No cedas en tu deseo

935

En la película “El prestamista”, Charlot trabaja como empleado en una casa de empeños. En cierto momento llega un tipo para empeñar su reloj despertador, uno de aquellos clásicos analógicos de la mesita de noche. Charlot mira el reloj desde todos los ángulos y, para supuestamente valorar la demanda del cliente, comienza a desmontarlo. En una suerte de actividad de precisión deconstructiva compuesta de gestos de análisis absurdos, como examinando mecanismos, resortes y muellecitos, Charlot descompone todo el reloj pieza por pieza, incluyendo partes que rompe o directamente las tira. Finalmente, ante la perpleja mirada del hombre, Charlot recoge todos los trocitos y piezas de la relojería descuajaringada, las echa en el propio sombrero del hombre, que estaba sobre el mostrador, y le devuelve todo ese desastre, informándole de que no acepta el reloj como objeto de empeño. Aquí se puede ver la escena: https://www.youtube.com/watch?v=8PDoUNmy1bc

De algún modo, un tratamiento análogo sufre la izquierda occidental por parte de las élites y de los grandes poderes capitalistas. En una espiral ad infinitum de cesión estratégica, programática y moral, las izquierdas atenúan sus aspiraciones, moderan sus discursos, adelgazan sus reivindicaciones, renuncian a sus principios y vuelven “realistas” sus programas… todo ello con la vana esperanza de que la voracidad de los poderosos sea satisfecha. Es una esperanza ardua y melancólica, porque la política de cesiones y desistimientos mantiene siempre una relación asintótica con el visto bueno del establishment, de modo que se acerca siempre más, pero nunca llega a conseguirlo.

Lo vemos, por ejemplo, en la actual coyuntura de un acuerdo de gobierno PSOE y UP. A pesar de los contenidos políticos del mismo que en ningún caso amenazan rebasar los contornos de lo políticamente posible en el régimen español (estabilidad presupuestaria neoliberal, 135, nacionalismo español, monarquía, reformas laborales…), a pesar de exhibir una voluntad de sumisión, de gobernabilidad “responsable” y de disposición al sacrificio programático y reivindicativo… el ruido de sotanas, de medios cavernarios y gargantas profundas del régimen político, del Ibex 35 y de los “mercados” no ha dejado de hacerse oír… En realidad, a mayor muestra de “flexibilidad” en las medidas programáticas y en las responsabilidades institucionales, más intensa es la inquietud y el rango de advertencias mostradas por el estado profundo y por los “mercados”. Como en la película de Charlot, aceptas deshacer, desorganizar, desarmar y devaluar tu posición y tu arsenal de principios, ideas y propuestas para, finalmente… nunca ser aceptado ni perdonado. De vuelta, las izquierdas quedan como el pobre cliente de la casa de empeños, sin dinero (sin poder) y sin reloj (sin fuerza, prestigio ni campo político).

En la expresión de Lacan “no cedas en tu deseo” se señala la lógica de alienación, extravío y desubjetivación que conlleva renunciar a lo propio para colmar el deseo del Otro, un deseo del Otro que jamás será satisfecho, porque a más cesión de tu parte, más excitación y voracidad de la del otro. Y ahí está la paradoja: no es el ruido de sables, de sotanas, de “mercados” y de posfranquistas el que explica y justifica la constricción, atenuación y desvitalización de tu “deseo”, de tu fuerza y de tu campo político, sino tu propia exhibición de renuncia estratégica, áscesis programática, circunspección discursiva, respetabilidad y pérdida de identidad la que legitima y estimula las amenazas y el control de los poderes económicos y de las élites privilegiadas.

La pérdida de un horizonte de superación del capitalismo, de un imaginario utópico capaz de prefigurar el deseo de los dominados y excluidos ha sumido a las izquierdas occidentales en la desorientación estratégica y en una psicología de la renuncia y la moderación que sólo consiguen exacerbar su pérdida de identidad y su inutilidad. No se trata ya de que no pueda hacer lo que quiere, sino que al ceder en lo que es su razón de ser, al transigir en la fidelidad a su “deseo”, se identifica de un modo alienado con el adversario y termina haciendo lo que no quiere, legitimando, por “realista”, aquello que originalmente justificó su existencia.

Eduardo Galeano, en “Memoria del fuego” contaba esto:

Los misioneros en Paraguay obligaban a los indios a quitarse sus plumas y les prohibían entonar sus cánticos que eran «del Diablo». Decía un viejo Shamán:

«Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío