Corta el viento y el corcho con la precisión de un cirujano. Golpes sordos, acompasados y precisos rompen el ascético silencio del Parque Natural de Los Alcornocales (Cádiz). Ni un corte más, ni uno menos. Con su afilada hacha, Juan José Gallego dibuja una línea vertical perfecta en el árbol. “Es una prolongación de mi brazo. Siento cuando ha llegado al tronco”, explica el capataz. Con la empuñadura hace palanca y el corcho de desprende. En no más de 10 minutos ha acabado con el alcornoque. Pasa al siguiente. El ritmo es agotador. Gallego, de 36 años, dirige una cuadrilla de 14 hombres que, durante dos meses en verano, trabaja en la saca del corcho en Cádiz.
Andalucía produce de media 35.956 toneladas anuales. Unas 14.376 este año serán solo de Los Alcornocales (Cádiz). “De aquí se extrae el 14% del corcho mundial”, apunta el director del parque, Juan Manuel Fornell. Cataluña genera solo entre 3.500 y 5.000 toneladas anuales pero concentra 138 empresas fabricantes, frente a las 55 de Andalucía.
Gallego se ha levantado a las 4 de la mañana para empezar la faena a las 6.50 en la finca pública de Los Naranjos, en Jimena de la Frontera (Cádiz). Su cuadrilla trabaja para el empresario que este año se ha hecho con la licitación para extraer el corcho en esa zona. Trabajan a destajo y la siniestralidad es cotidiana. “Esto”, dice el capataz señalando su afilada hacha “no pregunta, lo único bueno es que el corte es limpio”.
“Comparado con otros trabajos del campo, no está mal pagado, pero si miras la especialización que tenemos, sí”, reconoce Gallego, hijo y nieto de corcheros. Y ya no es fácil encontrar a jornaleros con sus habilidades, él mismo tiene dos aprendices “para evitar que el oficio no se pierda”.
Cuando la cuadrilla de Gallego termina su faena en los montes gaditanos, los arrieros cargan el corcho en mulos y lo llevan hasta claros de bosque, los patios, donde lo recogen los camiones. Antes, se refuga o clasifica en función de su calidad.
Para conseguir el codiciado tapón de corcho, la materia prima viaja a fábricas donde se cuece a altas temperaturas. En esta segunda etapa, tampoco se libran de problemas. “Es complicado por el monopolio existente y las escasas ayudas”, reconoce el gaditano Eladio Sáez, dueño de Cork Spain. Se refiere al poder de Corticeira Amorim, la empresa portuguesa líder del sector que compra buena parte de la producción española y controla el 35% del mercado mundial.
Fuente: El País.