Votar o no votar, ¿hasta ahí la cuestión?

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En estos días hay un intenso trajín emocional en las redes sobre la necesidad o no de ir a votar el próximo Domingo 28 de abril.

Ante la cantidad de artículos, memes o manifiestos que advierten que este domingo el abstencionismo puede resultar fatal, hay quienes argumentan que no se sienten representadxs por las propuestas existentes o que, sencillamente, no creen que el voto sea un mecanismo que pueda cambiar las cosas. También hay quienes consideran que el voto es, en sí mismo, un mecanismo histórico de control social de las poblaciones por parte de los estados y que éstos son el verdadero problema.

Hoy leía en facebook a alguien teniendo que explicar que no votar es un opción legítima, que puede haber sido sopesada con conciencia y profundidad. Y no le falta razón, faltaría más. En el abanico de la diversidad de la expresión política, no votar puede ser un gesto cargado de conciencia crítica. Incluso cuando no se vota desde una posición de indiferencia, se suele reflejar una desafección al sistema que también es legítima.

Especialmente a partir del 15M esta tensión parece que ha ido cobrando importancia. Hace ahora casi nueve años, parte del planeta vivió una oleada de indignación ciudadana que se sostuvo, con sus dificultades, en formas horizontales de gestión y relación colectivas. Lo libertario, asumiendo la carga eurocéntrica del término, parecía entonces que recuperaba su potencia revolucionaria al calor del clásico debate entre reforma y revolución.

Sin embargo, años después, la situación es otra, muy diferente. Como si de una serie de éxito se tratara, vemos el resurgir on line y global de un monstruo que llamamos neofascismo (a falta de ver aún su verdadera cara, esa que sí conocen los sures).  Intelectuales activistas como Boaventura de Sousa Santos, uno de los ideólogos del Foro Social Mundial, vienen advirtiendo desde hace más de 20 años del auge del “fascismo social” en un contexto global donde, sociológicamente hablando, los revolucionarios son los neoconservadores y fundamentalistas, mientras los movimientos sociales se han visto forzados a una posición defensiva y, en ese sentido, conservadora y reformadora.

Creo que todas compartimos que lo que pueda significar votar o no votar, va necesariamente ligado al contexto social, cultural y político en el que ocurre. También que todas estamos de acuerdo en que no podemos despojar los conceptos y significados de sus realidades históricas, sin riesgo de sacralizarlos. A nadie se le escapa que ir votar este Domingo puede ser una herramienta para impedir que la extrema derecha llegue al poder ya, sin anestesia. De ahí a culpar a las personas abstencionistas de lo que pueda pasar, hay un infantilismo político que sólo pretende ocultar la responsabilidades colectivas y concretas en lo que nos está pasando.

Sobre todo, reducir la abstención el próximo Domingo nos puede permirtir ganar tiempo para organizarnos en torno a una nueva ética política que pueda desbancar al odio. En este sentido, la cesión del voto a quienes por diferentes razones no les está permitido, me parece ya un indicio importante de esa nueva ética política, donde se reconoce la amenaza primera sobre los otros y las otras por encima de todo lo demás.

Pero no nos hagamos trampas en solitario, la realidad es que han conseguido su objetivo, transformar radicalmente la agenda política y los mínimos éticos de nuestra sociedad. Tanto, que aún cuando llegar al poder nunca fue su propósito, es posible que también lo consigan. El fenómeno que tenemos delante es de tal magnitud que, viendo las fotos recientes en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, quizás sea el momento de asumir que, pase lo que pase el Domingo, nuestro tiempo político ya ha mutado.

Pase lo que pase en las elecciones, el próximo Lunes tenemos un reto si cabe más complicado que el del día anterior: abordar nuestra nueva realidad social colectivamente, con esperanza, estrategia y autocuidado. Conocer que vienen tiempos complicados, lejos de intereses mediáticos, es hoy por hoy una necesidad y una responsabilidad social para quienes trabajamos por un mundo mejor. Necesitamos articular cambios políticos, pero sobre todo necesitamos construir una urgente revolución ética donde quepamos todas, también especialmente dentro de los partidos, universidades, agentes y movimientos sociales que pretendan frenar a la extrema derecha. Sólo así sacaremos la barbarie de las urnas en los próximos años.