De ocasiones perdidas y nuevas esperanzas

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Carlos Hache

De momento han terminado la interminable sucesión de elecciones que, desde hace unos años, padecemos. Todavía quedan por resolver las ecuaciones de gobierno que han deparado. Independientemente de los plazos legales existentes, parece que no hay mucha prisa. Así seguimos con un gobierno interino desde hace más de un año a dos meses de haberse celebrado las elecciones generales.

Se han hecho análisis desde los más diversos puntos de vista. Ha habido desahogos con los abstencionistas como muñecos de pim, pam, pum. Cordones sanitarios que han durado lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Incluso se habla de que, al final, todo ha cambiado para no cambiar nada, o muy poco. Parece como si un ciclo, iniciado hace ocho años, se está cerrando. Hasta se esperan unas legislaturas largas a pesar de las minas sociales, políticas y jurídicas sembradas en el camino.

No sé si será así por completo, pero sí parece que el aliento que la sociedad insufló desde las plazas está prácticamente acabando y el paisaje de después de la batalla es desolador. Por lo menos momentáneamente. Espero que sea así. De nuevo, las estructuras del régimen del 78 han logrado mantenerse en pie. Incluso han comenzado, en algunos casos ya a subsumir, como savia propia, algunas de las esperanzas abiertas. Ha sido el caso de las nuevas estructuras partidarias surgidas que ya parecen tan viejas como las que parecían iban a sustituir. De nuevo marcan el camino y controlan la situación.

En mi anterior colaboración decía que si algo caracteriza al actual Estado español es la desconfianza que tiene de su propia ciudadanía. Algo heredado de antiguo, reforzado por la dictadura franquista, basada en su opción más extrema, la eliminación física de una importante parte de ella, y mantenido por el actual sistema parlamentario y de relaciones sociales. De ahí el sistema de partidos, auténticas empresas; de representación, con elecciones cerradas; una enorme desconfianza en las organizaciones ciudadanas y unas cada vez mayores restricciones de las libertades civiles.

Cambiar todo para no cambiar nada. Seguir con el bipartidismo, ahora imperfecto pero igual de fuerte. Mantener la representación indirecta. Ya nadie habla de modificar el modelo de sufragio que lleva al ciudadano a ignorar siquiera qué y a quien vota. Afianzar la identificación de lo público con la administración, como en un sistema corporativo, el partidismo y el derecho a voto. Fuera de ello no hay nada público. El panorama está ocupado por todo contra lo que la ciudadanía se oponía en calles y plazas durante las jornadas del 15M. Algunos lemas de lo que se gritaba aquellos días lo resumían bien: “¡que no, que no, que no nos representan!”, “fallo total del sistema”, ¡no hay pan para tanto chorizo”.

De ahí surgió la esperanza. Incluso un partido político: Podemos. No sin dificultades, la oposición y el escepticismo de muchos. Pero, para qué negarlo, con la ilusión de que al menos cambiaran las caras, dejara de llamarse de izquierdas al PSOE, que podría situarse en su espacio natural de centro, y, ¡lejana ilusión!, de que empezáramos a dejar de ser súbditos en los que no se puede confiar, y comenzáramos a ser considerados ciudadanos mayores de edad.

Nada ha podido ser. El movimiento social está prácticamente destruido como tal; Podemos ha heredado los peores caracteres del sistema partidario del 78 y el ciudadano ha seguido siendo saqueado de forma escrupulosa y contemplan con cara de bobo, con perdón, como sus representantes cobran cuatro y cinco veces más que muchos de ellos y los miran desde el otro lado de la barrera. Al régimen del 78 no le importa mantener un estrecho margen inclusivo y dejar a más sectores fuera. Llámense de izquierda, independentistas o ciudadanos.

Otra vez será. Sí, porque perder una batalla, o varias, no significa la derrota total. La ciudadanía andaluza ha dado suficientes muestras de ser capaz de articularse a pesar del corsé que le oprime. Como en diciembre de 1978, como en mayo de 2011, marzo de 2012, etc. Como siguen funcionando, mal que bien, las plataformas anti desahucios y otros movimientos y, a pesar de los pesares, el municipalismo. Los problemas siguen ahí. Incluso agobiando más porque se han convertido en estructurales. ¿Se acuerdan de cuando se criticaba al mil eurismo? Hoy, la impunidad, la chulería y el desprecio es tal que se atreven de decir a los pobres que viven por encima de sus posibilidades y ahorran poco.

La mirada debe de ser larga y esperanzada. Esta vez han resistido. Hay que volver a empujar. Que no nos fallen las fuerzas y aprendamos de las lecciones recibidas.