“Ya era hora de que pasara algo así, para que no nos imaginéis tanto”. La invectiva, demoledora, la lanza una vecina del barrio de Los Pajaritos a un periodista local, en el primer día en que la imagen de Jesús del Gran Poder residió en esta zona periférica del este de la ciudad. El marco, la conocida como Santa Misión, materializada en tres parroquias[1], un ambicioso proyecto religioso y social que la hermandad del Gran Poder viene preparando desde hace algún tiempo y que, finalmente, ha tenido su punto culminante en la bisagra otoñal entre octubre y la primera semana de noviembre. La justificación formal, una efeméride que tiene mucho sentido en el universo de las cofradías de Sevilla: el 400 aniversario, pandemia mediante, de la hechura de la imagen del Gran Poder, cuya carta de pago está fechada a primeros de octubre de 1620. Aunque también se le hacía un guiño a la historia de la corporación, pues en 1965 ya tuvo lugar un traslado a la Sevilla periférica, en las Misiones Generales, en el que participaron un total 55 hermandades, y en la que el Cristo del Gran Poder, junto a la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, ya estuvo más de dos semanas en la parroquia de Santa Teresa. En aquella ocasión, se aunaba, por una parte, la pulsión renovadora de la iglesia en el contexto del concilio Vaticano II y de la encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI y, por otra, la política de viviendas de la Delegación Nacional de Sindicatos, que iba dando forma urbanística a lo que se ha terminado por convertir en las zonas de exclusión social que hoy rodean el cinturón periurbano, que ya no es obrero, por el norte, el este y el sur (imagen 1). El cardenal Bueno Monreal manifestó entonces que la intención era “abordar el apostolado de los barrios alejados, de los núcleos de los pobres, de los grupos especializados, del mundo del trabajo”[2]– y que había que ampliar la noción de la ciudad a sus barrios desfavorecidos, a lo cual se prestó un buen número de cofradías, bajo el supuesto, desde la óptica del cardenal, de que “esas imágenes van a llevar a la Misión, prendidas en la emoción de su encanto, a muchísimas almas”.
Al cabo de 56 años, la misión ha perdido su plural, siendo capitalizada por la hermandad del Gran Poder, si bien la condición de vulnerabilidad y exclusión de algunas de aquellas zonas se ha profundizado. No voy a describir los pormenores, ni de los actos religiosos que encuentran su sentido estricto en el marco de la liturgia católica en los templos visitados (culto interno a la imagen durante las tres semanas mediante jubileos, misas, exposiciones del Santísimo, confirmaciones, etc.), ni de las acciones de acompañamiento social (servicios de asesoría jurídica, laboral, actividades formativas, servicios de acompañamiento a personas dependientes), en una evidente muestra de las nuevas formas de ejercer el vetusto principio de la caridad en la actualidad de las hermandades religiosas.
Lo que pretendo es ayudar a entender los distintos valores sociológicos y culturales que han emergido con motivo de los traslados de la imagen, a propósito de una procesión extraordinaria, por hacer uso de la terminología cofrade, prolongada durante tres semanas. Para adoptar una posición de comprensión del fenómeno hay que tener en cuenta las brutales diferencias entre la sede del Gran Poder, la plaza de San Lorenzo de Sevilla, y las plazas de las parroquias visitadas: urbanismo y condiciones de la arquitectura civil, salubridad, nivel del renta, empleo, servicios municipales, paisaje cotidiano, usos sociales del espacio público. Parecerían dos universos diferentes en el único mundo evocado en el término Sevilla. Y no porque desde hace dos décadas, algunas de las zonas de Tres Barrios se han convertido en lugar de afincamiento de población migrante, tanto africana como latinoamericana, sino porque en algunas de las calles y plazas por donde ha trascurrido en procesión extraordinaria la imagen del Gran Poder se entrecruzan los jinetes apocalípticos de la exclusión económica, el desarraigo social, el tráfico de drogas y la delincuencia que suele llevar aparejada. Todo ello agravado y favorecido por la desatención de servicios públicos que en otras partes de la ciudad se dan por descontados, generando suciedad en espacios públicos, abandono y deterioro arquitectónico y de equipamientos. Y todo ello acompañado por el desconocimiento y la estigmatización del resto de la población local. “Ay, Señor, haz que no se olviden de nosotros, que nos tienen abandonados, que Tú puedes, que nos han limpiado y arreglado las calles para estos días, Tú que puedes, que no se olviden de nosotros, Ay, Señor”, se lamentaba una mujer, repitiendo las preces espontáneas a modo de jaculatoria entre el siseo del público, reavivando la tradición de la impotente plañidera en las profundidades de la sociedad andaluza, por mediterránea.
Revistiendo el barrio
Entre vecinos, fieles y devotos hay una relación de iconodulía que se expresa de diversas formas, una de las cuales es esa pleitesía del engalanamiento de fachadas (imágenes 2 y 3), que históricamente se acostumbraba en las procesiones extraordinarias. Para las calles de Los Pajaritos, Madre de Dios, las Candelarias y Las Moradas, el desafío era novedoso: ni, por lo general, hay balcones mediante los que acompañar la condición augusta de una vivienda a la augusta condición de la divinidad encarnada en la imagen; ni existen los elementos apropiados para ello. Una teodicea parda, que tiene más de bricolaje imaginativo que de elegante diseño, se ha puesto al aire en las ventanas y puertas de las casas. Pinzas de la ropa, mantoncillos, fotografías a color en serie, colchas o paños que el merchandising realizado ex profeso han ocupado el lugar de telas más nobles y colgaduras damasquinadas. Incluso tejidos bordados con motivos de artesanías americanas (imagen 4), fruto de la hibridación familiar entre católicos de aquí y de allá, han podido verse estos días. Lo que vemos aquí es una forma de hacerse ciudad por parte de los hogares humildes de la periferia, que imitan lo que recuerdan de cuando vivían en zonas más céntricas o lo que simplemente conocen cuando pasean en los días del rito por el centro, al tiempo que manifiestan estéticamente una devoción. Otros vecinos, ajenos al acontecimiento, mantienen sus ropas tendidas en los cordeles que dan color y aire a ese urbanismo de política gris y desconchones, para escándalo de algunos (imagen 5)[3].
La presencia del Cristo, del Señor, en las distintas parroquias durante las tres semanas de la Santa Misión, ha terminado por alterar definitivamente el pulso cotidiano. Como las fachadas ya no se pueden encalar, como solía hacerse en los patios y casas de vecinos con motivo de la procesión del barrio, la higienización, tanto la pública, como la de los vecinos (imagen 5), ha dado otro aspecto a muchos de los espacios. Bloques con fachadas recién pintadas; presencia de los servicios de Lipasam donde no acostumbra, incluso asfaltado de algunas de las vías, dando la razón a la plañidera que reclamaba a viva voz la continuidad de estas intervenciones cuando se diluyese la Santa Misión, mientras las andas del Cristo cruzaban de Los Pajaritos a Las Candelarias.
La transformación de la vida cotidiana y de las memorias
Las parroquias de los tres barrios han estado inusualmente abiertas, en días y horarios, para el desarrollo de las actividades de culto a la imagen. Los más, se conforman con entrar para experimentar en primera persona esa familiaridad de la relación con las imágenes a la que hacíamos referencia. Los que más persiguen los mandatos doctrinales de la iglesia y su liturgia, acudían a los jubileos y las misas. Pero otros simplemente disfrutan acompañando al nuevo vecino: “durante estas tres semanas, estoy viviendo en la calle Cardenal Spínola”, comenta orgullosamente un vecino de la calle Dragón, pero enraizado en la plaza de Monte-Sión del barrio de la feria, arrugando el plano de la ciudad para ponerlo a su querencia e intercambiando San Lorenzo con la parroquia de la Blanca Paloma, frente a la torreta donde vive. Y este aspecto es fundamental para entender qué ha significado en términos sociales y urbanos la residencia del Gran Poder en la periferia. La política de viviendas del franquismo, entre los cincuenta y los setenta, sirvió, entre otras cosas, para trasladar a la población deshilachada que abandonaba sus espacios de vida y de trabajo, como consecuencia de la dejación de los propietarios de edificios, las apetencias del poder público y los promotores y la insostenibilidad de los modos de habitabilidad en casas y corrales de vecinos intramuros. Pero la traslación de vecinos supuso también la transposición de memorias, de vínculos y devociones. La población de más edad que vivió en su niñez y juventud aquel realojo ha vivido de modo muy significativo la vecindad del Gran Poder. Una señora, desde la escueta ventana de una de las viviendas definidas como obreras de Las Candelarias, pregunta impaciente a los transeúntes cuánto queda para que llegue el Cristo, que cruzará por la esquina de su calle. La acompaña su hija y quedan escoltadas por un tendido de fotografías del Gran Poder y los titulares de la Macarena (imagen 6). Llegan los ciriales que anteceden a las andas y las aviso. En cuanto el Cristo entra en su ángulo de visión y se para, la señora se rompe, agacha la cabeza y llora absorbida de su entorno, uniendo sus dos manos, mientras la hija la acaricia. Solo volvió a levantar la cabeza cuando escuchó la llamada del capataz para reiniciar la marcha. En unos instantes fugaces siente todo el peso de una vida, prendida en el recuerdo que es capaz de vehicular una imagen devocional, que ha renovado a la mujer anciana.
Imagen 6 y 6 bis. Dos vecinas de las Candelarias esperan el paso en una calle lateral, con imágenes del Gran Poder y de los titulares de la hermandad de la Macarena. Autor.
Desde los primeros sesenta, cuando la obra del patronato de viviendas concluyó, se fue generando una vida de barrio. Bien es sabido la retroalimentación simbólica entre hermandades y barrios en las urbes andaluzas, pero ¿qué ocurre cuando una trama urbana y su cuerpo social no tiene esos elementos de vertebración social y simbólica que son las hermandades y sus devociones? En una retransmisión radiofónica de la procesión del primer día, cuando el Gran Poder llega a Los Pajaritos, el periodista pregunta a dos hermanas que habían sido vecinas del barrio: “¿qué le puede aportar la presencia del Señor aquí estos días?” La mujer está hecha de memoria, e, inconscientemente, nos responde a la pregunta antropológica. Su relación con el barrio es recuperada gracias a la imagen, sus recuerdos, buenos y malos. Conscientes de la singularidad histórica del momento, la Santa Misión les ha permitido injertarse en un momento significativo de la microhistoria local, que es expandida por el eco de una imagen de tal fuerza devocional. A ellas les ha servido para recordar el barrio, la niñez, sus experiencias de personas socialmente vulneradas, con las angustias y fatigas, como aquel episodio de la riada de noviembre de 1961, todo lo cual ahora es resignificado con la imagen. Porque el icono es capaz de proyectar una nueva luz sobre su memoria, porque la reconecta con su vida y la religa con sus vecinos y su barrio, como pone de manifiesto la caricia a la ventana de su casa con la que remata su testimonio [4]: todo se recombina y se religa, pero no sólo sentimientos de trascendencia, sino también la prosaica realidad del día a día que renace, siquiera momentáneamente, con el rito, que logra hacer extraordinario lo ordinario.
Es preciso comprender estas reacciones a través del tipo particular de conexión culturalmente orientada hacia las imágenes en la tradición de las formas de religiosidad popular que se sigue conservando en Andalucía. Durante estos días se ha actualizado, en un nuevo escenario y ante nuevos actores comparecientes, ese modo de conexión decididamente humana, antropocéntrica, entre dos polos, el humano y el divino. Lo que llama atención es la ambigüedad radical de esa conexión, que se produce al mismo tiempo en un plano de igualdad y proximidad y en un plano netamente asimétrico. El plano de igualdad se experimenta mediante el sentido de proximidad, de reconocimiento por parte del fiel del sufrimiento del Cristo como ser doliente. Hay un juego de humanización de lo divino, de socialización de lo numinoso. Núñez de Herrera quiso teorizar este tipo de relación a partir de la “confianza [que la gente tiene] en ellos [los Cristos]. Esto es lo grande. Dios viene a ser aquí lo que será en efecto. La suprema simpatía. Nada menos” [5]. A la imagen se le reza, se le pide, pero también se le comprende y se siente por él lástima; sufrimos porque desde nuestra perspectiva, humana, el Cristo sufrió. Isidoro Moreno ha llamado la atención precisamente sobre esa relación de mayor proximidad y empatía que despiertan los nazarenos (modelo iconográfico del Cristo con la cruz a cuestas) en comparación con los crucificados [6]. Pero la relación es al mismo tiempo asimétrica. Se le reconoce su superioridad mediante la fórmula del Señor. Una madre joven llora y le dice a su hija, inquieta: “lloro porque me impresiona verlo tan cerquita, pero no es malo que llore”, después de haber sido absorbida por la energía numinosa de la presencia activa de la imagen y lo que representa, que envuelve a todas las generaciones, la que ha acudido en sillas de minusválidos –numerosísimas- y quienes han sido llevados en carritos de niños. La imagen se convierte en ese punto de atracción que absorbe, un numen –una gracia en términos del pensamiento religioso- que recoge la expectación, la fe, la devoción y que condensa las memorias y las experiencias. Porque la religiosidad popular se expresa mediante la admiración devocional, también de los chavales y chavalas que no se acostumbran a dejarse ver en el período penitencial, permitiendo una simbiosis, una conjunción fugaz entre las dos facetas de la existencia humana: el plano cotidiano y la apertura religiosa a lo trascendente[7]. Se trata de una experiencia que se dirige a la satisfacción de inquietudes elementales, básicas, que tienen que ver con la salud, el trabajo, la protección en momentos complicados o de peligro… No se busca tanto una redención salvífica de alto copete teológico, sino una ayuda para seguir tirando para adelante en lo cotidiano [8].
La reconexión de barrios, un instante fugaz de tres semanas
Al caminar entre las calles, se reiteran los saludos. ¿Quiénes se saludan? Aquellos que salieron del centro, y residen aquí y ahora, con aquellos que llegaron acá pero que a lo largo de los años se han trasladado a otras zonas y tienen aquí a amigos, vecinos y familiares. Pero también quienes se conocen mediante la frecuentación de procesiones y hermandades; y ahora se encuentran aquí, y se redescubren en su condición de sevillanos en los Tres Barrios, este absceso de la ciudad que no conocen, para el que estos días no tienen que imaginar etiquetas estigmatizantes ni remedios. Y aquí no sólo encuentran lo que buscan, sino lo que les ofrece la causalidad del rito. La misión, por tanto, acaba siendo también profana y tiende puentes, entre los de allí y los de aquí. Y emerge con la procesión una urdimbre sutil, débil pero fecunda porque es capaz de restablecer conexiones, aunque sean momentáneas. Todo este cableado tenue, inasible, pero afectivamente resistente que otorga significado a nuestra experiencia de habitantes y genera identificación (con los ritos de la ciudad, con las personas a quienes nos encontramos en estas situaciones extraordinarias), todo esto es una huella favorecida por la presencia del Cristo. La Santa Misión ha sido también un encuentro no conscientemente buscado de barrios, y era muy llamativo el contraste entre las formas pretendidamente distinguidas y las humildes, en los modos de vestir, de comportarse. El traje oscuro frente al boatiné; las zapatillas de casa y de deporte de colores llamativos frente al calzado brillante y sobrio; las telas de caída noble frente a los leggins ajustados. Porque el sistema cardiovascular de Sevilla ha sido de barrios –en desaparición en las zonas del centro turistificadas donde moran una buena parte de las hermandades, por cierto- y se rejuvenece con el rito, aunque hiberne a continuación.
Los vecinos –y no quiero decir que hayan sido todos los residentes-, que no conocen los códigos del culto a la imagen procesional o que han preferido ignorarlos, han enunciando en voz alta sus súplicas al paso del Cristo, han aplaudido los gestos de la hermandad (como en los giros completos de las andas en las entradas o en la salida última del barrio, entre las lágrimas de tantos y tantos espectadores), incluso han acompañado a las andas con fuegos artificiales, como en la tercer salida, entre la parroquia de las Candelarias y la de Santa Teresa. Frente a esta exhibición de júbilo contenido, como corresponde al carácter gozoso de una procesión extraordinaria, los hermanos de esta cofradía históricamente aristocrática que portaban las andas, hacían recordar con su actitud lo que Chaves Nogales dictaminó sobre el orgullo sobrehumano de los nazarenos del Gran Poder en 1934[9].
La misión apellidada santa ha supuesto una muda de la epidermis de esas zonas depauperadas, a la cola de las estadísticas de España y de Europa, de efecto fugaz. También fugazmente, la recomposición de las memorias de biografías fecundadas por la dureza de la vida de las familias desplazadas, a título personal e intimo. Esa recomposición, sin embargo, ha tenido una plasmación a un nivel sociológico superior y de importancia: primero, mostrar la identidad vecinal al percibirse, “ya era hora”, en el centro de la atención social. Después, ha facilitado la conexión de una Sevilla ignorante con ese barrio-estigma, a través de esa malla de tenues conexiones que, sin que sea posible dibujarlas en el mapa ni codificarlas en tablas, construyen por dentro una ciudad, a pesar de todo. La hermandad ha afirmado que mantiene su programa de actuaciones y éste debería ser expandido por otras entidades. Pero, lo que sea a partir de ahora de los Tres Barrios ya no depende de Dios, sino del César.
[1] Las parroquias de la Blanca Paloma (Los Pajaritos), de Nuestra Señora de la Candelaria (Las Candelarias-Madre de Dios) y de Santa Teresa (Las Moradas), todas alineadas de norte a sur, en el sector este del territorio de la ciudad.
[2] Entrevista concedida a ABC, el 27 de enero de 1965.
[3] En la llegada del Cristo del Gran Poder a Los Pajaritos, el pasado día 16 de octubre, un medio local, el ABC, expresaba su malestar porque en las ventanas de esas viviendas donde no hay azoteas se aireara la ropa tendida al paso de la procesión, lo que terminó generando una corriente de opinión crítica hacia esa noticia y, por ende, hacia el diario.
[4] “Yo quería verlo en la iglesia de mi barrio. A mí me trae muchísimos recuerdos, de mi niñez, de mi familia, de muchas cosas buenas que nos han pasado en el barrio, de gente noble, gente trabajadora, fue el año de la riada, cuando lo de Boby Deglané, muchos vecinos muy pobres, que perdieron muchísimo. Nosotros hemos tenido muchísima suerte con todos los vecinos, con todos, mi madre era […], a Concha, y a Antonia, me ha dado mucha alegría de verla, y algunos que faltan, pero muchísimo sentimiento. Me he permitido el lujo de ir a la ventana y acariciar mi ventana”. (Radio Sevilla, 17/10/2021). Ha hecho referencia a la riada por el desbordamiento del arroyo Tamarguillo, en noviembre de 1961, que provocó una campaña de ayuda social, que terminó con un trágico accidente aéreo un mes después.
[5] Núñez de Herrera. A (1993) [1934] Semana Santa Teoría y Realidad “Simpatía y terapéutica de la Divinidad”. Ed Giralda, pág. 67-68.
[6] Moreno Navarro. I, (1985) Las cofradías sevillanas en la época contemporánea. Una aproximación Antropológica. Las Cofradías de Sevilla Historia, Antropología, Arte. Sevilla: Servicio de publicaciones de la Universidad de Sevilla y Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, p. 46-47.
[7] Hurtado Sánchez. J. (2000) Religiosidad Popular Sevillana. Universidad de Sevilla. Área de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla
[8] Rodríguez Becerra. S (1999) Religión y Fiesta. Signatura Ediciones, Sevilla.
[9] Chávez Nogales .M (2012) [1936] Andalucía La Roja y La Blanca Paloma. Sevilla, Editorial La Almuzara, p. 67-68.