser cristiano, ni musulmán, ni judío, ni budista, ni humanista, ni agnóstico… Predicar lo contrario es tomar la palabra de Dios en vano, es negarle a la vida el sentido de la existencia.

Como cristiano me siento en sintonía con el obispo Juan José Aguirre, titular de la diócesis de Bangassou, promotor de numerosas obras de atención y promoción social en la diócesis. Aun arriesgando su vida, ha denunciado en numerosas ocasiones a través de la prensa internacional las duras condiciones a las que se enfrenta la población civil ante los numerosos ataques de la  organización terrorista y extremista cristiana “Ejército de Resistencia del Señor”, y la continua violencia a la que están sometidos los habitantes de este país por intervenciones del ejército o golpes de estado. Cristianos como él nos hacen mantener la fe en el ser humano, en otro mundo posible, alejado de rancias y machistas instituciones cuyo único dios es el poder y el dinero.

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Miguel Santiago
Andaluz, natural de Córdoba, y ciudadano del mundo. Profesor. Implicado en el movimiento social, que apuesta por los derechos humanos, la igualdad, la interculturalidad y la interreligiosidad.