Ponernos en el mapa

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En los últimos tiempos se ha puesto de moda que los alcaldes de nuestras ciudades andaluzas, para justificar su gestión, afirmen que están poniendo a Sevilla, o a Málaga, o a Córdoba, o a Málaga, etc. “en el mapa”. ¿A qué se refieren exactamente? Si nos centráramos en el caso de Sevilla, la realidad es que la ciudad sí está en muchos mapas, tanto históricos (desde hace más de dos mil años) como actuales. Por ejemplo, está hoy, y de forma muy destacada, en el mapa de la pobreza en el estado español: tres de sus barrios (Amate-Los Pajaritos, Polígono Sur y Torreblanca) ocupan los primeros puestos en el baremo estatal de pobreza, estando siete barrios de la ciudad entre los quince más empobrecidos de todo el estado. También tenemos presencia muy destacada en otros mapas: en el del desempleo, en el de menores oportunidades para los jóvenes, en el de listas de espera en la sanidad, en el de falta de colegios públicos en muchos distritos, en el del arboricidio (en una ciudad en la que durante muchos meses al año el andar por sus calles en las horas centrales del día es una actividad de alto riesgo de insolación o deshidratación, que se incrementa cada año por efecto del cambio clñimático).

Desde luego, en Sevilla no todo es negro: tenemos carril bici (aunque manifiestamente mejorable y con el grave problema de que, para hacerlos, se ha quitado terreno a los peatones y no a los coches), somos capaces de cooperar para hacer bien las cosas cuando nos lo proponemos y estamos realmente interesados; somos muy dados a la sociabilidad e incluso a la solidaridad –lo que es un buen antídoto contra el aislamiento y la soledad, que es una de las más graves enfermedades de nuestro tiempo- y poseemos un rico patrimonio cultural, tanto material como inmaterial, resultado de nuestra pertenencia a una cultura, la andaluza, con raíces milenarias y rica diversidad de fuentes: tartéssica, bético-romana, bizantina, andalusí, judía, castellana, gitana y negroafricana. También tenemos una tierra –la Vega del Guadalquivir y la Campiña-agrícolamente muy productiva (aunque la mayor parte de la propiedad está concentrada en pocas manos) y abundantes recursos minerales en el entorno; el sol, que es la principal fuente de energía, no precisamente nos falta, por lo que podríamos autoabastecernos; nuestro río es navegable; a corta distancia tenemos uno de los parques naturales más importantes de Europa, declarado Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad; contamos con poetas, pintores y artistas de rango universal y con una cultura popular de increíble expresividad y belleza; nuestras fiestas son célebres desde hace mucho tiempo…

A pesar de todo lo anterior, aún dicen “nuestros” políticos que Sevilla –y en general Andalucía- aún no está en el mapa. Y se empeñan en subsanar ese supuesto déficit mediante el fomento indiscriminado del turismo y la organización de grandes (o no tan grandes) eventos en los que lejos de ser protagonistas somos solamente escenario. Ya ocurrió esto en la tan piropeada Expo 92, que en realidad fue un sarao  que ocurrió en Sevilla pero donde ni Sevilla ni Andalucía tuvieron protagonismo, aunque los sevillanos actuaran como figurantes, para hacer bulto. Algo totalmente diferente al protagonismo que sí asumieron Barcelona y Catalunya en el otro gran acontecimiento de aquel mismo año, las Olimpiadas.

Basar el futuro de una ciudad –en realidad, de casi todas las grandes ciudades andaluzas- en la celebración de eventos sucesivos que, en la mayoría de los casos, cuando terminan no dejan apenas nada consolidado es lo contrario de plantear un proyecto coherente para hacerla vivible y sostenible para sus ciudadan@s. No hay duda de que “nuestros” ayuntamientos se orientan claramente a lo primero y son incapaces de ofrecer lo segundo, no tanto por incapacidad (que en muchos casos también la hay) sino, sobre todo, porque sirven a intereses que son contrarios a los de las mayorías sociales. En esto no hay apenas diferencias entre el PSOE y el PP, ni en Sevilla ni en otras ciudades. Ambos partidos, y también otros, fomentan no solo el turismo sino la turistización como eje de sus políticas municipales: han asumido que las actividades turísticas sean el núcleo central de las economías locales, rehusando prácticamente a propiciar actividades industriales de transformación con alto valor añadido, de investigación y de creación cultural. No les importa que nuestras ciudades estén ausentes de estos mapas, siempre que ocupen un lugar central en el mapa del turismo. Y ello desemboca de inmediato, irremediablemente, en la turistización: proceso por el cual el turismo, desde ser una actividad económica entre otras, pasa a constituirse en monocultivo económico, haciendo que todas las decisiones sobre la ciudad se hagan para favorecer su expansión.

Así, para que estos primeros días de abril tenga lugar en Sevilla el Congreso Mundial de Viajes y Turismo (WTTC en sus siglas en inglés) el ayuntamiento detrajo un millón de euros de varias partidas presupuestarias con el objetivo de que venga Obama a dar una conferencia, pasearse y hacerse una foto ante algún monumento. Y para que mil quinientos ejecutivos de aerolíneas, cruceros, grandes cadenas hoteleras y turoperadores se den un autohomenaje con Sevilla como “escenario incomparable”.  A todos ellos les enseñarán un centro histórico convertido cada día más en parque temático y espacio mixtificado para los rápidos paseos tanto de visitantes de postín como de los turistas en calzonas y chanclas, que son los más numerosos. Unos y otros se cruzarán, sobre todo, con otros turistas más que con sevillanos porque estos están siendo desplazados salvajemente del centro, y también ya de no pocos barrios, para convertir sus pisos y viviendas en apartamentos turísticos gestionados por multinacionales. Como también son convertidas en franquicias de empresas trasnacionales las pequeñas tiendas tradicionales.

El ponernos en el mapa de la turistización supone condenarnos a la más completa subalternidad: a vivir en función de otros (los turistas) y no de nosotros. Y también a una permanente incertidumbre, porque la actividad (que no industria) del turismo es especialmente vulnerable ante las diversas crisis posibles (que son más que probables). Y es también alimentar la turismofobia como reacción airada a esta condena. Pero, eso sí, el alcalde Espadas –en este caso- podrá utilizar la foto de Obama como logo en su inminente campaña electoral, mostrando que él sí ha sido capaz de poner a Sevilla “en el mapa”. Y algunos creerán que eso es muy positivo para Sevilla.