¿Por quién llora la Macarena? Queipo, las mujeres y la Memoria Histórica

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En las últimas semanas, coincidiendo con la fecha del 18 de julio, de infausto recuerdo, y con el acto reivindicativo de este año, que han protagonizado asociaciones memorialistas sevillanas y andaluzas, se ha reavivado la polémica sobre el emplazamiento de los huesos del genocida Queipo de Llano en la basílica de la Macarena, en Sevilla, y la pertinencia, o no, de que sigan en dicho lugar.

Las asociaciones memorialistas, con su vigilia reivindicativa, han pedido que el genocida sea exhumado y sacado de la iglesia de la Macarena, por una cuestión de dignidad y respeto hacia sus víctimas. Con esta acción, de momento, han conseguido reabrir el debate sobre este tema, que pretendió cerrar en falso la jerarquía macarena, cuando en octubre de 2009 mandó retirar de la tumba de Queipo las alusiones al golpe militar, intentando así “limar asperezas” y terminar “de una vez por todas” con la polémica. Cosa que, a lo que se ve, no han conseguido, por lo que el Hermano Mayor, ha debido salir de nuevo a la palestra, escudado en una actitud reservona, haciendo declaraciones a la tv, pero declinando hablar ante las cámaras, para indicar que la hermandad hará lo que diga la familia Queipo…También el portavoz del Arzobispado se ha visto obligado a hacer algunas declaraciones: una faena de aliño, invocando el espíritu de reconciliación y todas esas cosas que se invocan cuando, en materia de Memoria Histórica, se evita entrar en el fondo de la cuestión, desde la posición de vencedores. Mientras, Monseñor, tan locuaz él en otras ocasiones, guarda silencio.

En todo lo escrito y leído en estos días, sin embargo, no he encontrado referencia a las víctimas “privilegiadas”, es un decir, del genocida Queipo. A las mujeres. Y esa omisión me parece relevante, a la vez que entiendo de justicia subsanarla.

No por conocidas resultan menos impresionantes las invectivas que Queipo lanzaba desde Radio Sevilla, anuncio de lo que estaba por llegar o regodeo en el horror que acababan de producir las tropas de regulares o los “aguerridos” falangistas , que iban por pueblos y ciudades andaluzas, en aquel verano del 36, violando, rapando y asesinando a las mujeres rojas.

Era habitual que el ejército rebelde entregara las mujeres a los mercenarios marroquíes para que estos las violaran. Así se expresaba Queipo el 29 de agosto de 1936, en su locución radiofónica: “Han caído en nuestro poder grandes cantidades de municiones de Artillería e Infantería, diez camiones y otro mucho material; además de numerosos prisioneros y prisioneras. ¡Qué contentos van a ponerse los Regulares y qué envidiosa la Pasionaria! “.

Nunca está de más recordar que la consideración de las mujeres y sus cuerpos como botín de guerra responde a la lógica patriarcal de la dominación y la sumisión. Como he referido en algunos de mis trabajos de investigación, ello explica que estas actuaciones contra las mujeres se repitan en todas las guerras, sean bíblicas, míticas o reales, medievales o modernas y contemporáneas. Las mujeres son usadas por el enemigo como medio para escribir sobre sus cuerpos los mensajes de humillación contra los vencidos, en masculino. Así lo dice la Biblia de los cristianos, cuando se relacionan los elementos del botín de guerra presentado a Yahvé, formado por mujeres y cabezas de ganado. Así sucedió en la mítica guerra de Troya, donde las troyanas vencidas, ni la reina Hécuba se salvó, fueron entregadas a los vencedores. Así ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, en Italia, con el ejército francés y en Alemania, con las fuerzas rusas que entraban en Berlín. En ambos casos se trataba de ejércitos “liberadores”, aunque no para las miles de mujeres italianas y alemanas violadas. Y así sucedió en España, con la incitación y el beneplácito del genocida Queipo de Llano.

LAS MUJERES NO OLVIDAMOS

Precisamente ese fue el mensaje del acto reivindicativo que se celebró en Sevilla, en mayo de 2013, coincidiendo con el Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme. Un grupo de mujeres enlutadas escenificaron el dolor de todas las mujeres víctimas del genocida y sus arengas sangrientas, marcando unos pasos de baile delante de una lápida con su nombre indigno.

Porque las mujeres, tantas veces despojadas, hemos entendido la importancia de resignificar determinados gestos, dotándolos de otro contenido simbólico y arrebatándolos así a los usurpadores.

No sé si se sabe que un buen número de mujeres fueron llevadas ante los consejos de guerra o se les aplicó el bando de guerra, eufemismo del tiro en la nuca y el fusilamiento ante una tapia, bajo la acusación de haberse marcado unos pasos de baile al enterarse de la muerte de un fascista. Así le ocurrió a María la Salinera, en Utrera.

Y esa misma resignificación simbólica fue la que llevaron a cabo un grupo de mujeres sevillanas cuando organizaron la procesión del “Santísimo Coño Insumiso” contra la explotación y la precariedad. Esto ocurrió en el contexto reivindicativo del 1 de mayo de 2014. Pero en la actualidad, hay tres mujeres procesadas, por denuncia de la Asociación de Abogados Cristianos, y el procedimiento judicial sigue adelante, para ellas, mientras se ha exculpado a dos hombres, inculpados también inicialmente.

También entiendo como un ejercicio legítimo de resignificación simbólica que las asociaciones memorialistas hayan nombrado su acto reivindicativo como “vigilia”. Es decir, un estar vigilantes en la defensa de las víctimas, precisamente ante el lugar en que simbólica y realmente se asienta el poder eclesiástico que entonces, en el contexto del golpe militar y la guerra originada como consecuencia de su fracaso, ofreció la coartada ideológica a los golpistas, bautizando su baño de sangre como “Santa Cruzada” y, todavía hoy, justificador del genocidio.

HUMANIZAR LO DIVINO, DIVINIZAR LO HUMANO

Una de los rasgos de la religiosidad popular andaluza, muy visible en Sevilla, es la humanización de las imágenes objeto de devoción. Me ha resultado inolvidable la primera vez que vi la procesión de la Macarena. La imagen giraba lentamente para enfrentar la puerta del antiguo mercado de la Encarnación, antes de entrar en la calle Alcázares. Eran casi las ocho de la mañana. A la Virgen Macarena empezaba a darle el sol en la cara y alguien comentó, en voz baja, a mi lado: “Mírala, qué cara de cansá trae la pobre, después de toda la noche en la calle”.

Ese es el mismo proceso humanizador que hace que cientos de hombres y mujeres le griten “¡Guapa”! cuando pasa. Son los sentimientos humanos los que se proyectan sobre ella, cuando Carlos Cano cantaba aquello de “Deja ya de padecer, Macarena, sé mujer, ay, Macarena de Dios”.

Es el mismo proceso humanizador que hace que cientos de personas, creyentes, agnósticas o ateas, vean en las lágrimas de la Macarena el reflejo de las penas de cada cual.

Sin embargo, el proceso por el que los huesos de Queipo acabaron en la Macarena es justo el contrario. Él gran genocida, que tan bien manejaba lo simbólico (baste recordar cómo se paseó por las calles de Madrid, festejando la proclamación de la República, a lomos de la jaca blanca del rey Alfonso XIII), se construyó un mausoleo a su medida, por cuestación popular obligatoria y encerró en él, a modo de rehén, a la figura más representativa de la religiosidad popular sevillana, en la ciudad que fue su feudo y que él inundó con una ola de sangre y terror.

Este acto infame de instrumentalización de una imagen y de la devoción de una parte del pueblo de Sevilla es el que debería bastar para que, si no todos, al menos las hermanas de la Macarena exigieran a su jerarquía que los restos del genocida no siguieran donde están.

POR QUIÉN LLORA LA MACARENA

Cada cual en su interior atribuye las lágrimas de la Macarena a penas particulares o colectivas, como cada cual cree ver en ella el estado de ánimo desde el que se la mira.

Yo no sabría decir por quién llora la Macarena, pero sí me atrevo a aventurar que es más probable que derrame sus lágrimas por las víctimas del genocida, que por él mismo y sus secuaces. Es más probable que llore, si lo hace, por las cientos de mujeres violadas, rapadas, humilladas, expuestas a la vergüenza y al escarnio, ella que también es mujer. Es probable que llore, si lo hace, por las miles de madres que sufrieron torturas y cárcel por ocultar el paradero de sus hijos, ella que también es madre. Es probable que llore, si lo hace, por las miles de esposas, hijas, hermanas, compañeras de rojos, cuya relación de parentesco con ellos se convirtió en una condena. Es probable que llore, si lo hace, por los miles y miles de desaparecidos, García Lorca y Blas Infante entre ellos.

Porque las mujeres, muchas mujeres, con creencias religiosas o no, tenemos una memoria genérica de este horror es por lo que debemos exigir que Queipo sea expulsado de ese lugar, que él usó para el ensalzamiento de su propia persona, tal vez porque no confiara que lo ensalzaran otros. Por eso tuvo que acogerse a sagrado, convirtiendo a la imagen de la Macarena en su particular botín de guerra y capitalizando la devoción popular.
Que las hermanas macarenas, que entienden seguramente del sufrimiento y las lágrimas casi humanas de su Virgen, me digan si no les corre un escalofrío por la espalda cuando cada noche, al cerrar la iglesia, dejan a la Esperanza a solas con el genocida.