Combatir la prostitución… y a las putas, que les den

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Hace unos días, la ministra del ramo exclamaba indignada aquello de “Me han metido un gol”, al enterarse de que su Directora General de Trabajo acababa de legalizar el sindicato de prostitutas OTRAS. Pero pareciera que han pasado meses, por la intensidad y la virulencia del combate que se está librando, tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación. Con la cabeza del chivo expiatorio aún sangrante, ofrecida a la contemplación del variopinto público virtual, que sigue haciendo ruido, mucho ruido mediático, querría exponer algunas consideraciones, sabiendo perfectamente a lo que me arriesgo. Pero, a estas alturas, lo menos que debemos ser es honestas. Ahí van.

Combatir no es debatir

En estos días he podido darme cuenta de que las gentes que, hinchada la vena feminista, vociferan pidiendo la abolición de la prostitución no están promoviendo ni participando en un debate sobre el tema. Están librando un combate, tras tocar a rebato el feminismo institucionalizado, para movilizar desde la artillería pesada (ministras proclamadas feministas y eruditas orgánicas, más preocupadas por justificar el actual estado de cosas que por transformarlo) y la caballería ligera (periodistas y vocerxs), hasta, la parte más numerosa, la fiel infantería. Utilizo esta terminología militar de forma absolutamente consciente, porque es lo que corresponde al combate que se está librando. ¿Sobre la prostitución? ¿Sobre derechos humanos? ¿Sobre la trata de personas? ¿Sobre los medios de inserción laboral del colectivo de prostitutas? ¿Sobre la libertad, con mayúsculas o con minúsculas? ¿Sobre la soberanía de los cuerpos?¿Sobre las mujeres, estas mujeres, como sujetos con agencia política? No. Sobre nada de esto se libra el combate. El combate es por dominar los espacios mediáticos para convertir el discurso del feminismo institucionalizado en el único discurso posible sobre la prostitución, es decir, por presentarlo y afianzarlo como discurso dominante y hegemónico. Para ello, no se duda en acudir a los golpes de mano (ilegalizar al recién legalizado sindicato de prostitutas), los golpes bajos ( acusar sin pruebas, insultar, descalificar) y los golpes de efecto. Porque de lo que se trata, como en un combate, no de convencer, sino de dejar al “otro” K.O.

Los golpes de efecto y los golpes bajos corresponden, de momento, a la fiel infantería, que pretende arrojar sobre las adversarias bombas de mano, aunque solo consigan tirar algunas bombitas de peste, que enturbien e imposibiliten el debate. Todo vale para tratar de reducir al silencio a quienes manifiestan sobre la prostitución una opinión disidente, incluso en forma de duda razonable, respecto del discurso que aspira a instalarse como hegemónico. En primer lugar, suelen dar por hecho que, cuando se disiente de su muy feminista opinión es porque no se ha leído. Ni se les ocurre pensar que quizás sí hemos leído, pero otras autoras y otras obras. En segundo lugar, acusan a las disidentes de ser “personas sin conciencia” o “puteros”, no sin considerar previamente a las prostitutas mujeres de conciencia alienada, es decir, sin capacidad para tomar conciencia de su situación.

Luego de los golpes de efecto, se recurre a los golpes bajos, los ataques en el plano personal. “No esperaba esto de ti”, dicen, sin darse cuenta de que el problema es de quien hace tal afirmación, porque su medida de aceptación de un discurso está en el nivel de coincidencia con el propio. Se le espeta también al disidente, hombre o mujer, que si tanto les gusta la prostitución, por qué no se la recomiendan como salida laboral a sus hijas (¿No se parece este planteamiento sospechosamente al “Si tanto le gusta la inmigración, por qué no se lleva a los inmigrantes a su casa”?) . Y lo más: “si usted tiene un pene entre las piernas, no puede hablar de esto”. De donde deduzco que la fiel infantería es omnisciente en materia de conocimiento de entrepiernas.

Esto, repito, es un combate, no un debate. Combatir es acometer, embestir, atacar, reprimir , tratando de eliminar al adversario. Debatir es otra cosa. Es discutir con argumentos y opiniones diferentes, tratando de agitar la conciencia, de entender y de avanzar en la comprensión. Nada de esto se está haciendo estos días.

… y a las putas, que les den

Lo peor de todo es que, en este combate, se está utilizando a las prostitutas como un saco de boxeo, en el que las llamadas “abolicionistas” se entrenan para asestar golpes cada vez más duros y violentos, a fin de lograr el objetivo de instituirse como pensamiento hegemónico. Poco parecen importar los efectos que este combate reduccionista esté produciendo en las prostitutas. Duele, y eso sí que hace daño, ver cómo, después de luchar en el feminismo por superar las dicotomías, los binarismos, que tanto nos han perjudicado y nos siguen perjudicando a las mujeres, a los hombres, a las personas transgénero (ser hombre o mujer, buena o mala, puta o santa…) ahora nos descolguemos con que se es abolicionista o se es un putero o una defensora del proxenetismo y de la legalización de la prostitución. Es decir, “se crea el binomio depredador/víctima y la cuestión se reduce a un conflicto de género” [1]Todas las citas están tomadas de “El sujeto indeseado: las prostitutas como traidoras de género”, de Raquel Osborne.

He podido leer estos días que algunas personas se declaran abolicionistas, pero no prohibicionistas. La diferencia parece residir en que las primeras plantean programas de inserción laboral para rescatar a las mujeres de la prostitución. Ejemplo de programa de inserción: desde instancias institucionales se ofrecen cursos de formación para la inserción laboral a las prostitutas. La exigencia inicial es, claro, que abandonen la prostitución, mientras se les da una “paguita” de unos 400 euros al mes, en el periodo formativo. Cuando finaliza este, en Andalucía al menos, no encuentran trabajo. Entonces se dirigen a sus redentoras, pidiendo ayuda, que llega en forma de empleo doméstico, a 7 euros la hora, cuatro horas a la semana, en casa de alguna de las feministas formadoras. Fin de la experiencia. No he visto, en este combate mediático, por parte de la fiel infantería, ni de la caballería ligera, mucho menos de las ministras “feministas” y las intelectuales orgánicas, sino la definición de la prostitución como violencia, sin entrar en el análisis de las condiciones en las que se ejerce. Hablan de libertades pero ignoran la pobreza; ni se les ocurre imaginar siquiera lo útil que resultaría, en este contexto, reivindicar la renta básica universal y sin condiciones, lo único que garantizaría el ejercicio de soberanía sobre los cuerpos, el tiempo y los deseos, la más radical de las soberanías.

En el fondo, hay en todo este combate un intento continuado, de descalificación, por una parte, de los sujetos o sujetas disidentes y, por otra, de lxs trabajadorxs sexuales. En el caso de las personas disidentes, se trata de arrasar con ataques personales, que los desarticulen como personas éticas: si no eres abolicionista, eres putero, eres defensor o defensora de la prostitución, eres proxeneta o defensor del proxenetismo o eres una persona sin conciencia. Acusaciones hechas en la plaza pública para reducirlas al silencio.

En cuanto a las trabajadoras sexuales, el proceso de desarticulación como sujetos se aborda desde su construcción como víctimas, algo que sucede, como señala Raquel Osborne, también en relación con las mujeres maltratadas. Es decir, parece aceptarse, desde el abolicionismo, a las mujeres prostitutas en tanto que víctimas, pasivas, alienadas, calladas y sin capacidad de agencia política, pero en ningún caso se va a aceptar a una mujer que declare que se dedica a la prostitución por elección. En realidad, para quienes se declaran abolicionistas, las prostitutas son un “sujeto indeseado”, unas mujeres a las que se las ve como “traidoras de género”. Porque “las trabajadoras del sexo que sostienen el discurso de la `decisión libre´no permiten a estas feministas un limpio discurso antipatriarcal que la división víctima/depredador presupone”(Osborne, de nuevo). Por tanto, lo único que merecen es el desprestigio (acusaciones o sospechas de que con su actitud y bajo sus organizaciones se camufla y defiende a los proxenetas) y la estigmatización. Al respecto, resultan esclarecedores también los trabajos de Dolores Juliano. (Leer, leemos, ya lo dije. Otras autoras que, curiosamente, no se han citado en el combate).

No digo que no se pueda hablar de prostitución si no eres mujer, ni que solo las trabajadoras (y trabajadores) sexuales puedan hacerlo. De prostitución se puede y se debe hablar y debatir. Porque estamos ante un fenómeno complejo, que está teniendo la virtualidad de forzar muchas costuras, en el feminismo, en la política partidista, en el sindicalismo y en una parte de la sociedad en general, hay que dudar, y mucho, de quienes, en nombre de la ortodoxia feminista, pretenden conclusiones simplistas. Pareciera que a algunas abolicionistas el debate les incomoda. Tanto que, cuando en las redes sociales, alguien que se declara prostituta en ejercicio les replica, se la ignora olímpicamente o se le adjudica un lugar en la minoría no representativa. Ya digo, mucha omnisciencia prepotente, para que nada ni nadie les estropee su discurso. Debatir es necesario, pero hay que hacerlo con permiso, con respeto y con ellas, con lxs trabajadorxs sexuales. Lo contrario es usurpar su voz, construirlas como víctimas prefabricadas, mientras se las destruye como sujetas.

Y si podemos hacer algo, desde nuestra posición de aliadas, es ayudarlas a escapar del estigma. No puedo estar más de acuerdo con Paula Ezquerra, cuando se presentó en Barcelona la sección sindical de las trabajadoras del sexo, en la IAC: “El reconocimiento del trabajo sexual como trabajo nos saca de una condición de criminales y de víctimas y nos introduce en la situación de ciudadanas”. Porque el estigma se combate con la abolición del término puta o prostituta, con la consideración de lxs trabajadorxs sexuales como sujetxs políticxs, reconociendo los derechos humanos que nos son inherentes a todxs, los derechos laborales, el derecho a la sindicación. A las putas, que les den, sí, que les den lo que reivindican: voz y derechos.

En fin, cuando he hablado con algunas mujeres trabajadoras sexuales, estas nunca han dado por zanjada una discusión con un “esto es así y punto”. Con las partidarias de abolir la prostitución, esa ha sido más de una vez la forma de intentar acallar mis dudas o mi pensamiento diferente o contrario al suyo. Será por eso que, si me ponen en la tesitura de elegir, me gusta más una puta que una abolicionista. Las primeras me respetan; las otras, con frecuencia, siento que me agreden.

Referencias

Referencias
1 Todas las citas están tomadas de “El sujeto indeseado: las prostitutas como traidoras de género”, de Raquel Osborne