Hacia la matria andaluza

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Intervención de Pura Sánchez en el Acto-Homenaje a Blas Infante del 10 de agosto de 2020.

Estamos aquí, un año más, para reafirmarnos en nuestra idea más fértil, en nuestra ilusión más firme, en nuestra utopía más necesaria: la de una Andalucía libre y soberana. Una Andalucía como la pensara, la sintiera y la defendiera Blas Infante, a quien tuvieron que arrancarle la vida, hace ahora 84 años, para intentar borrar su Ideal. 

Aquí estamos de nuevo otro 10 de agosto, hermanas y hermanos andaluces, para proclamar a los cuatro vientos que, quienes intentaron acabar con las ideas de Blas Infante, solo lograron acabar con el hombre. Más de ochenta años después de aquella noche trágica, esta persistencia en el recuerdo y la vigencia del pensamiento del Padre de la Patria andaluza deben seguir dando alas a nuestra esperanza.  

Nos arrebataron al hombre justamente cuando la causa autonomista andaluza estaba cuajando en un proyecto de estatuto. El fracasado golpe de estado del 18 de julio de 1936 y la guerra que provocó nos dejaron al pueblo andaluz huérfano y con la miel en los labios. Pero no nos hemos rendido en todos estos años. A pesar de que su figura se maltrate en los currículos escolares, a pesar de que en ocasiones se intente descafeinar su pensamiento, tratando de desactivar su indudable carga revolucionaria, a pesar de que se nos arrebatara a un andaluz tan claro, sus ideas revolucionarias y andalucistas nos siguen sosteniendo en nuestro afán de ser y pensarnos como pueblo.

Ochenta y cuatro años después de aquella noche fatídica, el cuerpo de Blas Infante todavía está desaparecido. Como el de tantos andaluces y andaluzas, que también hoy aquí recordamos. Y a quienes tratan de manipular la realidad histórica con el invento de una nueva ley, dicen que de “concordia”, les decimos que la concordia solo tiene un camino y es el de la verdad, la justicia y la reparación.  Desde aquí hoy, afirmamos nuestra determinación de seguir con el balcón abierto, como lo expresara otro desaparecido; Federico dejó dicho en un poema titulado significativamente “Despedida”: “Si muero/ dejad el balcón abierto. El niño come naranjas/(desde mi balcón lo veo)/ El segador siega el trigo/ (desde mi balcón lo siento)/ Si muero/ dejad el balcón abierto”. 

Abierto está el balcón para que ellos, nuestros desaparecidos, se sigan asomando a la vida y conozcan el devenir de su pueblo y de su casa, Andalucía. Esta casa que, como decía otro gran poeta, en otro poema también de despedida, está pintada, no vacía, del color de las grandes pasiones y desgracias… pero, en esta casa, aún anida la esperanza.

Y desde la esperanza, que se asienta en la memoria y extiende la mirada al futuro, quiero dirigirme en esta ocasión especialmente a vosotras, hermanas andaluzas y andalucistas, como mujer andaluza y como mujer del Sur, el lugar político en el que nos situamos quienes somos, nos sentimos y nos pensamos andalucistas. 

El Manifiesto de la Nacionalidad, en enero de 1919, tomando como antecedentes la Constitución de Antequera de 1883, habla en su apartado segundo – “Andalucía, libre”- del deseo de “dignificar a la mujer esclavizada por un bárbaro Derecho que tuvo en Roma su inspiración y que repugna al genio humano y generoso de Andalucía”. Y afirma: “Queremos reconocer (…) la independencia civil y social de la mujer. Toda subordinación que para ella establezcan las leyes quedará derogada desde la mayoría de edad”. Y sigue: “Andalucía llora…llora cuando contempla a sus mujeres jornaleras, implorar en los hogares desolados, guaridas de la miseria y de la muerte, en los tristes días de invierno, y a sus evocaciones no se responde (sino) con el alimento que la prostitución les dona por la mano de señoritos casineros, dueños de la tierra y herederos de los nobles haraganes”.

Años más tarde, en 1931, Blas Infante volverá a referirse a la situación de las mujeres andaluzas. Así define el cuarto dolor de Andalucía: Dolor de esclavitud familiar. Criterio del gobierno: remitir a un Código Constitucional el problema de la libertad familiar y, mientras tanto, al cabo de cuatro meses de República, solo el matrimonio canónico entre los demás religiosos  surte efectos civiles; es indisoluble el matrimonio y la mujer sigue siendo esclava civil del marido”. 

Casi 90 años después, podemos preguntarnos, hermanas, si seguimos siendo uno de los dolores de nuestra Andalucía y también qué nos duele a las mujeres andaluzas. ¿Cómo nos tratan desde los espacios políticos? ¿La igualdad formal, la paridad, los consejos andaluces “de la mujer”, el feminismo institucionalizado… han transformado nuestras vidas, han erradicado la violencia de la que somos objeto…? 

Las mujeres, muy especialmente en Andalucía, lo sabemos bien, somos quienes seguimos soportando en gran medida el peso de la pobreza, de tiempo y recursos materiales, el empleo precario e insuficiente, la parquedad de unos servicios sociales que nos atan a la miseria y la dependencia. Esta situación se ve agravada tanto por la invisibilidad que propician las generalidades estadísticas como por la insistencia en reducirnos al papel de víctimas.  Somos andaluzas, mujeres del sur, minusvaloradas y hasta despreciadas por nuestra manera de expresarnos, de entender la vida, de relacionarnos. Expuestas a la violencia institucional y a la violencia machista, a la violencia del patriarcado y la de del capitalismo extractivista, a nosotras no nos han salvado ni los pactos de estado, ni las leyes de igualdad más o menos bienintencionadas, ni los planes y programas de vida efímera, marcado todo ello, las más de las veces, por el signo de la impostura y el cinismo político. Seguimos estando afectadas las andaluzas por brutales discriminaciones y desigualdades estructurales. Somos las colonizadas, las subalternas, las dependientes, a las que se nos asignan migajas presupuestarias e ingresos mínimos que no nos alcanzan para vivir, mientras nos intentan adormecer con discursos y políticas paternalistas y falsamente protectoras. La cruel realidad es que pobres, muertas y explotadas resultamos ser más útiles al poder que vivas y soberanas de nuestras vidas. 

Sin embargo, muchas mujeres andaluzas hemos empezado a decir basta. Basta de la colonización que sufrimos como pueblo, que borra nuestra conciencia y degrada nuestra identidad. Basta de considerarnos usuarias sumisas de las ayudas institucionales, que no nos sacan de pobres ni a nosotras ni a nuestras familias. Basta de violencia machista, de violencia económica, de violencia institucional. De todas las violencias.  Basta: no queremos seguir siendo consideradas víctimas, usuarias y precarias. 

Necesitamos articular desde Andalucía, un movimiento colectivo de rebeldía soberanista, que nos permita enfrentar todas las colonizaciones, todos los privilegios patriarcales, racistas, capitalistas y heteronormativos que nada tienen que ver con los valores de nuestra cultura andaluza. Y, desde Andalucía, proyectar ese movimiento solidario, fuerza  y motor contra el orden patriarcal que impera en cualquier punto del mundo.

Para ello tenemos dos potentes herramientas a nuestro alcance: la memoria de nuestras antepasadas y el feminismo andaluz.  

Nuestras madres y abuelas sufrieron la represión política y se las estigmatizó con nombres infamantes. Las llamaron rojas e individuas de dudosa moral porque se atrevieron a soñar y a reclamar un mundo mejor y diferente; y pagaron un alto precio por ello. ¡Qué caro resulta soñar! ¡Y qué necesario! Algunas fueron a parar a fosas comunes de mujeres, solo de mujeres, una trágica singularidad de la represión en Andalucía. Otras sufrieron el destierro o fueron reducidas al silencio en el largo exilio interior. Y callaron. Pero no olvidaron. 

Cómo no recordar hoy a Angustias García Parias, la esposa de Blas Infante, peregrinando por los despachos en busca de noticias y piedad, cuidando de sus criaturas, agobiada por las sanciones económicas y por el estigma de ser mujer de un fusilado. Cómo no recordar a Luisa Infante, que recosió la bandera verdiblanca para que pudiera ondear de nuevo en el aire esperanzado de 1977. Cómo no pensar en la niña M.ª Ángeles, que nunca quiso celebrar su santo, porque ese día le arrebataron a su padre. Cómo olvidar a las hermanas García Caparrós, fieles guardianas de la memoria de su hermano, y a tantas y tantas madres, hermanas, esposas, hijas de represaliados, desaparecidos, fusilados, encarcelados: muertas en vida, castigadas, violentadas, sometidas al expolio y maltratadas por la miseria moral de los vencedores. Y aún así, nunca se rindieron, nunca cejaron en su empeño de contar lo que pasó, de buscar a sus seres queridos, de reclamar verdad, justicia y reparación. Su silencio resistente, sus recuerdos familiares y personales, amorosamente guardados, alimentan hoy nuestra memoria y nuestra rebeldía. Sus relatos nos ofrecen un espejo luminoso en el que mirarnos para conocernos y reconocernos.  

Junto a la memoria militante, la otra herramienta que nos ayudará a articular ese necesario movimiento de rebeldía soberanista es el feminismo andaluz, con el que avanzar en la tarea de construirnos como sujetas políticas, soberanas de nuestros cuerpos, la más radical de las soberanías, pero también de nuestro tiempo, de nuestros deseos y aspiraciones, con capacidad para decidir de forma individual y colectiva cómo pensarnos. 

Cuando hablo de feminismo andaluz, no me refiero con ello ni a un feminismo en abstracto, intelectual y descarnado ni, por supuesto, al  feminismo adormidera, de retórica y porcentaje, que reproduce y construye espacios excluyentes desde los que no se puede configurar sino una identidad excluida, en la que  la paridad se instrumentaliza para colonizarnos políticamente. 

Porque nuestra situación como mujeres andaluzas es cuantitativa y cualitativamente diferente, necesitamos un instrumento para combatir nuestros dolores, que esté a la altura de nuestras ansias y nuestra necesidad de transformación, un feminismo andaluz, donde lo andaluz no sea un añadido, un matiz, sino la materia primigenia con la que conformar esa poderosa arma transformadora. 

Nos urge, para empezar a caminar, reapropiarnos de ese espacio político que es el sur andaluz y subalternizado, transformándolo en un espacio desde el que impugnar el poder, desde el que desafiarlo para romper las cadenas de la colonización, la subalternidad, la dependencia y la alienación. En ese proceso de impugnación de un poder patriarcal y capitalista, las mujeres andaluzas nos iremos construyendo como sujetas políticas soberanas, en tanto que participamos en la articulación soberana de nuestro pueblo. 

En el feminismo andaluz necesitamos conjugar una mirada hacia adentro, hacia nosotras mismas, con la mirada hacia afuera, hacia los márgenes del neoliberalismo mundial, donde se sitúan los feminismos de las excluidas: los feminismos negros, los feminismos árabes, de los países hermanos de América Latina, que están ensanchando las estrechas costuras del feminismo blanco, eurocéntrico y burgués. Necesitamos construir un pensamiento feminista centrado en Andalucía y que, desde Andalucía, se proyecte a otros pueblos y se hermane con ellos. Porque somos andaluzas, pero también somos  negras, gitanas, árabes, castellanas y judías, hijas de exiliadas y transterradas, migrantas de procedencias lejanas y cercanas; por eso, queremos que nuestro feminismo andaluz sea inclusivo, abierto, ancho y sin fronteras.

El feminismo andaluz puede y debe anclarse en nuestra tradición cultural, la que nos hace considerarnos hermanas, la que mima la convivencia en los patios de vecindad, la que esgrime la alegría ante la incertidumbre de lo cotidiano, la que ofrece generosa hospitalidad a pesar de la escasez, la que nos lleva a organizarnos en redes de cuidados y ayuda mutua para hacer frente a las crisis de este capitalismo depredador y asesino, la que nos empuja al abrazo empático. Aunque ya hace algún tiempo que venimos haciéndolo, hay que insistir en mantener y resignificar esta cultura de las relaciones humanas, que tejen las mujeres andaluzas infatigablemente, como milenarias penélopes, porque en ella hay elementos de resistencia frente a la alienación y la subalternidad que nos debilita como pueblo.  

Necesitamos, entre todas y todos, reconstruir y consolidar en Andalucía los movimientos sociales por abajo, haciendo que el feminismo andaluz los atraviese y los enriquezca. Porque no es posible la transformación nacional sin la transformación social y  esa es la que estamos encabezando nosotras, aquí y ahora. Y a nuestros compañeros andaluces les decimos que no se puede aspirar a la liberación de un pueblo mientras se mantiene a sus mujeres sometidas, calladas y empobrecidas.

Así, con el espejo de nuestras antepasadas en una mano y el feminismo andaluz en la otra, el movimiento de rebeldía soberanista ha de desembocar en la tarea más ilusionante y transformadora: la construcción  de la matria andaluza. “Cada vez que dicen patria, pienso en el pueblo y me pongo a temblar”, dice Carlos Cano en el Tango de las madres locas. Y es que, hermanas, la patria ha utilizado históricamente la figura de la mujer-madre para la elaboración simbólica de la madre patria, ambas caracterizadas con los atributos de la sumisión, la entrega y la renuncia. Así se ha construido un modelo de patria masculinizado y excluyente, enraizado en el patriarcado, que usa a la mujer simbólica mientras excluye y sacrifica a las mujeres de carne y hueso.

Para construir nuestra matria, las mujeres necesitamos arrebatar al estado nación el espacio de dominación que son nuestros cuerpos, el lugar donde el poder se hace carne. Necesitamos alcanzar la soberanía y la capacidad de decidir sobre nosotras mismas. Pero también debemos transformar nuestro ámbito de pueblo-nación, desarmando las relaciones de poder jerarquizadas a la vez que construimos un espacio de relaciones nuevo, no excluyente, no jerarquizado, no androcéntrico ni masculinizado. Una matria andaluza en la que sus hijos e hijas habiten en paz, con un modelo de economía que esté al servicio de la vida; un ámbito de relaciones heterogéneo y diverso, inclusivo y liberador, tanto de los colonialismos, como de las jerarquías internas. Una matria en la que se integre lo diferente y lo diverso no se niegue, en la que tengamos conciencia de nuestra realidad de pueblo colonizado, sí, pero sin obviar los diferentes modos en que se ejerce la colonización, las diferentes formas en que nos afecta a hombres y mujeres y los diferentes papeles que jugamos en el proceso colonizador.

Hermanas andaluzas, hermanos andaluces, las mujeres que nos sentimos y nos pensamos andaluzas y andalucistas os llamamos a compartir nuestro sueño, a imaginar  y construir nuestra matria como una Dar al-Farah, como una renovada Casa de la Alegría, donde  las mujeres seamos libres, vivas, soberanas y en pie, como pensamos y queremos a Andalucía.

¡Viva Andalucía Libre!