Pobreza infantil en Andalucía

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Rocío tiene cinco hijos, la mayor de diez años y el menor de solamente uno, y esta noche sí sabe qué les pondrá de cenar a sus hijos porque su marido lleva unas semanas trabajando en la recogida de la fresa de Huelva y han entrado 300 euros en la cuenta corriente que llevaba a cero desde octubre, desde el último trabajo precario que duró sólo seis meses. La única ayuda que entra regularmente en casa de Rocío son los 750 euros cada seis meses que  recibe por sus hijos, 25 euros al mes por cada uno de ellos.

Esta noche, el menú no será lujoso en casa de Rocío pero al menos no cocinará macarrones cocidos, refritos con ajo y sin acompañamiento que cocina muchas noches cuando en el monedero no tiene absolutamente nada: “Yo muchas veces tengo cero euros en el monedero”, detalla Rocío, una sevillana de 30 años que admite “sin vergüenza ninguna” que se ha llegado a poner en la puerta de los supermercados a pedir comida para poder alimentar a su prole o que hay días que sobrevive gracias al generoso y solidario puchero que le sube su vecina. Por suerte, la modesta casa de 50 metros en la que vive Rocío, su marido y sus cinco hijos ya está pagada y no teme un desahucio.

Laura, de 44 años, vive sola con su hija de 14 en Córdoba capital, a la que va sacando adelante con lo que gana cuidando a personas mayores y dependientes. Confiesa que raro es el mes que gana más de 650 euros, a los que le debe restar los 350 euros de alquiler y los gastos de luz, agua y gas. “En mi casa no ponemos la calefacción porque una factura de 80 euros para mí sería una ruina”, explica al recordar cómo ha pasado el último invierno.

Ninguno de estos niños y niñas vive en familias que ingresen más de 9.000 euros al año, por lo que forman parte de las estadísticas de pobreza infantil severa. Lejos de ser una anécdota, la pobreza infantil severa que sufren los hijos de Rocío, Laura y Pilar es una escena que se ha visto acrecentada en casi 500.000 niños y niñas desde el comienzo de la crisis.

Mientras la población infantil más pobre ha visto disminuidos sus ingresos desde 2008 en un 32%, los niños que viven en hogares acomodados sólo han visto decrecer los ingresos un 6%, desmontándose el mito de que la crisis económica ha afectado a todas las capas de la población por igual.

Fundación Balia, ONG que trabaja con población infantil y juvenil en situación de pobreza, asegura que los niños y niñas que acuden a sus programas viven en “familias monoparentales con la madre a cargo de los hijos, en un 70% de los casos con todos los miembros en paro y con trabajos de economía de subsistencia”, indica Francisco Javier Aguilar, educador social de esta entidad que trabaja en el barrio sevillano de Los Pajaritos, a pocos kilómetros del centro de la capital andaluza y, sin embargo, con estampas que parecen del Sarajevo de posguerra.

Elisa Montero, jefa de estudios del colegio público sevillano La Candelaria, situado en Los Pajaritos, el barrio más pobre de España según el Instituto Nacional de Estadística (INE), reconoce que los maestros de su centro escolar hacen periódicamente una compra de su propio bolsillo para darles el desayuno a los alumnos que no desayunan en casa. Es más, reconoce que “cuando detectamos situaciones de extrema urgencia, los maestros nos pasamos por el supermercado, compramos comida y, con respeto y sin que nadie lo vea para no estigmatizar, se lo damos a la madre cuando acude a recoger al niño”, aunque reconoce que no es la solución y esos gestos sólo sirven para “amortiguar el golpe”. “En mi colegio siempre ha habido desigualdad y pobreza, pero la crisis ha sido absolutamente devastadora. Nunca pensé que fuera a ver lo que estoy viendo”, manifiesta esta jefa de estudios que, ante la imposibilidad de muchos niños de llevar los materiales escolares, ha organizado un plan de compras centralizadas por el que las familias se ahorran la mitad del dinero. “Al principio de curso, unos cuantos profesores recorremos, fuera de nuestro horario laboral, los almacenes de los polígonos para comprar los materiales al por mayor y, en lugar de los 60 euros que cuestan, a las familias les sale por la mitad y lo van pagando como van pudiendo, porque muchas de ellas no pueden ni pagar 30 euros”, apunta esta mujer que se dice defensora de una escuela que “no sólo enseñe materias curriculares, sino que se comprometa y trabaje sin descanso contra las desigualdades sociales”.

La pediatra Valle García, que pasa consulta en el centro de salud del barrio cordobés de La Fuensanta, manifiesta que alguna madre le ha llegado a confesar no poder darle yogures a su hijo por la situación económica que atraviesa. En este sentido, cuando Valle García detecta un caso de pobreza severa activa el protocolo previsto dentro de la sanidad pública andaluza, por el que la familia es derivada a un trabajador social y es informada de los  recursos sociales disponibles.

Esta pediatra cordobesa afirma que la pobreza es la causa por la que está creciendo el número de casos de obesidad infantil y que la malnutrición, además de sobrepeso, se relaciona también con “menor rendimiento escolar,  abandono temprano de los estudios y falta de hierro”, para lo que Valle García recomienda a sus pacientes tomar caracoles, debido a que las almejas, que es lo que se prescribe para aumentar el hierro en barrios más afortunados, son muy caras e inaccesibles para la mayoría de las familias usuarias de su consulta.

Fuente: eldiario.es